Brujas, una historia de tradiciones, sanaciones, violencia y, sobre todo, de la importancia del lenguaje. Es una novela que se pregunta por el lenguaje usando palabras encendidas y de duda permanente.
Ciudad de México, 2 de marzo (MaremotoM).-Brenda Lozano siempre escribe bien, pero este texto, Brujas (Alfaguara) parece ser el testimonio de una escritora madura y consciente. Viene, claro, de Cuaderno ideal, un ejercicio literario inclasificable, que si bien despertó muchos elogios, parecía a veces encaramarse sobre el solipsismo de la autora, que no se enfrentaba a la realidad. Claro que no es necesario enfrentarse a la realidad tal cual, pero conforme fue haciéndose cada vez más necesaria la presencia de Brenda en las manifestaciones feministas, uno pensaba que tendría que haber un libro que revele sus transformaciones y su compromiso.
“Paloma está muerta. Ha sido asesinada. Pero antes de ser Paloma, su nombre fue Gaspar. Antes de ser Paloma, Gaspar hacía ceremonias para curar a la gente, pero desde que se convirtió en Paloma, se dedicó a la vida nocturna con los hombres. Prefirió el amor a la purificación”, esa es la sinopsis de Brujas, una historia de tradiciones, sanaciones, violencia y, sobre todo, de la importancia del lenguaje. Es una novela que se pregunta por el lenguaje usando palabras encendidas y de duda permanente.

–Esta mujer que antes era hombre, como una doble vida, una doble muerte
–Me interesaba mucho que hubiera un personaje que fuera trans. La violencia es un tema de género y a ella también le toca. Muchas veces lo que se odia es lo feminizado y no el hecho de que sea una mujer. Es un crimen de odio.
–Los homosexuales siempre dicen que los chicos gay también odian “lo femenino”
–Sí, claro. Creo que es un tema estructural. El machismo o el patriarcado se puede manifestar de muchas formas. Es un tema sistémico y se puede expresar de distintas maneras, el insulto, los golpes y hasta el máximo clímax de ese odio es el feminicidio. A Paloma, que es el personaje que lleva a Feliciana a la curandería, la matan porque es mushe, a la gente le incomoda lo feminicida.
–Hablas de San Felipe, un pueblo muxe, ¿estuviste en ese pueblo?
–Los pueblos que vienen en el libro son pueblos imaginados, había cosas que no quería pegar a un pueblo o a una persona. Eso me daba libertad como de espacio, imaginarme como era la geografía.
–Es un pueblo imaginario que abarca todos los pueblos mexicanos
–Sí.
–Venías de Cuaderno ideal, ahora expandes toda tu perspectiva social en Brujas
–Tenía muchas ganas de escribir una historia que fuera contada por una mujer y que fuera una mujer muy poderosa, que no fuera cruzada por el poder del dinero y que fuera curandera, en estos tiempos de redes sociales, tuviera un poder en sí mismo. Es una mujer indígena y sus referencias son otras de las que hay en las ciudades. Una mujer que hiciera las ceremonias de lenguajes, que además tenía un poder sobre la palabra. Me interesaba jugar con eso.
–Escribes muchos rituales, en esta historia de tu vida como escritora, planteas quizás la idea de volver al folclore
–Sí, era la forma de desplazarme de las ciudades, uno se hace muchas preguntas antes de escribir y en ese sentido se me antojaba que hubiera referencias asociadas al campo, a la tierra, al agua, al aire. Yo no estoy asociada a esas referencias y la ficción me sirvió para construir el personaje. Cómo ve su infancia, el asesinato de su querida pariente, cómo ve el abuso, una violación…
–¿Brujas es la expresión un poco de una Brenda Lozano más madura?
–No lo sé. Sólo creo que siempre cuando empiezas un libro, siempre vuelves a empezar de cero. La escritura no se aprende, no te sientes más adelante en ese sentido. Tal vez en el amor, en la vida, me siento más adelante que en el pasado y tomo mejores decisiones. En términos de escritura es igual la sensación de no saber nada.
–Saliste de la ciudad, ¿es un libro más libre?
–Creo que sí logré en un momento más turbulento de mi vida hacer un espacio creativo que me daba esa libertad. A veces cuando las noticias mismas y tu casa te plantean sistemas violentos, abrirte un espacio creativo es para mí el único espacio que puedo tener. Fue el espacio donde pude sobrevivir.
–Sobrevivir también a través del personaje…
–Esas dos realidades, que estuviera Feliciana, muy apegada a los procesos de naturaleza, en los rituales y que estuviera Paloma, esta muxe a la que matan, representaba lo contrario, una persona que le gusta coger, salir de noche, divertirse, morirse de risa, para mí era un poco el contraste y una le enseña a la otra. Salvando la distancia, son como esos personajes de Almodóvar, tan livianos, que proponen ligereza en un sistema terrible, entran y aligeran la escena densa.
–Es cierto, si no existieran esos personajes livianos, no sobreviviríamos
–Es pura intensidad.
–¿No hablas también un poco de tu dualidad?
–Sí, claro, no sé si tiene que ver con que soy Géminis, pero entiendo las cosas por dualidades.

–¿Qué esperas de este libro?
–Con toda sinceridad lo que esperaba era abrir este espacio, para poder escribir. ¿Cómo es una mujer en una ciudad? ¿Cómo es el campo? Abrir el espacio y hacer el libro fue para mí la mayor salvación. Lo que venga será grato, pero lo importante era abrir ese espacio.
–¿Qué cosas ves sobre el feminismo, sobre todo a partir de esta obra? A veces no tengo claro qué es el feminismo, quizá por mi edad
–Creo que a todas nos explotó el feminismo, nos hizo cuestionarnos un montón de cosas. Por qué antes competíamos entre nosotras, las relaciones personales, las profesionales y creo que a mayor rabia colectiva hay una mayor unión que lo vamos a ver el próximo 8 de marzo. En este presente donde el Estado no estuvo ni de cerca frente a los feminicidios, las violaciones, toda esta violencia de género sistémica, es muy clara la intención de unirse y de marchar, de hacer el paro. El futuro de la literatura está en las mujeres. Ha sido hasta ahora un canon masculino y las escritoras que aparecen son muy chingonas. Allá va.

Fragmento de Brujas, de Brenda Lozano, con autorización de Alfaguara.
2
Tomé la nota sobre el asesinato de Paloma por la rabia que me da la violencia de género. Cada vez era menos tolerante a las noticias en torno a los feminicidios, violaciones y abusos, como a las bromas machistas que oía en la oficina. Reaccionaba ante situaciones y comentarios que ponían en desventaja a una mujer o a quien se identificara como tal y desde mi trinchera en el periódico quería hacer lo posible por hacer algo al respecto. Además, en este caso me interesaba conocer a Feliciana, me intrigaba mucho. Acepté la nota sin saber mucho aparte de lo conocido por todos: que es la famosa curandera de El Lenguaje, la curandera viva más conocida. Sabía que en sus ceremonias se valía de las palabras para curar milagrosamente y sabía que había historias de artistas, cineastas, escritores y músicos que habían viajado de todas partes del mundo para conocerla. Los profesores y lingüistas que habían ido a verla del extranjero a la sierra en San Felipe, sabía que había libros, películas, canciones y obras de arte que habían surgido de las visitas que le hacía la gente, no sabía exactamente cuáles, pero sabía que existían. Recibí una foto forense de Paloma tendida en el suelo en un charco de sangre al lado de una cama con una cobija con la figura de un pavorreal. En un correo de dos líneas me decía mi compañero de trabajo que Paloma era familiar de Feliciana, que ella la había iniciado como curandera, pero no tenía más información.
Lo sobrenatural nunca me llamó, lo esotérico menos. Todas las formas de lucrar con las creencias me parecen un fraude. Nunca me he leído el tarot, nunca he buscado mi horóscopo en las revistas. Alguna vez alguien me explicó lo que era una carta astral, no logré concentrarme y en mis adentros me preguntaba más bien qué había llevado a esa persona a interesarse tanto en la astrología. Alguna vez alguien me preguntó qué signo era mi hijo de dos años, no supe qué contestar, ahí mismo esa persona lo buscó en su teléfono y así me enteré de que Félix es Libra. Alguna vez un hombre borracho en una plaza con una voz ronquísima nos dizque leyó la mano a mi hermana Leandra y a mí cuando éramos niñas. De eso sólo me acuerdo del aliento alcohólico del supuesto adivino con enormes gafas de sol cuadradas que escupía al hablar. Siempre he sido escéptica, pero algunos episodios con mi mamá y mi hermana me hacían cuestionarme los poderes de la intuición. Me preguntaba de dónde venía eso, cómo se podía explicar. Quería saber quién era la famosa curandera de El Lenguaje y quería, en la medida de lo posible, esclarecer el caso de Paloma, saber quién era ella. Me gustaría decir que el asesinato de Paloma me llevó a Feliciana, así comenzamos la entrevista, pero esta no es la historia de un crimen. Confieso que pensaba que yo iba a ayudar con mi nota periodística, pero quien recibió ayuda al acercarme a Feliciana fui yo, sin saber que me urgía y esto, todo lo que aquí está escrito, lo fui descubriendo por ella. Esta es la historia de quién es Feliciana y de quién fue Paloma. Quería conocerlas. Pronto entendí que debía conocer mejor a mi hermana Leandra, a mi mamá. A mí. Entendí que conocer bien a una mujer supone conocerse a una misma.
Antes de partir resolví algunas cosas en la oficina. Me puse de acuerdo con Manuel y con mi mamá. Él llevaría a Félix a la guardería antes del trabajo, mi mamá lo recogería, lo llevaría a su trabajo en la universidad, estaría el tiempo que fuera necesario con él, se lo llevaría a la casa hasta que Manuel pasara por él. Más o menos así nos organizamos durante los días que me fui a San Felipe. Todavía no tenía idea de lo que venía, no me imaginaba ni de cerca el poder de la presencia de Feliciana. Todavía no me había dado cuenta de que ella supo desde la primera noche que la entrevisté por qué estaba allí, acaso por eso comenzó a hacerme preguntas en espejo que me llevaron del escepticismo a las ceremonias con ella.
Lo primero que encontré en internet la tarde que tomé la nota de Paloma fueron imágenes de Feliciana con un famoso director de cine y una sesión de fotos de ella fumando, en blanco y negro, tomadas por un fotógrafo gringo muy conocido en los noventa. Encontré varias veces el mismo retrato de Feliciana con Prince vestido de blanco y su símbolo, una mezcla del femenino y masculino, colgando del cuello en una cadena; algunos escritores que he leído, varias fotos de ella con un banquero en Estados Unidos de apellido Tarsone, con mucho poder en Wall Street y su eminente esposa pediatra, encontré que ambos habían hecho mucho por dar a conocer a Feliciana en el mundo luego de que vieron el primer documental sobre su vida y sus ceremonias, y, en una foto entre el banquero y la pediatra, me pareció que Feliciana no debía medir más de 1.50, noté que era aún más baja cuando la conocí en persona. Pero no encontré más que una foto de Paloma entre un grupo de rock argentino —escuché ese Unplugged miles de veces cuando tenía trece años mientras ensayaba batería en el garaje que compartía con mi papá los sábados que armaba y desarmaba coches o electrodomésticos de los compañeros de su trabajo o el de mi mamá—, y en esa búsqueda me sorprendió encontrar que una canción en ese disco, que yo me había aprendido de memoria pensando que hablaba de un viaje espacial, estaba dedicada a ella. Busqué cuántos años tenía Feliciana, su fecha, su acta de nacimiento, algo sobre el lugar en el que nació, pero no encontré nada.
3
Yo no sé cuándo nací, no sé la fecha en la que llegué al mundo, pero fue un día del siglo pasado. Sé que mi mamá rondaba los trece años cuando yo nací y mi papá por ahí tenía los dieciséis, mi hermana Francisca nació unos años después y fuimos las únicas dos porque mi papá murió cuando mi hermana Francisca apenas caminaba y mi mamá ya no quiso conocer más hombres. A mi papá lo conocí poco, con el tiempo me enteré de que era muy trabajador, me enteré de que vendía cosecha de la milpa en el mercado del pueblo vecino y que de noche era curandero como mi abuelo y mi bisabuelo fueron curanderos. Paloma lo ayudaba a mi papá en las veladas. Con el tiempo también me enteré de que mi papá curó hartas gentes, y algunas de muchacha me buscaron para agradecerme por alguna cosa que les había curado mi papá, y otra vez alguien me agradeció de rodillas bendiciendo el nombre de mi abuelo por una neblina que le curó en los ojos.
Así como me dice de su mamá, yo de niña tenía harta intuición, Zoé. Algunas personas le preguntaban cosas a mi mamá y yo les respondía sin que me vieran y las personas se asustaban. Una vez a mi mamá la vino a ver un señor que se llamaba Fidencio que vendía tejamanil, triste estaba Fidencio, así caído como tejamanil mojado por las lluvias estaba de caído él y mi mamá le servía frijoles y yo toqué el brazo de Fidencio, cerré los ojos y vi un perro blanco al lado de un monte, le dije el perro era así chico y vi un niño que estaba ahí yendo al monte y el perro seguía al niño. Fidencio se puso a llorar, me dijo tú cómo sabes, yo sólo le dije lo que vi cuando le toqué el brazo a Fidencio. De eso me acuerdo porque se puso a llorar Fidencio y se enojó. Ya de muchacha supe que yo era curandera porque lo traía en la sangre como Paloma, de ese lado, del lado de mi papá, de mi abuelo y de mi bisabuelo, yo eso lo traigo en la sangre, pero fue hasta que enviudé de Nicanor que supe este era mi camino. ¿Su esposo cómo se llama? Manuel. A mí Paloma me enseñó mi camino, mi papá me lo señaló, me lo pasó en la sangre, pero Paloma me lo enseñó. Yo no sé, pero debí de haber tenido veinte años cuando enviudé, o tal vez tenía ya pasados los veinte años y tenía ya mis tres hijos Aniceta, Apolonia y Aparicio, yo me hice cargo de ellos, de mi hermana Francisca, de mi mamá y luego de Paloma aunque no vivía con nosotros, vivía con José Guadalupe, su esposo, ella ya no podía curar a las gentes porque quiso las noches con él en vez de las veladas. Sí, tiene dos nombres, José Guadalupe me vino a decir mataron a Paloma a las seis de la tarde, eran las seis en punto cuando vino a decirme y yo lo sé porque esa es la única hora que tengo y a esa hora se me fue El Lenguaje.
Yo no conocí a mi abuelo ni a mi bisabuelo en persona, de mi papá tengo pocas memorias, pero ellos tres fueron quienes me recibieron cuando me inicié como curandera. A ellos, a mi abuelo y a mi bisabuelo que eran conocidos por curanderos no los conocí hasta ese día que me inicié, los vi en la velada en la que me inicié ya de viuda y en esa velada vi que mi nieto más chico, que también se llama Aparicio como mi hijo más chico, es el que se parece más a mi bisabuelo. Paloma dejó de ejercer de curandera cuando empezó a amar hombres, pero eso no se quita ni se deja, eso se trae, eso se despierta como perro en la noche con los ruidos livianos. Paloma me dijo Feliciana, mi amor, si no se puede ir de noches con los hombres y curar al mismo tiempo y el mundo igual se va a acabar yo me voy a perrear las noches, así dejó las veladas de un día al otro. Las gentes empezaron a ir con Tadeo el tuerto, allá cruzando las milpas y las siembras de caña, allá pasando el barranco y la neblina, las gentes ahí se iban con él a su choza hasta que yo me inicié, con él iban antes a que les hiciera cuentos tirándoles los granos de maíz a cambio de aguardiente, ahí se vinieron las gentes del pueblo, luego empezaron a venir de los pueblos vecinos, de las ciudades vinieron y hasta de otras lenguas vinieron.
Yo soy chamana, más fácil me dicen curandera, así me conocen. Unos bruja me dicen. Sí, hay una diferencia entre ser curandera y ser chamana, una curandera cura a las gentes con sus menjurjes y sus hierbas, y una chamana también, pero una chamana también puede curar las cosas que no son del cuerpo, puede curar las cosas que son de las hondas aguas, yo curo lo que han vivido las gentes en el pasado y, por eso, curo lo que viven en el presente. Por eso a mí luego las gentes me dicen que les curo el futuro. Yo la miro y veo que la trajo Paloma, pero también la traen otros que ahí la trajeron de la mano. Paloma me dijo Feliciana, mi amor, chamana, curandera o bruja te queda chico porque tú tienes El Lenguaje, tú eres la curandera de El Lenguaje, tuyo es El Libro. Y también Paloma me dijo Feliciana, mi vida, curar a los hombres no siempre es necesario porque esos no siempre andan enfermos, pero los hombres siempre son necesarios y con esos me voy a curar yo lo muxe, mi amor.
4
La intuición de mi mamá me ha asustado tres veces al menos. La primera vez fue a los dieciséis años después de ir a casa de María, mi amiga con la que hice una banda de rock a los trece años, una banda sin futuro, a la que llamamos Fosforescente. Había llegado tarde a la casa, había estado fumando porros, no quería contarle. Estaba mintiendo hasta que mi mamá me dio algunos detalles de la sala en casa de María. Aunque me había llevado varias veces a esa casa para ensayar con la banda, nunca había entrado, y esa tarde que fumamos porros con unos amigos me quedé largo rato mirando un cuadro de flores que mi mamá me describió. Como si eso no hubiera sido suficiente para asustarme, me dijo la frase a la que había llegado luego de un largo tren de pensamiento, una frase que pensé pero no le dije a nadie y que me parecía una verdad oculta, una verdad importante como la invención de la rueda. En mi momento de iluminación pensé y anoté atrás de un ticket: “Todos somos diferentes”. Escuché esas palabras en voz de mi mamá con mucha vergüenza y le pregunté cómo había adivinado eso.
La segunda vez fue a los veintitrés años, meses después de terminar de estudiar la carrera de periodismo. Se cumplieron cuatro años de la muerte de mi papá y caí en una depresión sin darme cuenta de que estaba en un hoyo, pero había cosas a mi alrededor que me hacían de linterna. O al menos eso parecía. Estaba en mi segundo trabajo como asistente de un editor que me llamaba a cualquier hora, un sábado o un domingo para que investigara algo, para que redactara alguna nota o para que le descargara trabajo durante el fin de semana. Era un hombre de cuarenta y seis años, casado, neurótico, inseguro y machista. No me llamaba por mi nombre, me llamaba Niña. A ver Niña haz esto, a ver Niña haz lo otro. Así llegué a redactar algunas de las notas que publicaba bajo su nombre. Un modesto sueldo me permitía pagar la renta de un departamento pequeño, escribía en algunas publicaciones y aunque la suma total me quedaba justa, me sentía contenta viviendo en ese lugar. Un viernes salí de la oficina a la fiesta de una amiga de mi primer trabajo, me llamó Rogelio al celular, el primer hombre con el que salí después de mi primer novio. Rogelio llegó a la fiesta, me apartó para decirme que quería terminar porque le gustaba alguien más. Me desinfló el corazón, estaba borracha, pero me acuerdo nítidamente que aún enfrente de él me lastimó imaginármelo besándose con alguien más y me fui de la fiesta sin despedirme de nadie. Me acordé de Julián, mi primer novio con el que duré varios años y a quien aún no soltaba del todo, me acordé de una tontería que decía y que me hizo sonreír cuando iba con el corazón roto al coche que mi papá me había regalado a los dieciocho años, un coche que él había comprado vuelto nada y que había restaurado en sus tiempos libres en el garaje de la casa. Un Valiant 78 plateado que mantenerlo era como un tercer trabajo no remunerado, pero tenía en el tablero metálico un imán de Maggie Simpson que le había puesto cuando me lo regaló. Era una noche de verano y hacía calor. No sabía bien cuánto tiempo había pasado, pero había logrado salir sin despedirme de nadie. Estaba descompuesta la ventilación del coche, había llovido y para limpiar los vidrios empañados tenía una franela roja en la guantera. Recuerdo haber estado a punto de sacar el trapo para limpiar el vidrio en un semáforo y haber pensado por primera vez que podía suicidarme ahí, cruzar la avenida sin ver, con los vidrios empañados, y terminar todo de golpe. Ahora que digo la palabra suicidio me suena demasiado grande, lejana, cómica incluso, pero cuando se necesita desesperadamente una salida, una puerta, sea la que sea, da, sobre todo, paz saber que allí está, tal vez titilando, intermitente, el recordatorio de un escape. Da tranquilidad la sola idea de que existe la posibilidad de frenar todo en cualquier instante. Diría que la posibilidad de un final da fuerza ante la desolación. Estaba en ese hoyo desde hacía semanas, meses, mejor dicho. No llegué al fondo por terminar con Rogelio ni por la cantidad desbordada de trabajo que tenía sino que llegó como llegan los momentos importantes, de un segundo a otro, sin aviso, antes de cruzar un semáforo, un viernes por la noche después de un largo día de trabajo y después de una fiesta, medio borracha, en una noche calurosa luego de la lluvia. Algo empujó el vaso a punto de caer y ahí fue claro cuán oscuro era ese hoyo en el que estaba. Sentí una inmensa tristeza que no sabía de dónde venía y que parecía acrecentarse por el simple hecho de reconocerla. Ahora que lo veo a distancia, sé que el cruce de esa calle fue mi entrada a la vida adulta, una explosión contenida porque como Leandra le había dado una buena cantidad de problemas a mis papás, yo no me había dado cuenta de la pólvora acumulada. Empecé a llorar pensando que el suicidio podía ser una salida cuando sonó el teléfono, pensé que era Rogelio pero la voz de mi mamá me asustó: “¿Qué pasa, Zoé? Estaba a punto de dormirme y sentí que andabas mal, vente a dormir a la casa”. Hice un enorme esfuerzo por no berrear, le dije que había cortado con Rogelio, quería salir rápido de la llamada y no tenerle que decir más en ese momento, pero era claro que no era eso, ese era apenas un síntoma. Detenida en el semáforo no pude ni quería decir más. Con el puño de la chamarra limpié un círculo en el vidrio empañado para orillarme. Me eché a llorar hasta que gané fuerzas para cruzar ese semáforo. Si hay tal cosa como un antes y un después, algo que separa la adolescencia de la vida adulta, para mí fue ese momento, después de esa llamada inesperada de mi mamá, la más desconcertante que he recibido. También la más oportuna.
La tercera vez fue hace tres años aproximadamente. Mi mamá al abrirme la puerta de su casa dijo: “Vaya, vaya, hijita, este embarazo te va a sentar de maravilla”. Manuel y yo llevábamos tiempo sin cuidarnos. Al principio yo tenía muchas ganas de embarazarme y en nuestras conversaciones a veces me tensaba el tema, a veces me sentía relajada, pero como constante tenía claro que no quería forzarlo, quizás simplemente no sucedería, quizás la maternidad no era para mí y esa idea me empezó a dar tranquilidad. Llegó un punto en el que me era indiferente y quedé embarazada un mes en el que era poco probable que pasara. No había prueba de embarazo que pudiera probarlo aún y no me sentía físicamente distinta. Días después le llamé a mi mamá para decirle que la prueba había resultado positiva y me contestó muy serena que era un niño saludable.
A Leandra le ha pasado unas cuantas veces también. Una como la mía que también fue un salvavidas. A mi mamá le molesta que le llamemos bruja cuando nos referimos a estos episodios, se quita esa palabra de encima como si fuera un saco que no es de su talla ni es su estilo. Ella lo llama intuición, y esa es la palabra que usamos.
Mi mamá nunca quiso usar gafas como mi tía que de siempre tiene fondos de botella. Decía que era una máscara que no quería ponerse, no quería que los ojos se vieran enormes detrás de las gafas y parecer un perrito pidiendo desesperadamente que lo adoptaran en el refugio, así que le quitaron unas dioptrías de encima y me tocó llevarla a la clínica. La cuidé durante una noche, en alguna de sus desviaciones le pregunté por ese rasgo adivinatorio. Con los ojos vendados me dijo que la clarividencia como tal no existe, que es tan sólo certeza. Así como la certeza de que te estás quemando la mano en el fuego. Con esa seguridad ella había sentido en algunas, en muy pocas ocasiones que algo ocurría. Y ese fue su momento de mayor introspección al respecto.
5
Yo veo el porvenir de las gentes, veo claro su porvenir porque eso es El Lenguaje, porque a veces el pasado y el futuro se pasean en el presente en El Lenguaje, pero yo no veo el porvenir de las gentes porque lo busque, eso no se busca. En mi pueblo hay otros que ven el porvenir, Paloma lo podía ver también si se le paseaba, por eso las gentes le pedían sus consejos de amor, le contaban lo que les pasaba para que Paloma les dijera su porvenir en las querencias. Con eso se nace.
Yo nací en San Juan de los Lagos que es un pueblo con culpas, yo creo empezando porque ni lagos hay y así se llama, en San Juan de los Lagos con trabajos se hacen los charcos con las lluvias, el más grande se hacía ahí donde estaba el altar azul a la Virgen de Guadalupe, con trabajos acarreábamos agua del río, Paloma venía con Francisca y conmigo a acarrear el agua del río con nosotras, Paloma vivía con su mamá, pero en San Juan de los Lagos no había lagos, nada de agua se estancaba ahí, en San Juan de los Lagos ni las monedas se estancaban en la casa de nadie, había lluvias y por eso había milpas y siembra, pero si algo sobraba en el pueblo eran culpas hasta del nombre pues le digo no había lagos ni agua en San Juan de los Lagos, ya ve así hay mujer …