Betsy Pecanins

“Cantar no es lo que hago, sino lo que soy”: Recordando a Betsy Pecanins

Con cuarenta años de trayectoria, llegaba a la Escuela del Rock a la Palabra a impartir clases sin halos de rockstar, sin esas poses que permitimos a las estrellas consolidadas. Sencilla, franca, jovial, corregía de inmediato a quien le hablaba “de usted”. Bajita, con su larga y lacia cabellera, entraba sigilosa, vestida con ropa negra y holgada que no ocultaba su figura esbeltísima, fina, frágil.

Ciudad de México, 12 de agosto (MaremotoM).- “Hoy vamos a hacer un ejercicio. En un papel escriban por qué cantan, por qué quieren cantar, qué es para ustedes la voz”, dijo la maestra de canto y todos agarraron el lápiz.

Después de un rato, cada uno leyó sus respuestas: “Me apasiona cantar, es mi vida”, “Me siento libre y puedo expresar muchas cosas”, “Me gusta, me encanta, siento que nací para esto”.

Ella los escuchó con sus oídos afilados y los observó con su mirada dulce, profunda, diáfana. Después compartiría su respuesta, la raíz de su pasión, esa que la llevó a ser una de las mejores cantantes de blues en México, o la mejor, a ser la reina del blues.

“Para mí cantar es vivir. Mi voz es mi parte sana y mi vitalidad, a ella siempre me aferré. Cantar no es lo que hago sino lo que soy”, aseveró firme Betsy Pecanins aunque su voz se volvía cada vez más temblorosa, ronquita, débil, debido a una disfonía espasmódica que fue dañando sus cuerdas vocales durante más de quince años.

Con cuarenta años de trayectoria, llegaba a la Escuela del Rock a la Palabra a impartir clases sin halos de rockstar, sin esas poses que permitimos a las estrellas consolidadas. Sencilla, franca, jovial, corregía de inmediato a quien le hablaba “de usted”. Bajita, con su larga y lacia cabellera, entraba sigilosa, vestida con ropa negra y holgada que no ocultaba su figura esbeltísima, fina, frágil.

Betsy Pecanins
Bromeaba cuando se equivocaba al tocar escalas de vocalización en el piano. Foto: Cortesía

Bromeaba cuando se equivocaba al tocar escalas de vocalización en el piano;  era amorosa, amable, pero poco complaciente, pues no titubeaba cuando enseñaba: “Puedes dar más. Estás desafinada. Debes trabajar cada nota”. En esta escuela de la Ciudad de México daría clases durante muchos años, hasta que los dolores de la espalda que la acompañaron desde niña y otras complicaciones de salud, se agudizaron hasta extinguir su tono, sus grandes ojos y sonrisa, el 13 de diciembre de 2016.

Elizabeth Taylor Pecanins, su nombre de pila, nació en Yuma, Arizona, Estados Unidos, en 1954, pero vivió la mayor parte de su vida en México. Desde 1977 adquirió la nacionalidad. Hija de un maestro de escuela estadounidense y una pintora catalana, creció en un ambiente plurilingüístico donde convivían el jazz y el blues norteamericanos, la poesía y pintura catalanas y la cultura mexicana.

En sus primeros 14 años en Phoenix Arizona, aprendió a tocar piano, flauta transversal y a cantar en coros estudiantiles. Luego, a los 17 años viajó a Barcelona para estudiar pintura donde descubrió que cantar le venía mejor, de manera natural.

Comenzó entonces a tocar canciones propias y de otros, acompañada de su guitarra y dentro de un estilo folk para pagarse sus estudios. Llegó a cantar en catalán en la televisión nacional española durante el periodo franquista, cuando no era bien visto.

Betsy Pecanins
El blues y el ranchero tienen mucho en común, los dos son cantos muy dolidos, tienen una historia de dolor, de tragedia y luego hay un humor, como que te ríes de ti mismo, disfrutas el dolor. Foto: Centro Nacional Cortesía

A México llegaría posteriormente, buscando un lugar más libre para explorar su inquietud artística. En su primer disco Viendo tus ojos (Pentagrama, 1980) interpretó canciones del compositor Federico Álvarez del Toro, con quien después adoptaría a su única hija Anna Teresa, “Tessa”, como le decía Betsy y ahora todos.

En los ochenta, el blues que siempre estuvo latente en sus melodías, se le asentó mejor en el cuerpo, y por ahí de 1983, comenzó a montar piezas de este género con músicos como José Cruz, Alejandro Cardona, Severo Viñas, Carlos Tovar y Fernando Ábrego, algunos de ellos, después fundarían Real de Catorce, unas de las primeras bandas de blues en español.

La colaboración con José Cruz, quien más tarde también se convertiría en una figura, fue breve. A la distancia, fue descrita por ambos como un periodo donde aprendieron mucho entre tensiones, egos y encontronazos. “Trabajar con José era muy difícil, es un hombre que estimo, es una parte importante de mi vida, aprendimos muchas cosas juntos… Era mi banda, había cosas donde sí era parte y otras en las que no, había una especie de enojo (de su parte). Finalmente yo fui la que decidió romper. Hubo un tiempo en que me ignoraba y hablaba pestes de mí, ahora valora mi trabajo”, relató la compositora en una entrevista para el canal de YouTube En busca del rock mexicano (2014).

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José Cruz, el blusero de espíritu dionisíaco que a diferencia de ella, tan apolínea, exploró para crear en los arrabales y en las sustancias que alteran la conciencia y el carácter, le contó a su biógrafo Juan Pablo Proal, autor de Voy a Morir, que estalló en reclamos cuando en el disco Betsy canta blues (1985), se suplió el solo de armónica que había grabado.

Aún molesto, relata, él y los demás músicos acudieron al brindis de aquella Navidad que Betsy había organizado. “La banda tomó el gesto como un llamado de paz”, pero los músicos se sintieron defraudados al percatarse de que no había cena, sólo una botella de ron barato y un par de bolsas de papas fritas. Entonces Betsy le diría a José, que veía que no estaba a gusto; él se lo confirmaría. “Si no estás a gusto puedes irte”, le soltó. “Está bien”, respondió. Y los demás se fueron con él, “pues eran fieles a su líder”.

Luego vendrían otras bandas, colaboraciones con poetas y otros músicos, dúos memorables como el que hizo con su amigo Guillermo Briseño, otra leyenda del rock y el blues mexicano. En el disco Nada que Perder (Milan 1994), a piano y voz interpretan piezas de blues tradicional y de The Beatles, además de composiciones de ambos en español.

Su fuerza y calidad interpretativa, así como su capacidad de innovar, quedaron más que demostradas en Efecto Tequila (Milan, 1995), un trabajo donde bluseó canciones rancheras con chelo y piano.

“El blues y el ranchero tienen mucho en común, los dos son cantos muy dolidos, tienen una historia de dolor, de tragedia y luego hay un humor, como que te ríes de ti mismo, disfrutas el dolor. Son cantos muy sensuales, yo creo que el blues no cae tanto en el lamento y las rancheras sí. Son esos temperamentos, es bonito jugar con ellos”, explicaba en la entrevista ya citada.

Así era ella, azul, un fuego azul, no era oscura. “¿Cómo estás Betsy?”, le preguntaban sus estudiantes. “Bien jodida, pero contenta”, contestaba con un humor muy de ella. No le gustaba mucho hablar o que le preguntaran de su salud. Nada de autoconmiseraciones o pobretearse con los demás aunque le doliera todo.

De 1980 a 2009 grabaría 14 discos donde exploró y fusionó diversos géneros además del blues: folk, balada, rock, son, jazz. Cuando su voz se convertía en un susurro y se le acumulaban pérdidas de familiares y amigos, pasó una larga estancia en un hospital donde quiso morirse, pero resistió y regresó a componer, “porque la voz no sólo es cantar, es expresarte”, afirmaba.

En los últimos años, armó y presentó el espectáculo Ave Phoenix. Renació, venció una vez más la enfermedad. La última crisis la llevaría a indagar en su infancia, en sus primeros años en el desierto, en el México doloroso del presente; a escribir, reírse, reinventarse, a rapear sus textos. El resultado fue un material doble grabado póstumamente donde hay rock, blues, jazz y electrónica; canciones poéticas, décimas y rap; mucho humor, groove y baladas hondas.

Ave Phoenix (2018) fue grabado por músicos que la acompañaron durante muchos años: Felipe Souza, guitarra eléctrica; Mónica del Águila, violoncello; Alfonso Rosas, bajo eléctrico; Héctor Xavier Aguilar, percusiones; Jorge García Montemayor, guitarra acústica, y las voces de las Taylorettes: Elena Garnes, Natalia Marrokín, Nayeli Stanfield. También participan muchos artistas y amigos entrañables, la otra familia que fue tejiendo en toda su carrera.

Sí, su cuerpo parecía de porcelana pero su voz fue de un metal precioso, de los que brillan intensamente después de pulirse paso a paso, de los que resisten temperaturas infernales y cambios drásticos en su materia, de los que se transforman para ser otros sin perder su valor, la esencia.

Ella sigue enseñando cómo pararse en un escenario, cómo cantar como negra siendo blanca, cómo resistir frente a todo. Su fuego azul seguirá iluminando a nuevos escuchas y a las almas aventureras con la misma pasión. 

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