Confinados

CONFINADOS | Confinada por derecho propio y convicción profunda

De haber sobrevivido para contemplar esta pandemia seguramente le habría hecho mucha gracia eso del “aislamiento social obligatorio”. Tampoco puedo imaginármela con un barbijo…

Ciudad de México, 12 de mayo (MaremotoM).- Mi abuela paterna nació en 1920 en un pueblo perdido en la llanura que en aquella época apenas tenía unos 500 habitantes. Durante los 80 años que vivió sólo se mudó una vez de casa. Una distancia de apenas 70 metros. Mientras vivía mi abuelo, ella ni siquiera iba a hacer las compras. Los domingos por la mañana se vestía con el único traje que tenía para salir y se iba a misa.

Mientras tanto, la abuela no frecuentaba los bailes, no iba a los casamientos cuando la invitaban, no salía a cenar a casa de amigos o vecinos y hasta estuvo sin hablarse con su hermana que vivía casa de por medio durante más de una década.

Sus salidas del pueblo en que nació se cuentan con los dedos de una mano. Una sola vez fue a Buenos Aires por un problema de salud. Fue un viaje inolvidable que no quise perderme por nada del mundo. La abuela pedía que detuviéramos el auto porque la mareaba la ciudad. Subió con mucho miedo en el ascensor que llevaba al cuarto piso donde teníamos nuestro departamento porteño. Y se quiso volver al día siguiente de ver al médico sin pasar por la casa de dos de sus hermanas que hacía cuarenta años que no veía! “¿Para qué?” nos dijo cuando le propusimos la visita “Si ni siquiera nos vamos a reconocer!”

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La mayor parte de su vida vivió en una casa que tenía una cocina, un comedor que se usaba sólo para la cena de Año Nuevo, un baño y dos dormitorios, uno de los cuales transformó en local comercial para uso de mi familia 20 años antes de su muerte.

Confinados
Oscar Guisoni empieza a escribir su columna Confinados. Foto: Cortesía

Alguna que otra vez se trasladó, durante los últimos años de su vida, a la ciudad en la que vivía mi padre, a 100 kms. de distancia. Nunca se subió a un tren ni a un micro. Nunca tuvo auto. Sólo escuchaba una vieja radio por las noches, cuando el insomnio no la dejaba dormir y se entretenía con un programa de tangos, mientras hacía tortas y conservas. Sólo aceptó un televisor el día que mi padre se lo regaló.

Hija y nieta de gallegos y asturianos, mi abuela era una confinada por derecho propio y convicción profunda. Y era una persona feliz y luminosa. Su presencia llenó de amor nuestra infancia y adolescencia (vivía en la casa de al lado, no tenía que moverse demasiado para vernos a nosotros, sus únicos nietos, ya que mi padre era hijo único – hasta en eso era austera la abuela).

De haber sobrevivido para contemplar esta pandemia seguramente le habría hecho mucha gracia eso del “aislamiento social obligatorio”. Tampoco puedo imaginármela con un barbijo…

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