Bef insiste con sus Ojos de Lagarto, una novela de Mexicali, con un dragón que lanza fuego y que pasó inadvertida cuando la publicó.
Ciudad de México, 15 de mayo (MaremotoM).- Ojos de lagarto (Océano) ya la había sacado Bef en años anteriores, pero nadie le prestó atención. La historia es magnífica y viene de Mexicali, cuando un incendio delató a miles de inmigrantes chinos que estaban ilegales en México.
Ahora, reeditada, luego de los libros que sacaran Beatriz Rivas (Jamás nadie) y Julián Herbert, La casa del dolor ajeno, en donde se cuentan la matanza de los chinos por parte de tropas revolucionarias y ciudadanos de Torreón, el ambiente está más propicio.
En Ojos de Lagarto, sucede en Shanghai, donde una residencia es atacada por una rebelión, cuyos soldados prenden fuego a los edificios. Un pequeño niño es rescatado por un anciano que le entregará tres misteriosas esferas de marfil para huir a otro continente y protegerlas con su vida.
En otra parte del mundo, ambiciosos traficantes de especies exóticas realizan negocios que los llevarán a un descubrimiento insólito, un animal similar a muchos otros y al mismo tiempo tan único. Tanto que la impresión que causa al verlo deja perplejos a sus descubridores, todo un suceso que desde luego no terminará bien.
Varios años después en el México posrevolucionario, un humilde veterinario espera cruzar junto a su hijo la frontera a Estados Unidos. Mexicali es la última parada. Un movimiento arriesgado los lleva a involucrarse con la mafia china que tiene dominado el territorio, mucho menos con el líder de la organización ahora entrado en años que resguarda el mayor de los secretos de la Chinesca, ése que los traficantes no han parado de buscar.

“Lo primero que vimos fue un par de luces ámbar suspendidas en la oscuridad. Las dos luciérnagas gemelas eran los ojos brillantes que adornaban su cabeza de lagarto, del tamaño de la de un caballo”, escribe Bef, construyendo un dragón que no se parece a Games of thrones, pero aquí está.
Bernardo Fernández, Bef, es novelista gráfico y no gráfico. Miembro de una generación de narradores que legitimaron la ciencia ficción, el género policiaco y las historietas, es pionero y gran impulsor de la novela gráfica en México. En este género ha publicado Espiral, La calavera de cristal (en coautoría con Juan Villoro), Uncle Bill, Historias Gráficas, El instante amarillo y Habla María. Una novela gráfica sobre el autismo. También es autor de varias novelas, entre ellas los cuatro volúmenes que integran la serie Alacranes: Tiempo de alacranes, Hielo negro, Cuello blanco y Azul cobalto, así como del libro de relatos Escenarios para el fin del mundo. Con un puñado de premios nacionales e internacionales y traducciones a seis idiomas, divide su tiempo entre la narrativa, los cómics y la gráfica.
–¿Ojos de lagarto es tu nuevo libro?
–Es una novela de aventuras que se basa en algo real. En 1923 hubo un incendio en el barrio chino de Mexicali, que se conoce como “La chinesca”. Cuando llegaron los bomberos a apagarlo descubrieron dos cosas. Una es que las casas de este barrio estaban interconectadas por túneles. La otra es que había mucho más chinos de los que estaban registrados en Migración. Se registraba uno y entraban cuatro o cinco. Me causó fascinación pensar qué hubiera sucedido si a este incendio lo produce un dragón chino que escupe fuego.
–El dragón nos hace acordar a Games of Thrones
–No, porque yo escribí este libro hace nueve años. Estábamos cuando salió con la fascinación del centenario, así que el libro pasó inadvertido. Por el otro no es un dragón tipo medieval, no es una novela de dragones, es una novela de aventuras y animales exóticos. Empieza en el Congo, es una novela que junta animales extraños, aventureros colonialistas y además un mafioso chino en Mexicali, que tiene escondido un dragón en su sótano, un anciano, un veterinario y su hijo, que buscan a la familia de la madre que es gringa. En este lugar se van a cruzar todos los personajes.
–¿Cómo te enteraste del incendio?
–Es una historia peculiar. Resulta que Gabriel Trujillo, que es un escritor de Mexicali, muy bueno es también muy prolífico. Un día me invitó a ilustrarle un libro de mitos y leyendas de Mexicali, ahí me enteré del incendio de “La chinesca”. Una amiga mía que vive en Mexicali, Yolanda Jiménez Gallardo, fue al registro catastral y tomó una foto de Mexicali.
–Yo voy seguido a Mexicali y siempre digo que es una ciudad horrible con gente buenísima
–Exacto. Es muy fea, pero tiene a personas maravillosas. Es el peor clima, espantoso, con gente de gran corazón. Nunca he estado en el calor de allá, pero que levanta 50 grados. Una tierra de escritores, de poetas, hay una crónica maravillosa que hace Revueltas. Es la segunda ciudad más septentrional del país, después de Tijuana, pero sí está como en un limbo extraño. Es una novela sobre la inmigración china en México y hubo un momento en que las calles estaban en mandarín y en español.

–Y la comida china es deliciosa
–Totalmente. ¡Mejor que en China! Tenemos una raíz asiática que no reconocemos siempre.
–Este Ojos de lagarto ¿es para adolescentes?
–No, yo creo que es para todos, quiero pensar que personas de cualquier edad se pueden conectar. Hay cierto espíritu lúdico para los lectores jóvenes. Los géneros sirven para que tú sepas qué te vas a encontrar dentro del libro. Si quieres leer sobre vaqueros ya sabes a qué estante ir, si quieres leer sobre astronautas, pero no sirve para mucho más que eso. En México venimos de una tradición francófila y muy rígida para la cuestión de la imaginación. Cuando yo era joven y hablaba de que escribía ciencia ficción, novela policial, había un desdén institucional. Se ha ido asimilando, el público joven es más receptivo a este tipo de historias.
–¿Qué tipo de novela es Ojos de lagarto?
–Yo hablo de ella como de una novela de aventuras, pero creo que tiene esta ventaja, es una novela híbrida.
–Tú tienes de todas maneras mucha libertad para dibujar, escribir…
–Soy un privilegiado, valoro mucho mi libertad. Ahora hay escritores muy jóvenes que hacen estas cosas. Para mi generación, hacer una novela que tuviera un dragón era casi un insulto para la literatura mexicana. En el 2009 quizá por ello no tuvo la resonancia que yo pensaba.