Amy Winehouse

Amy Winehouse: Dos discos y mucha tinta vertida en los titulares de la prensa de espectáculos

Mexicali, BC, 24 de julio (MaremotoM).- Estoy rodeado de pioneros del arquetipo que, dentro de algunos años, será conocido como “viejo lesbiano”. Bebemos cerveza mientras suena “Rehab”, de Amy Winehouse, en la rockola del Calafia. Uno de los viejos más lesbianos del conjunto arremete, de pronto, con una serie de estropajos verbales para el alma del adulto rockero:

—Es que Amy Winehouse, a pesar de haber fallecido a los 27, no tiene la estatura de rockstar para entrar al Club de los 27 —y los demás asienten como el cónclave de Montana en Sangre por sangre, aquella película chola.

La charla va de datos y en tono factual: discos publicados, discos vendidos, medida de la polla, peinados y cambios de ropa en Woodstock, proclividad a decir estupideces en público, solos pendejos de guitarra, etc. El ganador en ese galgódromo de nueva creación es, según dicen, Kurt Cobain. Vuelven a asentir diciendo que es el último integrante del citado club y que el Nevermind era un discazo.

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Han pasado cuatro años y no he aprendido mi lección, por lo tanto vuelvo a estar en medio de un barullo de mamarrachos de la mediana edad que vuelven a escupir nombres e inician, en plan gemelo deslavado de Jaime Almeida, el rosario dominical del club de los 27.

Frente al espejo del baño, me prometo no volver a pasar por este déjà vu de miedo y regreso a la mesa al son de:

—Su culo los 27 clubs de muertos, Kurt Cobain era el Oompa Loompa de los leñadores anodinos de Aberdeen y Jim Morrisson era un pretencioso que seguramente apestaba a culo dentro de su pantalón de piel.

Se ofendieron mucho, afortunadamente.

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Despierto en all tomorrows cruda tras un after de la presentación del libro Atardecer en los suburbios, de Minerva Reynosa, en la ciudad de Tijuana. El libro en cuestión es una belleza en setenta cuartillas, una suerte de loop interminable en torno a la canción “You Know I’m No Good”, de Amy Winehouse: solenoide del deseo trunco. Un himno a todas las que hemos sufrido a manos de un rufián feo como un lagarto, pero mentiroso y dulce, de manos pegajosas y hábiles para el tacto a deshoras.

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Los visitantes se han ido de la fiesta, mi amiga Elma Correa y yo regresamos al bar y ponemos todo el Back to Black, mientras llamamos al servicio de reconexión de la cerveza y peleamos con una señora por cinco pesos más de salsa del amor en nuestras frituras.

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Amy es la primera debacle documentada en los medios con chistes sobre adicciones en tiempo real. Dos discos y mucha tinta vertida en los titulares de la prensa de espectáculos.

Amy baila con un chongo monumental parado a base de semanas de spray y mucha fe en Jesús, es la replicante más avanzada de los girl groups de inicio de los años 60, pero ella ha perdido el gozo de los cantos evangélicos sobre los que se bordó el soul y ahora luce un vestido sucio sobre su figura de 1.59 de estatura y 38 kilogramos. Al final de cada estrofa la voz se vuelve rasposa: como en una fuga pecho a tierra. Ya nadie recuerda el dolor ancestral que habla por su canto, el temblor en sus extremidades al balar de amor viendo hacia el fondo de una sala llena que no la reconoce.

Fuente: El septetrión. Original: Aquí.

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