Apuntes de viaje | Alaska (parte 2)

Ciudad de México, 25 de marzo (MaremotoM).- “Los canadienses son como americanos, pero sin esteroides”. Fue a una amiga canadiense, a quien se le ocurrió este dechado de sabiduría. Y después de ver a los primeros en su hábitat natural y de sufrir a menudo las manías de grandeza de los segundos, su enunciado me sonó bastante descriptivo.

De entrada, lo que puedo asegurar es que no hubo un solo canadiense, de los varios con los que crucé palabra en Vancouver, que no estuviera consternado por la tormenta que devastó varias hectáreas de las más de quinientas que componen el parque urbano más grande del país, Stanley Park, arrancando casi diez mil de sus árboles. Este frondoso bosque, ubicado en la punta de la península de Burrand, donde se desplanta Vancouver, consta, entre otros atractivos, del Seawall, una serie de acantilados sobre el mar con su respectiva calle peatonal. Un sitio en donde se practican los deportes al aire libre y en el que, desde que ocurrió esta tragedia ecológica, voluntarios de todas las edades se han dedicado, en perfecta sincronía con las autoridades, a su restauración y reforestación.

Así como para conocer mejor a una persona basta abrir su refrigerador, entrar a su baño, husmear en su closet o verla en un momento de crisis, para conocer un país no hay como observar sus ciudades, sus parques y sus reacciones frente a las adversidades que plagan su historia. De los canucks, así se autonombraron los canadienses, diré que me comprobaron su civismo y profundo amor por la naturaleza, así como por ellos mismos, pues gracias a su ingenio y compromiso siguen disfrutando diariamente de las actividades al exterior en su parque favorito.

Lo que yo me pregunto es ¿por qué será que entre más al norte va uno, más productivos, evolucionados y educados son los pueblos? Hasta la gente que va de visita acaba por dejarse influir. Tal vez sea porque se requiere de mayor efectividad para sobreponerse a las difíciles circunstancias climáticas de los países fríos. Y al ver lo bien que funciona todo, hasta los visitantes se acoplan. Quién sabe. La cuestión es que, frente al evolucionado comportamiento de los habitantes de este país, uno de los más al norte del hemisferio, me acordé de un libro que escribió Amelie Nothomb titulado Péplum. Una fantasiosa novela donde la protagonista entra al quirófano para realizarse una pequeña operación y despierta 585 años después, es decir, en el 2580, para encontrarse un mundo muy diferente al que recordaba. Entre otros cambios el planeta, según lo que ahora mismo recuerdo, se ha dividido en dos: la confederación de estados del sur y la del norte, donde una tiene prohibido el acceso a la otra. “El eje norte-sur es el de la riqueza-pobreza. El eje este-oeste es menos fundamental: contrapone dos culturas, dos filosofías. El diálogo parece imposible y la confrontación ardiente. El eje norte-sur cierra todas las bocas.”, escribe Nothomb. ¿Será que estamos destinados, natural y genéticamente, a esta división sin solución? ¿O habrá manera de contagiar un poco del bienestar que a unos les sobra, a los que menos tienen?

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Una división que se repite también en las diferentes generaciones, donde entre una madre y una hija y los veinticinco años que las separan, hay un abismo. Hoy toca subirnos al barco para continuar la ruta hacia el norte, Alaska, la última frontera. Mi mamá está tan contenta que parece dirigirse a la conquista de un derecho. Yo en cambio siento que voy a perder los míos: ya me quiero bajar y aún no hemos zarpado.

Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza. Jean-Jacques Rousseau

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Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca. Simón Bolívar

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