Cómo ha leído y criticado Enrique Krauze a Carlos Fuentes

En sus textos, abunda Enrique Krauze, México era un libreto, no un enigma ni un problema y casi nunca una experiencia.

Ciudad de México, 29 de marzo (MaremotoM).- Vayamos a 1976. Enrique Krauze quizá fue el iniciador de la crítica insidiosa a costillas del autor de Aura, Carlos Fuentes. Aunque se dice que Octavio Paz estaba en contra de publicar un artículo donde desmenuzaba las carencias y las posibles virtudes de un escritor icónico, el historiador colocó en el pandero la resolución de machacar la otrora intocable prosa. “La comedia mexicana de Carlos Fuentes”, ese texto de Krauze, atrajo la curiosidad. Eduardo Antonio Parra hace memoria y cuenta cómo Fernando Benítez entró al juego y, con ese aire a gángster literario, dijo, –sólo en México se podía ver a los santos municipales pegarle a nuestros ídolos consagrados.

Esa polémica no sería la última ocasión para discutir la autoridad del creador de La región más transparente. Guillermo Sheridan, a propósito de Gringo Viejo, incluye un artículo en la Revista de Literatura Mexicana en 2006. Con argumentos de Krauze, Sheridan dedica un apartado a desmentir el uso de la historia de la Revolución mexicana en las tramas, por inverosímil, y se lo cobra a Fuentes sugiriendo un reduccionismo simplón de, por ejemplo, las variedades de la identidad. Subraya que la novela es un absoluto fracaso, un recetario de ideas sobre lo mexicano adquirido en el mercado de pulgas intelectual de los ’50.

Por su lado, Enrique Krauze expone sus juicios después de revisar el plan literario puesto en circulación por Fuentes y dedica al escritor líneas como ésta:

“…en nombre del derecho experimental, Fuentes escribe novelas sin centro: vastos, confusos, disformes y abrumadores happenings literarios, volátiles parodias de otras novelas propias o ajenas, o de sí mismas (…) Por las palabras, Fuentes es, para bien y para mal, un verdadero escritor, un gran talento sin obra definitiva. La misma, antigua obsesión que lo ha llevado a intentar experimentos riesgosos y lograr páginas de admirable vitalidad, lo ata a un tiempo y una retórica que pasarán muy rápido”.

El dolo atribuido a una percepción en su momento incendiaria se agudiza. Decía Christopher Domínguez que el texto enumera el pensamiento general respecto a la obra de Fuentes. Escéptico, confuso y, dotado de un didáctico sarcasmo, Krauze exhibe su desacuerdo con Fuentes en cuanto al uso de la historia, de sus trampas verbales, la prisa y la consecuente imprecisión de los juicios hechos; la facilidad y autocomplacencia de sus indignaciones le causa sorpresa. Dice no entenderlo. Su duda es una réplica. Cuestiona legítimamente lo cuestionable. Considera nada victorioso el resultado de Fuentes ante su propia propuesta, pues no escribe lo que la historia encubre o falsea. El novelista, según el crítico, estaba dejando de hacer el examen a la realidad mexicana. Se había entregado al mimetismo de ésta. La literatura no decía algo más. No transformaba. Para Sheridan, por ejemplo, el sistema de Fuentes es un sistema inerte, no inquisitivo sino sancionado, cuya clausura supone atavismos inmodificables.

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Todavía no se hacía referencia, sin embargo, al ámbito político, o no explícitamente. Les interesaba atacar por el lado que Fuentes preservaba como coto vedado, como espacio de libertad, el de lo literario. Krauze enlista a Lawrence, Lowry o a Buñuel y le pregunta a la obra de Fuentes qué tanto ha dicho a México como lo han dicho las obras de estos visitantes. También enlista a Paz o a Rulfo. Los mexicanos encarnaban, según este cuestionamiento, a México; los extranjeros lo capturaron. Pero con Fuentes, dice, por algún motivo que desconocíamos, bordeaba esa realidad deteniéndose a escucharla en un plano externo. En sus textos, abunda, México era un libreto, no un enigma ni un problema y casi nunca una experiencia.

Se habló de Fuentes. Se apostó por cuestionarlo. Se trajo a la memoria la mofa atribuida a José Revueltas: “Fuentes es de los que se para en la puerta de la vecindad y siente que ya conoce la pobreza”. Más allá de una posible mala intención oculta, Krauze dedica el texto a pasar revista a la obra. Pone en tela de juicio lo dicho hasta entonces. No se cree eso de que Fuentes ya era un consagrado. Parece provocarle disgusto y se pregunta por qué lo sería en caso de estar analizando la obra de uno de los novelistas más importantes de México.

¿Imaginaría las consecuencias de hablar como hablaba del autor? Al hacerlo, entre otras cosas, provocaría que se espesara la imagen de Fuentes, el conocedor del país. Parecería treta infantil el velado y presunto objetivo de criticarlo: Octavio Paz y su ambición por el Premio Nobel de Literatura, por ser el único. Utilizar el término de Guerrillero Dandy, como el fundador de Clío llama a Fuentes, fuera una ociosa broma. Algunas controversias hechas por Krauze lindan con una moralina y un dedo censor que no correspondía a la libertad que se puede atribuir a la obra. Pero, tal vez, las promesas de Fuentes o sus pretensiones literarias en algo justifican el cuestionamiento. Krauze se alzaba como el que tenía el bastón para decir qué sí y que no era verdadera aportación a las letras mexicanas y a su historia. Hoy, sin embargo, dicho eso y visto lo visto, pienso que el Fantasma de Fuentes debe estar riendo con risa de obispo en algún lugar.

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