Una novela familiar sobre la identidad, el exilio, el desarraigo, el amor, las ilusiones perdidas y la persistencia de la memoria. “Uno se sigue sintiendo migrante o desplazado a pesar de no serlo”, dice Gabriela.
Ciudad de México, 22 de agosto (MaremotoM).- La escritora Gabriela Couturier dice que su nueva novela, Siempre un destierro (Océano), es en realidad una historia de migrantes. Hay que decir en este punto que somos todos migrantes, si no lo somos estrictamente nosotros, nuestra familia viene de algún lado.
Morir de raíz o estar siempre atrapado por las raíces, es lo que se pregunta la también autora de Esa otra orfandad (Cal y Arena, 2016), en esta narración donde aparece sin duda Francia y en el medio “de la Ciudad de México a la colonia francesa en Veracruz, a los pueblos saboyardos en medio de los alpes, a la campaña militar en Argelia y Túnez”.
Simon-Claude, el médico prodigioso que curaba hasta la rabia. Ernest, el soldado que amó a tres mujeres y perdió tres futuros, Elise, que odió el nuevo continente pero eligió no abandonarlo, Franceline, que quiso hallar el paraíso en un México agreste, son sus personajes.
“Es una novela de inmigración y como toda novela así tiene que ver con las pérdidas, con las despedidas, con el dolor, con el desarraigo que provoca la condición de migrante”, dice Gabriela Couturier.
“También tiene que ver con la pérdida del amor y con el plantar nuevas raíces y nuevos proyectos en un lugar distinto”, agrega.

–Uno va buscando una nueva vida cuando se convierte en migrante
–Sí. En ese sentido en la novela es relativamente sencillo identificarse con alguien que está dispuesto a abandonarlo todo para encontrar una vida mejor. Los migrantes de mi novela transcurren a finales del siglo XIX, migran por necesidad, por obligación. Sí podemos todos identificarnos, a pesar de que no vivamos una situación así de dramática, con alguien que está dispuesto a arriesgarlo, a cambiar, para buscar una vida mejor.
–La supervivencia está mezclada con ese tema de la migración
–Hay algo que te impulsa a migrar. A veces terminamos migrando por nuestra pareja, pero no deja de ser un desprendimiento. No deja de ser en una situación que te arrancas de las raíces para tratar de sacarlas en otro lado, pero no siempre estamos seguros de que las raíces vuelvan a florecer. Uno puede ser muy eficaz en un espacio y después no saber cómo comportarse en otro. Tener éxito, ser feliz, lo que buscamos todos como humanos.
–Hablas de la persistencia de la memoria
–Por supuesto, las raíces estarán donde uno nació. Las diferencias que tenían ellos en ese momento es que nunca supieron si iban a volver. Creo que para nosotros ahora es menor y definitiva la migración, siempre existe la posibilidad de subirnos a un avión, de llamarnos por teléfono.
–Cuando la persona sobrevive, muere también su ciudad, su gente, su clima
–Claro, pero no sólo para sí mismo sino para los que se quedan también. Me interesó mucho por eso introducir en la novela este espejo contemporáneo que me permitió entender el punto de vista tanto del que se instala como del que se va. Uno se sigue sintiendo migrante o desplazado a pesar de no serlo.

–Tú hablas del México agreste, aunque para nosotros ya no es agreste
–Es cierto. Ahora ya no es, pero en esa época tenían esa sensación de ser sobrevivientes, las dos migraciones precedentes que llegaron a Veracruz habían llegado en condiciones inaceptables. El “pollero” que se los había traído, los llevó a trabajar a una zona que era selva virgen. No había ni comida entonces. No tenían defensa para las enfermedades tropicales, para librarse de las picaduras de víboras, no había donde sembrar todavía. Cuando la migración de la que hablo, a finales del siglo XIX, llegó, ya había un pueblo completamente francés, que los acogió ya no en esa situación desesperada en la que llegaron los primeros. Pero seguían siendo sobrevivientes más que otra cosa. Era un lugar pintoresco México, ellos venían de una zona muy difícil en Los Alpes.

–¿Qué podrías decir del exilio francés en Veracruz?
–Llegaron esas dos migraciones de la que te hablo y ellos fueron los que literalmente construyeron el lugar, limpiaron la selva y empezaron con la vainilla de muy temprano. Eran migraciones de campesinos. Las otras migraciones llegaron a la Ciudad de México o a Puebla, hablo de otro tipo de profesiones.

–Te refieres a varias historias de amor apasionadas
–Sí, son tres. Todo lo que sucede en la novela es real, les pasó, lo tengo documentado en las cartas que enviaron ellos desde Veracruz hacia Francia. El protagonista tuvo dos historias de amor muy desafortunadas y un poco resentido por eso terminó pidiéndoles a sus padres que le consiguieran una esposa.
–¿Qué dirías de Europa y de su influencia en México?
–Esta migración fue muy limitada, tuvo más comunicación con Francia que con el resto de México. Pocos salían de su zona, de sus propiedades, ellos estuvieron muy limitados en su influencia.
–¿Siempre un destierro es tu segunda novela? La primera fue exitosa
–Sí, aunque no llegó a muchos lugares, estoy muy contenta. El proceso de creación fue muy distinto. En la primera sentí un proceso de transfusión y lo que me costó más trabajo fue alejarla de mí. Nunca quise escribir algo autobiográfico, usé cosas que conocía, pero me costaba mucho trabajo no hablar de mis experiencias. Esta, todo lo contrario, lo que hice fue hacerme muy consciente de mis propios sentimientos, sensaciones, cuando estuve viviendo afuera para tratar de entenderlos a ellos. Fue muy interesante la investigación que hice, tardé siete años en escribirla. Cuando tuve a los personajes definidos, tuve que saber cómo los instalaba yo en ese universo.