Llegué a la escuela sin entender muy bien la magnitud de lo que había sucedido. En el pueblo fueron pocos los que comprendieron que ese día de marzo la dictadura había clavado su muerte en el último confín de la llanura.
Ciudad de México, 21 de julio (MaremotoM).- “Creo que fui a hablar con la persona equivocada” le dijo don Santiago al doctor y se quedó musitando sus temores. El dentista se quedó preocupado. Esa misma tarde se fue a encontrar con Evaristo, uno de sus peones. Tenía que viajar al campo para comprobar cuánta hacienda le habían robado.
“Entonces le dije lo que me habían sugerido que le advirtiera” me contó Evaristo muchos años después. El viejo peón ya estaba jubilado y vivía a la vuelta de mi casa. Me gustaba su hablar cansino, sus historias de campo. “Que se estuviera quieto” me dice “Eso le dije”. (Mejor quedate en casa). Don Santiago lo miró y no dejó traslucir el miedo que comenzó a escurrírsele por el pescuezo.
Entonces llegó aquella mañana fresca de marzo en la que me fui de madrugada, como hacía todos los días, hasta la escuela que estaba en el otro extremo del pueblo. La mañana era igual a todas las mañanas de final del verano en la llanura. Pero ese día no fue igual a ninguno de los otros días que vinieron.
Un sinnúmero de patrulleros, ambulancias, autos de civil, aparecieron de repente en una de las esquinas del centro. Había un ir y venir de personas con rostro preocupado y se empezaban a acumular algunos vecinos en las esquinas que intentaban descubrir qué había sucedido.
“Asesinaron a don Santiago Pomphile” afirmó muy convencido un señor a mis espaldas “de un solo tiro, lo encontraron hace un rato en su casa”. Viejo dirigente peronista de la ciudad, don Santiago había llegado al gobierno municipal en la primavera camporista del 73 y había sido destituido por la dictadura.
Fue durante esos años de fuego que comenzaron a faltarle las vacas del campo. Tantas le faltaron que se decidió a ir personalmente a hablar con el Jefe de Policía de la provincia. “Yo sé quienes son” le dijo “las sacan por Mendoza, las venden de contrabando a Chile”.
Lo que no sospechaba Pomphile era que el propio jefe de la policía estaba implicado en la organización mafiosa. Unos días después de aquel encuentro alguien lo asesinó en la madrugada. Viejos cuenteros, curtidos en “los relatos”, los milicos encontraron pronto un sospechoso, un pobre hombre que no tenía coartada y que era un cercano colaborador del viejo dirigente peronista. Y lo metieron preso durante muchos años.
Llegué a la escuela sin entender muy bien la magnitud de lo que había sucedido. En el pueblo fueron pocos los que comprendieron que ese día de marzo la dictadura había clavado su muerte en el último confín de la llanura.