El influjo del bajo, del rock al jazz (y viceversa) en dos bajistas argentinos que tocaron con Luis Alberto Spinetta y que hoy son dos músicos famosísimos en la escena del rock de allá.
Fotografías de Cecilia Salas
Ciudad de México, 3 de febrero (MaremotoM).- Cuando uno lee los nombres de Carlos Alberto “Machi” Rufino y Javier Malosetti -y más si aparecen juntos-, es inevitable pensar en Luis Alberto Spinetta. Es que en diferentes etapas de la carrera del Flaco, ellos fueron “el eslabón intermedio” de la banda, ese lugar que el bajista ocupa entre la rítmica y la armonía. Pero en las vidas y las carreras de ambos músicos hubo más coincidencias y persiste una historia de amistad y admiración mutua, que este sábado 7 marcará un nuevo mojón: por primera vez compartirán un show con sus bandas.
Los tríos Epumer-Machi-Judurcha y Javier Malosetti y La Colonia se presentarán en el Auditorio de Belgrano. “El espíritu de Luisito nos va a sobrevolar un poco”, admiten ambos. “Tengo ganas de invitarlo a Machi, vamos a ver si quiere cantarse un tema conmigo. Con él podemos abordar cualquier cosa”, suelta Malosetti al final de la charla con Silencio y MaremotoM. Y entonces el bajista de Invisible tira la bomba: “Bueno, tenemos un dúo”. Pero no es para tanto, porque fue producto de guitarreadas en fiestas. “Le pusimos Los Románticos del Ártico. Hacemos toda clase de repertorio”, dice Machi. Y su colega completa entre risas: “Un repertorio internacional. Canciones de protesta, también”.
–¿Cómo empezó la relación entre ustedes?
–Javier: Nos conocemos desde hace muchos años, pero empezamos a frecuentarnos cuando mi viejo tenía su departamento donde daba clases que era muy cerquita de la casa de Machi.
–Machi: Nos encontrábamos en el supermercado…
–Javier: Eso habrá sido en 2002, por ahí. Nos conocemos desde hace un montón, pero desde esa época pegamos una onda de que le caía a la casa a escuchar discos y hablar hasta la hora del culo.
–Machi: Lo que pasa es que nunca existió una cosa competitiva por ser bajistas ambos.
–Javier: Bueno, yo no puedo decir lo mismo (risas). No, la verdad que no. Por suerte, a nosotros no nos pinta ese sentimiento con ningún otro músico.
Machi: Claro, yo nunca pensé “ay, ese tipo toca mejor que yo”… Recuerdo que en mi debut me temblaban las rodillas, no podía estar parado y habíamos armado los equipos adelante, estábamos como escondidos detrás de los equipos. Todos estábamos con miedo. Después, cuando teníamos que tocar en un lugar pequeño y la gente estaba muy cerca, me agarraba cierta incomodidad de ver las caras tan cercanas, pero hace rato que puedo estar tocando con la cara de un tipo al lado y no me pasa absolutamente nada. Y lo mismo con respecto a los músicos: antes, por ahí venía un músico a escuchar lo que uno hacía y ya te incomodaba, pero eso ya es historia. ¿A vos te pasó?
Javier: No, la verdad que no. La única vez que tuve nervios por tocar fue cuando vino a dar una clínica Herbie Hancock con el Thelonious Monk Institute al San Martín.
Machi: Claro, pero mira de lo que estamos hablando…
Javier: Hancock armaba distintos grupos para tocar un tema con cada uno. A mí me tocó con Juan Cruz (de Urquiza) y no recuerdo quién más. Me acuerdo que afinaba con los armónicos y veía que los dedos me temblaban. Pensé que no iba a poder tocar. Pero fue la única vez que recuerdo una especie de miedo escénico. Bah, miedo no, una responsabilidad tan grande que se tradujo en nerviosismo.
Machi: No recuerdo bien cuándo hablamos por primera vez. Quizás el mismo día que te conocí, porque a tu padre (el guitarrista Walter Malosetti) ya lo conocía. Estaban con Andrés Choren en contrabajo y tocabas la batería. A lo mejor ese mismo día hablamos…
Javier: Yo también tengo registro de veces más antiguas en las que iba a verte, Machi. Te iba a ver a Jazz y Pop, estabas tocando con Baby (López Furst) y (Jorge) Navarro, y yo estaba de público, de fan total.
Machi: Menos mal que no te vi, me hubiera puesto nervioso (risas). Después terminaste tocando vos con Baby…
Javier: Sí, varias veces te pisé los talones.

–Con Spinetta también, aunque después Machi volvía
Javier: Con Luis fue una sangucheada, porque Machi después grabó Fuego gris, después yo volví…
Machi: Quiero decir esto que ya le dije a Javier: es casi imposible que algo que haga él musicalmente a mí no me guste. Me gusta todo lo que él hace. Y lo he escuchado en diferentes etapas. Las líneas de bajo que tocaba con Luis me matan. Es raro, pero es así: estoy muy conectado con lo que él hace. Lo recibo con mucho placer y lo disfruto mucho.
Javier: (susurra) Qué orgullo… Machi ya sabe que rompí bafles con el bajo de “Durazno sangrando”. Que él me diga eso, para mí cierra un círculo.
Machi: Pero yo te lo he dicho antes.
Javier: Sí, pero ahora lo andas gritando a los cuatro vientos (carcajadas).
–Otra coincidencia entre ustedes en que ambos tocaron jazz y rock
–Machi: Claro, pero con caminos opuestos, porque él pasó del jazz al rock y yo al revés. Hicimos el mismo cruzamiento, pero partiendo de lugares distintos. Él venía de un entorno jazzístico y yo de tocar con Pappo.
–Javier: Es que el bajo era un instrumento bastante… pixelado. No ocupaba el lugar que ocupa ahora, en esa época estaba marcando, era como un segmento más de la bata. Entonces los bajistas tenían una bocha de laburo (se ríe). Yo me pasé al bajo por cuestiones fortuitas, en realidad no hubo una decisión. Tocaba porque había un bajo en casa, nosotros vivíamos en una escuela de música, pero era batero.
–Machi: ¡Y qué batero!
–Javier: Pero de repente empecé a tener más actividad copada con el bajo.
–Machi: Esa es otra coincidencia, porque empecé a tocar el bajo de casualidad: en una banda se fue el bajista y me dijeron si quería tocar. Pero el instrumento que siempre llevé en mi corazón y quería tocar era la batería. Él es baterista, pero yo nunca me di ese gusto y quizá me quede la duda por el resto de mi vida de si el bajo no habrá sido una mala elección. Nunca lo sabré. Pero las baterías me matan y cuando voy a escuchar música les presto mucha atención.
–Javier: Aparte, el bajista tiene el afán de meterse en el pulso del batero y ser parte, entonces uno está acostumbrado a prestarle especial atención. El bajo es como un eslabón intermedio: puede jugar armónicamente con el pianista, con la canción, pero también tiene la responsabilidad rítmica con el batero.
–Cuando van a ver a una banda, ¿se ponen a pensar si encajarían con el batero?
–Machi: No, porque a la música la escucho sin ningún tipo de cálculo. Escucho y recibo lo que viene, jamás pienso en ese tipo de cosas.
–Javier: A mí me pasaba de más chico. Me acuerdo de que ponía los discos y tocaba arriba, era mi práctica, y a veces hasta me gustaba más lo que estaba tocando yo (se ríe). Lo que sí me pasa es que tengo la maldición del músico: no puedo volver a escuchar la música francamente, no puedo abstraerme del análisis aunque estemos hablando y la música esté de fondo.
–¿Y eso te saca placer por la escucha?
–Javier: No, porque mi placer es la música, estoy acá para esto. La música es lo más importante, junto con los amores. Después, mucho más atrás, todo lo demás. Entonces, me da un placer diferente. No sé, son gajes del oficio… Aparte, tocamos el bajo, es un instrumento de cuatro cuerdas que se tocan de a una. Vamos, ¿eh? Estamos como acariciando la música. Charlie Haden dice que el bajo es como el cimiento de la música y le da altura, es la base. Y como en cualquier cosa, lograr la excelencia lleva su laburo, pero convengamos que es un instrumento… simple. De los más sencillos.
–¿Te parece?
–Javier: Y, está el piano: son dos claves. Están los instrumentos de arco, que son un bardo… Con el violín, por ejemplo, sos principiante los dos primeros años; con el bajo, en dos años de estudio podés tocar. Y quizás antes también: podés tocar el blues en varios tonos, podés improvisar. En la primera clase te vas tocando “Humo sobre el agua” u “Otro muerde el polvo”, alguna de esas (risas), sabés cómo funcionan las cuatro cuerdas. La primera clase de violín es sin tocar, sólo de postura.
–Como bajistas, ustedes tienen dos técnicas muy diferentes…
–Javier: No tanto, ¿eh? No las veo tan diferentes.
–Tú metes más dedos
–Javier: Eso no es una cuestión de técnica, eso cuestión de… No sé… La técnica de la emisión del instrumento, del toque, no difiere mucho.
–Machi: Hay una cosa que nos emparda: no somos slaperos, no hacemos slap. No estamos en ese club, lo que no significa que no nos encante. Lo vi a Marcus Miller en vivo y me deslumbró.
–Javier: O como tocan Guille (Vadalá), Gustavo Giles…
–Machi: Pero no es lo mío y aparentemente tampoco lo de Javier. Y por una cuestión de elección, no porque no pueda hacerlo. Yo me mantengo atado a la técnica primitiva de usar el índice y el mayor de la mano derecha; Javier, como casi todos los músicos más jóvenes, usan tres dedos de la mano derecha… y algunos hasta el meñique usan.
–Javier: Lo de usar el pulgar viene más de la viola, me parece, de hacer el bajo con la guitarra y apagar un poco. Y sí, me gusta eso.
–Machi: Toqué con púa, también. En la época de Spinetta, “Camafeo” tenía que tocarlo con púa. Y Luis me decía: “Machi, cong cong cong cong, ¿eh?” Tenía que tocarlo así porque le gustaba eso.
–Javier: No estoy muy familiarizado con la púa porque no lo practico, pero me gusta, ¿eh?
–¿Con la guitarra tampoco?
–Javier: Tampoco, me desacostumbré. De pendejo tocaba con púa, me encantaba, pero cuando decidí pasarme al bajo… La guitarra siempre estuvo al lado, pero pasé de la batería al bajo.
–Al tener un padre que era una figura de la guitarra, ¿no era difícil tocar ese instrumento?
–Javier: No, no era nada difícil, estaba lleno de violas. Además, era mi papá… Estábamos en calzoncillos los dos (carcajadas), ¿qué me iba a dar miedo?
–Machi: Creo que los padres no imponen eso. Mi hijo también es bajista y Javier fue su maestro, pero no porque no pudiera comunicarse musicalmente conmigo. Yo estaba pasando por otras cuestiones… Pero es un placer muy grande para un padre tener un hijo que toca y que brilla, como me pasa a mí con mi hijo. Y supongo que tu padre te lo habrá dicho muchas veces, Javier.
–Javier: Yo tuve el placer de tocar con Juan Pablo y Machi juntos en un homenaje a Jaco Pastorius.
–Machi: Pablo era muy joven y nunca había tocado en vivo; la primera vez fue compartiendo con Javier Malosetti, Guille Vadalá, Gustavo Giles y Marcelo Torres. ¡Mirá los nombres que te digo! Me acuerdo de que lo llamé a Luis y le dije “Mi hijo debuta”, pensando que me iba a decir “Bueno, deséale mucha merde”, pero él se fue para el show a pesar de que era el momento en el que le hacían guardia periodística porque estaba saliendo con Carolina (Peleritti). Pero se fue al Paseo La Plaza, llegó antes que nadie y se fue después de que terminó el concierto. Esas son las cosas que valoro tanto de Luis Alberto, esa cosa cariñosa con la gente que él quería. A mi hijo lo vio crecer… Es más, le regaló el primer bajo: cuando conté que Pablo quería tocar, me dijo “Te vas a tal casa de música y le compras un bajo de mi parte”. Lo tiene como un objeto de culto al día de hoy. Si vas a la casa de Brenda (Martin, bajista de Eruca Sativa) y de él, tienen la casa llena de bajos, son como coleccionistas, les gusta tener el instrumento. A lo que voy es a que la relación musical con los hijos es muy especial y (a Javier) tu papá lo habrá disfrutado enormemente.
–Machi, vas a hacer un disco solista. ¿Por qué no antes?
–Machi: Porque antes no surgió y ahora sí. Estoy en eso. Voy a hacer algunos temas míos, algunos de mi hijo y algunos otros que no voy a adelantar. Es un disco de canciones, no es un disco de bajista, instrumental. Buena parte puedo hacerla en casa y eso me da una gran flexibilidad para trabajar en el momento que quiero y no depender de otras cosas. Mi hijo ya produjo así el disco de Rufa, donde toca con su mujer, y quedó brillante. Nada, las cosas hay que hacerlas cuando uno las siente. Siempre me sentí más “parte de” que tener algo más de liderazgo, si se quiere. Pero esta vuelta lo voy a hacer, ¿por qué no? A la vejez, viruela (risas). Tampoco sé si voy a tocar mucho el bajo; si conviene que lo toque otra persona, lo tocará. Lo que quiero es cantar los temas. No es que sea Frank Sinatra, pero me gusta cantar. Mi primera relación con la música fue cantar, desde muy niño: era de los chicos a los que subían a la mesa a cantar en las reuniones familiares.
–Otra coincidencia es que los dos están tocando en trío. ¿Qué tiene de especial ese formato?
–Javier: Y, en el trío hay… espacio. La Colonia empezó como cuarteto, pero cambiamos ese cuarto integrante un par de veces, y a lo último quedamos en trío y nos copó más. En realidad, nos liberamos de una llovizna de guitarra levemente distorsionada en todo el tema. Ahora lo piso yo al distorsionador en alguna parte, si hay que rockear, pero después volvemos a ese sonido espacioso de teclado, bajo y batería. Yo qué sé, por ahora es así. En algunos temas extraño el sonido de la guitarra. Hemos reformateado muchos temas que empezaron siendo de cuarteto. Milton (Amadeo), el tecladista, tiene bastante laburo a veces: toca los bajos con su mano izquierda si yo voy arriba, o si no tiene que tocar Rhodes y bajo, tiene que cantar… Mientras, Tomi (Sainz) y yo lo pasamos bomba con el bajo y la bata (risas). Tocar con Tomi es un verdadero lujo, algo muy estimulante. Tocamos hace diez años, desde que él tenía 20, y es el batero con el que más me gusta tocar. Y Machi va con este trío, longevo ya, que son tres músicos que han tocado con Luisito en distintas etapas. Va a ser una noche en la que el espíritu de Luisito nos va a sobrevolar un poco.
–Ya que mencionaron a Spinetta, hoy es el décimo aniversario de Las Bandas Eternas. ¿Cómo recuerdan todo el proceso que desembocó en esa noche en Vélez
–Javier: Yo estaba más tranca porque participé tocando la bata en los temas de Los Socios del Desierto, pero el maestro Machi… ¡Se junto Invisible! Los veía en los ensayos y no lo podíamos creer. Lo gracioso fue cómo me lo contó Luis. Cada tanto, yo iba a su casa a nada, a tomar té y escuchar música, hablábamos… Me acuerdo de que un día estuve como cuatro horas guitarreando y boludeando, y cuando me iba, me acompañó hasta la puerta y me dijo “¿Sabes que me estoy juntando con (los ex Almendra) Emilio (Del Guercio) y Rodolfo (García) a tocar?” Edelmiro (Molinari) en esa época vivía en Mendoza. Y yo le dije: “¿Pero cómo, boludo? No te lo puedo creer. Llámame, toco el palo de lluvia, lo que me digas”. Pasaron unos días y hablé con Machi por teléfono, y en el medio de la charla me dice “Javier, tengo que comentarte algo: nos juntamos con Luis y con Pomo”. Y ahí ya me estalló el cerebro. Entendí que se venía la revisión de todo.
–¿Te metías en los ensayos de las otras bandas?
–Javier: Yo hice cuatro ensayos, nada más, pero me quedé todo el día a ver todo, por supuesto. Me quedé mirando Pescado Rabioso, Almendra…
–Machi: Recuerdo que en Facebook la gente me preguntaba si era cierto que Luis Alberto iba a juntar a todas las bandas y yo decía “Ni loco, ¿de dónde sacaste semejante cosa?” Es que conociendo a Luis… Se ve que había gente que lo sabía, pero pasaban los días y yo seguía negándolo, hasta que un día sonó el teléfono: “Machi, tenemos que hablar”. Cuando me contó, me empecé a reír: “Entonces es verdad esto”… Debo haber sido el último en enterarse.
–Javier: No, ese fui yo, si me lo contaste (risas).
–Machi: Todo lo que pasó fue muy emocionante. Recuerdo que al principio hubo una cosa como de nervios, pero que duró nada: enseguida empezó a sonar Invisible y aparecieron los viejos códigos, las risas, los chistes… Invisible sonó. Sonó. Mucha gente me dijo “Loco, parece que no hubieran dejado de tocar nunca”. Fue tremendo ver cómo él se bancó cinco horas cantando. Nosotros teníamos más temas previstos para tocar, pero arriba del escenario él tachó un par de la lista. Después de que terminó todo, le pregunté qué había pasado y me dijo que había tenido miedo de no llegar con la voz.
–Javier: Aparte, cantó en los tonos originales, de cuando era pendejo, después de una vida de Chesterfields. Cantó temas de Almendra, boludo… Heroico. En fin, para mí fue el evento musical del siglo.
Machi: Me lo dijiste mientras estábamos mirando el show. Me dijiste “¿Sos consciente de que estamos participando de algo único?” Y yo te miré y te dije que sí. Y tenías razón, aunque en ese momento no podíamos prever cosas que se dieron después, como la muerte desgraciada de Luis Alberto. Quedó como si lo hubiera preparado, pero en ese momento Luis estaba sano.
–Cuando se presentó la caja con las grabaciones estaba la mayoría de los músicos, pero sólo Javier subió a tocar con la banda de Luis. ¿Por qué no volvieron a tocar los demás?
–Machi: En realidad, hubo interés en que se repitiera el show completo y también en que se hicieran giras de algunas bandas. A mí me preguntaron si estaría dispuesto a salir de gira. ¿Cómo no iba a estar dispuesto a salir de gira con Invisible? Pero no se dio. Luis no se prendió.
–Javier: Él quería que fuera eso, un evento y chau. No quería salir a los caminos con Las Banditas Eternas.
–¿Por qué fue el evento musical del siglo?
–Javier: Fue una noche de ir a ver bandas icónicas de la música argentina, con esos invitados… Estaba Charly, Gustavo, Fito, Juanse, Mollo. E Invisible, Almendra, Pescado, Los Socios del Desierto…
–Machi: Lo que tocaste, la bata con los Socios…
–Javier: Había cuatro baterías en el escenario: la de Pomo -que no la toca nadie-, la de Sergio Verdinelli, la de Black Amaya y la de Rodolfo García. Mi idea era llevar la bata de Dani Wirtz para tocar los temas de Los Socios; es más, había hablado con la viuda de Dani y me había dicho que sí. Pero eran cinco tarimas distintas y me dijeron “No, estás loco”. Pero estaba la de Rodolfo, que es zurdo como Dani y como yo, entonces no tuvo problemas en prestármela. Toqué con la bata de Rodolfo antes que él y como seis veces más fuerte que él. Cuando bajé le dije “Rodo, perdoname, te la cagué a palos”. Él después sale con unos pompones, súper sutil, y yo le di con un caño. Fue espectacular todo. Incluso, tocamos “San Cristóforo”, que era el tema que habían firmado los tres, para que Vir, la viuda de Dani, percibiera derechos. Luis era un chabón muy generoso, no se le escapaban esos detalles.
–Machi: Cuando Luis presentó el disco doble de Los Socios del Desierto, me llamó Tweety González por teléfono. En ese entonces yo estaba re para atrás por la muerte de mi hija. Y Tweety me dice: “¿Viste la tele? Luis le dedicó el disco a tu hija”. Después leí que había dicho “Le dedico este disco a María Laura Rufino, hija de mi gran amigo Machi. Como padre y como amigo, siento su dolor como propio”. Ese era Luis. Hay más cosas así, pero son demasiado íntimas para contarlas. Él tuvo injerencia en muchas cosas… y me enteré después de que él murió, encima.
–Javier: Yo grabé discos en La Diosa Salvaje y nunca me cobró nada. Caía con el delantal y decía “Está la comida”. Encima nos cocinaba… Era un ser de otro planeta. Y su música… Pon cualquier disco, abrí cualquier puerta que va a salir algo impresionante siempre. Como Miles Davis, como Zappa, esos artistas prolíficos: es un montón de música.
–¿Hay algo en lo musical en lo que Spinetta haya marcado a todos los que tocaron con él?
–Javier: Pero claro, es un enriquecimiento total haber estado, haber sido parte, haberlo visto laburar, ver cómo llevaba adelante la banda, cómo armaba las capas de los temas, cómo los iba componiendo sobre la marcha… Vos ibas a tocar y el tema no estaba terminado: íbamos tocando unas partes, uno le sumaba el bajo, por ahí había solo una parte de la letra. Y eso estaba bueno, porque ponía a prueba la música. Era un hornito que no paraba de sacar panes buenísimos. Yo era pendejo y estaba con la parabólica aprendiendo música. No sé, concept. Aparte, todos los músicos argentinos que componen, en algún punto tienen algo de Spinetta. En algún punto les vas a notar el giro, el guiño: una nota, un acorde, una palabra. Y entonces decís “Bueno, por acá pasó Luis, chau”. Aparece “lo Luisito” en algo. Y ahí es cuando me siento más amigo de ese artista, porque compartimos eso.
–Machi: Algunas cosas que tocábamos con Invisible eran producto de una zapada que se iba transformando en un tema. “Perdonado” fue así, por ejemplo. O tocar temas como “Irregular” y quedarnos mirándonos como si dijéramos “¿Qué es esto que estamos haciendo?” Era como el descubrimiento de algo nuevo. Aparte, en distintos momentos hizo distintas cosas. Cuando hizo Fuego gris, tenía que hacer la banda sonora de una película que encima no tenía diálogos, lo que se decía estaba en la música, pero además tenía que hacer música incidental para otros momentos. Y yo llevaba como ocho años trabajando en publicidad, conocía muy bien lo que era el trabajo de ir a los estudios cronómetro en mano para ver cuando la modelo revoleaba el pelo y hacer sonar un platillo. Entonces, un día viene a La Diosa con un cassette y un montón de sonajeros y juguetes de bebé. Y me dijo “Grabá lo que hay en este cassette y pasalo al revés”. Era “Maribel se durmió” tocada por un grupo de cumbia. Cuando lo escuché, se me caían las lágrimas: era horrible. Pero eso lo puso al revés y sobre eso grabó los cacharritos, las cositas. Él ya tenía todo eso en la cabeza y funcionó perfecto para lo que iba a hacer. Lo que quiero decir es que él siempre iba por un camino distinto y no para hacerse el distinto: él era distinto. Por ejemplo, en la época de A 18 minutos del sol, inmediatamente después de Invisible, nos juntamos con Diego Rappoport y Osvaldito López, pero Diego se fue y no había tecladista. Yo le sugerí llamar al Tío, Santiago Giacobbe, un pianista jazzero que se prendió.
–Javier: Santiago tocó el Hammond en la versión original de Almendra de “Ana no duerme”, pero en otro rol, como sesionista.
–Machi: Claro. Resulta que cuando Luis le pasaba los acordes, Santiago, que era profesor de armonía, no le encontraba la vuelta, entonces agarró un papel pentagramado para escribir los acordes nota por nota. Y tuvo que bautizarlos para poder identificarlos: “Este se llama Pedrito, este Carlitos”. Pero cuando le pasaba otro tema, Santiago decía “¡Ah, acá va un Carlitos!”. Como Luis era autodidacta, las posiciones eran medio sui generis. Y a lo mejor eso hacía que tocara inversiones que no eran convencionales en la guitarra.
–Javier: Inventaba acordes. Eran acordes nuevos.
–Machi: Por eso, ¿cómo no iba a ser un aprendizaje estar al lado de semejante monstruo? Al verlo en retrospectiva, creo que me iluminó Dios para haber estado al lado de una persona como él durante tantos años.
Fuente: Silencio. Original aquí.