Akademgorodok, la versión rusa de Silicon Valley, fue fotografiada por vez primera por este “fotógrafo mexicano distraído” y lego. El resultado es fascinante, con un libro en RM y un Almanaque Fotográfica increíble.
Ciudad de México, 14 de abril (MaremotoM).- Quien haya visitado algún vez Rusia, ex la Unión Soviética, habrá notado esas realidades distintas, esos tiempos que son tan antiguos y tan propios, ese mirar al futuro desde un pasado que lo transmite el nacionalismo a ultranza. Uno es ruso y no hay que decirlo.
El fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio (Ciudad de México, 1952) viajó a Rusia hace unos seis años y visitó el principal centro educativo y científico de Siberia, fundado en 1958 e hizo un libro que se llama AkademGorodok, una coedición de la Dirección General de Publicaciones del Conaculta y editorial RM.
Integrado por 50 imágenes, exhibe el interior de unos de los lugares que hasta 1989 habían permanecido vedados.
Pablo Ortiz Monasterio fue uno de los 20 fotógrafos invitados a retratar espacios emblemáticos de Rusia en el 2013, un año antes de que dicho país fuera sede del encuentro de los G-20; el reconocido fotógrafo comentó que AkademGorodok es una perfecta suma de equívocos.
“Alguien de Dinamarca me recomendó, me llamaron y cuando me di cuenta dije voy a Rusia, propuse hacer un trabajo sobre la carrera espacial, dijeron que era secreto industrial, entonces pensé en los submarinos atómicos, quería algo de la high tech soviéticos pero tampoco hubo chance”.
Explicó que le interesaba visitar ciudades como Siberia, que habló con un amigo francés que había estado fotografiando en Rusia y le dijo que Siberia, es una ciudad con mayor densidad chamánica en el planeta. “Los chamanes es un tema que me gusta lo he hecho, pero no me hacía tanta ilusión, aun así lo planteé y dijeron que sí”.
El tema del equívoco es que después de una comida lo invitaron a visitar el laboratorio que estaba siete pisos abajo, que no había visto al principio y que entonces descubrió un mundo subterráneo, con más de 30 kilómetros de túneles.

“Entrar fue una sorpresa, vi máquinas muy peculiares con una gran paleta de colores, me di cuenta que era un lugar moderno. Me pregunté qué hacen aquí, de qué se trata, tienen una cosa antigua o detenida en el tiempo, me dije que aquello está extraordinario y que ese era mi tema, vi si era posible cambiarlo y dijeron que sí”, relató.
“Tuve la sensación de estar fotografiando como si estuviera ciego. Sabía que había cosas que estaban ahí pero no las veía porque no tenía la suficiente información pero que la cámara lo estaba registrando; ya después, con investigar un poco y de aprender a distinguir qué era qué y cómo. Estaba como en shock como fotógrafo, en el momento no te pones a reflexionar sobre qué hacer”, dijo en el momento de presentar el libro, en 2015.

En su apogeo, la AkademGorodok fue el hogar de 65 mil científicos con sus familias. El ahora llamado Instituto de Física Nuclear Budker, fue por décadas, pionero en la Ciencias Nucleares.
De los muchos laboratorios que componen el AkademGorodok, el laboratorio de física nuclear fundado en 1958 por el célebre Gersh Budker es sin duda el de mayor relevancia histórica. Lo que ahí sucede es invisible al ojo humano, investigan la naturaleza y el comportamiento de las partículas elementales con ayuda de colisionadores electropositrónicos, se ocupan también de la física del plasma y las reacciones de la fusión nuclear controlada.
Hoy, en un video destinado a hablar de su libro, de Almanaque Fotográfica, trae esas fotos singulares, realizadas por uno de nuestros mejores fotógrafos en Novosibirsk, con una máquina digital, casi sin preparación, en túneles demenciales, casi a oscuras, como si fuera un ciego.
Son fotos distintas en manos de este hombre que es artista, editor, fotógrafo y promotor cultural, ha publicado más de una veintena de libros sobre su trabajo fotográfico, entre los que destacan La última ciudad, con un texto de José Emilio Pacheco por el que recibió el premio al Mejor libro fotográfico del festival La primavera fotográfica de Barcelona, 1998 y el Ojo de oro del Festival des Trois Continents, 1997, Francia.
Ha realizado exposiciones individuales en el Museo de Arte Moderno, en el Centro de la Imagen y en el Palacio de Bellas Artes de México, así como en museos y galerías de Estados Unidos, Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Cuba, España, Inglaterra, Francia, Holanda, Portugal e Italia.
En 2001 fue invitado como curador al festival PhotoEspaña de Madrid. Ha impartido talleres sobre fotografía y edición en Estados Unidos, Cuba, España, Argentina, Ecuador, Brasil y México.
Ha dirigido tres proyectos editoriales: la revista Luna Córnea, Río de Luz y México Indígena, fundó también el Centro de Imagen y fue miembro fundador del Consejo Mexicano de Fotografía; en 1989 fue coordinador del proyecto 150 años de la Fotografía en México.
–¿En qué momento hizo el viaje?
–Eso lo hice en 2013, publiqué el libro con RM, quedó fabuloso. Fue un viaje muy breve. Es interesante porque marca las contradicciones de la Rusia actual. Me invitó el Estado por esta reunión del G20, algún burócrata dijo cómo le hago para quedar bien con los jefes de Estado, ya sé, voy a invitar a un fotógrafo de cada país para que vengan a fotografiar Rusia. Yo inmediatamente me acordé del libro de Joan Fontcuberta, Sputnik y les dije que quería hacer la carrera espacial. A los dos días me llaman y me dicen: Imposible, es secreto industrial. Así pasó con los submarinos nucleares. Yo acababa de leer de un joven matemático que había resuelto una paradoja que llevaba siglo y medio que nadie la podía resolver…esas mentes brillantes que hay en el pueblo ruso, pensaba también en las Pussy Riot, pero a todo me decían que no. Le hablo a mi amigo Abbas Attar, quien falleció el año pasado, que acababa de estar en Rusia y me dice: –Vete a fotografiar chamanes. Órale, voy a hacer chamanes en Siberia. Viajé durante 36 horas, cuando llegué a Moscú me tocó Snowden en el aeropuerto, que se refugiaba en Rusia, tenía que tomar un vuelo a Novosibirsk, irme hacia Asia, un vuelo de 7 horas, llego exhausto y me dicen que no hay coche para ir a ver a los chamanes. Descanso esa noche y al otro día me dicen que sigue sin haber coche pero que me iban a llevar a conocer un auditorio. El auditorio era una cosa de ciencia muy importante, tomé algunas fotos y nos fuimos a un lunch, cuando estábamos comiendo me preguntan que por qué no había querido entrar. Es que hay un Centro de Ciencias, que viene de la época de Stalin, es que tú lo que veías ahí eran unos edificios venidos a menos, pero no viste los siete pisos para abajo, los túneles, esa tarde me metieron al laboratorio de física nuclear, donde desarrollaron no sólo la bomba sino tantas aplicaciones que tienen con el rayo láser. Todo estaba pintado con muchos colores, unas máquinas increíbles y una hora para poder entrar. Yo llevaba cámara y me dijo la recepcionista: –Jamás ha entrado una cámara y salido.

–Es increíble que nunca haya entrado la cámara, hasta qué punto estuvo la visión de la Unión Soviética, que no tenía al hombre como centro sino el mundo, pensaba en Chernobyl…
–Claro. Ligada a eso y con contenido desde el inicio de Chernobyl hasta AkademGorodok fue cuando el socialismo todavía era factible. Ahí, estas mentes brillantes se dan cuenta de que no está jalando, esto sucede hasta los 70, que empiezan las pequeñas críticas hasta la disolución. Había mística en esos proyectos, donde nadie los iba a derrotar. Fue muy interesante para mí, jamás se me ocurrió pensar que iba a ser una mezcla de científicos con un taller mecánico mexicano. Imagínate que en esa época dedicaban el 7 % del PIB a la ciencia, cuando hoy Rusia dedica .2 a la ciencia.
–Desde el punto de vista técnico, ¿usted fue con una sola cámara, fue sin luces, cómo hizo?
–Ese es un proyecto que se pudo haber hecho por las cámaras digitales. Ese comentario que me tardé una hora para entrar con la cámara, revela la resistencia cultural de por qué entra con una cámara. El primer día me llevaron muy amablemente, pero yo regresé ahí durante los 10 días, en dos días no me dejaron entrar. Se empezó a generar una resistencia de los propios científicos que obedecían a los usos y costumbres de aquella época, por más que Moscú ahora le dijeran que me dejaban fotografiar. Yo llevaba una cámara digital y lo que esas cámaras han desarrollado es mucha sensibilidad. En cámara analógica lo más rápido que tenía era 800 asas y ya empujabas la película, blanco y negro, estas cámaras tienen 125 mil asas, son muy sensibles, en poquita luz puedes retratar muy bien. Además, había todo tipo de focos, no me dejaban poner tripié, hay 35 kilómetros de túneles, me gustaba quedarme atrás, para que no salieran los que me llevaban y uno de ellos me dice: –Si se pierde usted, no se preocupe, lo encontramos, pero no se mueva, porque si se mueve no va a saber dónde está. Entonces trataba de irme adelante, para que no se me perdiera. Era como un laberinto y todo pintado de colores. Ahí de repente pensé que tenía una lógica pintar los túneles de tal o cual color, pero veía también las máquinas, pintas de verde, de rojo, de naranja, de amarillo…no entendía nada. Me gusta decir que eso lo fotografié ciego, no entendía nada, no podía decodificar ningún símbolo. De repente pregunto por qué los colores, quieren decir algo y me dicen: –No, Monasterio, hablábamos a Moscú, que necesitábamos pintar, nos mandaban una pintura y pintábamos eso…Al final, eran como los huicholes, me daban información errónea para confundirme, aquello, hasta el año 90 eran 7 pisos para abajo para que nadie los viera, órdenes de Nikita Jrushchov. De repente ahí un mexicano distraído, con una cámara…
https://www.youtube.com/watch?v=msGWYM4zGfc
–¿Esta obra es distinta en toda su carrera?
–Nunca me había tocado entrar a un laboratorio de física nuclear, ni hacer trabajo científico, lo mío son los indios, la ciudad de México, como mi padre fue cirujano plástico hice un trabajo sobre esa profesión y fue lo más cercano que estuve a la ciencia. De repente me topo con esto de una manera muy desinformada. Estoy como ciego fotografiando. De lo que me doy cuenta es que es diferente porque es algo que nunca nadie ha visto, ni en Rusia ni fuera de Rusia. El valor de aquello es lo exótico, la ciencia es profundamente exótica. No es un trabajo en profundidad, sino una mirada naive, salvaje, que entra en medio de un secreto de la Guerra Fría. La idea era mostrar la superficie alucinada. Para nosotros los legos es una superficie hecha con máquinas increíbles.
–¿Qué pasa con la fotografía en México con el tema del coronavirus?
–Hay varias iniciativas para fotografiar el confinamiento, el encierro. La verdad es que la foto es testimonial, pero no quiere que andemos por la calle. Hay algunos fotógrafos haciendo hospitales, pero luego hay la fotografía vernácula, casera, pero esta idea de documentar el encierro en sí mismo, de cómo nos sentimos, la neurosis empieza a aparecer, creo que hay muy pocos fotógrafos que logran documentar esto. Pero creo que la foto en sí misma está muy calladita. En el fondo hay pocas variables del confinamiento, habrá sin duda alguna pieza genial, pero será lo menos. Todas serán similares y matar el tiempo. Yo me he dedicado a mi archivo.