“El noir no sólo nos permite saber quién es el asesino, sino por qué”: Hilario Peña

Uno de los autores más prolíficos en la novela negra y celebrado por sus contemporáneos debido a su manejo de la prosa, el humor, la estructura de sus relatos y la delineación de sus personajes, es Hilario Peña (1979), seudónimo de Alejandro González, quien nació en Mazatlán, pero decidió avecindarse en Tijuana para escribir y laborar como ingeniero.

Ciudad de México, 28 de marzo (MaremotoM).- El Fondo de Cultura Económica tuvo a bien publicar en el 2015 un libro de Rafael Bernal intitulado Antología policiaca, donde aparecen siete relatos (“El extraño caso de Aloysius Hands”, “De muerte natural”, “El heroico don Serafín”, “Un muerto en la tumba”, “La muerte poética” La muerte madrugadora y “La declaración), los cuales ofrecen más claridad sobre el autor fallecido en Berna, Suiza, en 1972, frecuentemente citado para aludir a un género —subgénero para otros— que ha adquirido notoria popularidad en nuestros días: la novela negra, novela de enigma, el neopolicial mexicano o noir, donde el escritor debe entramar una serie de hechos que intriguen al lector más aguzado.

El prólogo corre a cargo de Marín Solares y expresa que “En México, todos los practicantes de novela negra somos deudores de El complot mongol, que a su vez desciende de estos primeros relatos y de su capacidad para invocar al misterio”. Y cómo no, si contamos con una generosa pléyade de escritores incursionando en la novela de enigma que principió Bernal y continuó Paco Ignacio Taibo II, secundados por Élmer Mendoza, Bernardo Esquinca, Bernardo Fernández Bef, Ricardo Vigueras (nacido en España, pero de corazón tijuanense) Iván Farías, Francisco Haghenbeck y un largo etcétera.

Uno de los autores más prolíficos en estas aguas y celebrado por sus contemporáneos debido a su manejo de la prosa, el humor, la estructura de sus relatos y la delineación de sus personajes, es Hilario Peña (1979), seudónimo de Alejandro González, quien nació en Mazatlán, pero decidió avecindarse en Tijuana para escribir y laborar como ingeniero.

Peña creó un personaje de nombre Tomás Peralta al que, por ser pelirrojo, le apodan Malasuerte y hasta el momento aparece en tres novelas: Malasuerte en Tijuana, El infierno puede esperar y Juan Tres Dieciséis. Sus otras novelas son universos independientes que siguen la misma estructura de policías y ladrones en un México que ha dejado de creer en las instituciones y muestra la pugna del hombre contra el hombre para un beneficio personal: La mujer de los hermanos Reyna, Chinola Kid o Pégale al diablo. Además, Hilario tuvo el atrevimiento de escribir un western bajo el título de Un pueblo llamado redención que le valió el premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero en el 2016.

Este año participó en La renovada muerte: Antología del noir mexicano (Grijalbo) donde comparte escena con otros grandes de las letras contemporáneas como Liliana Blum, Eduardo Antonio Parra, Imanol Caneyada, Juan José Silva, Martín Solares, entre otros, orquestados por el ya citado Francisco Haghenbeck, cuya única intención es que el lector encuentre entre sus páginas “a un escritor que [lo] cautive” como le ocurrió a él con Paco Ignacio Taibo II, primero, y Élmer Mendoza, después; ambos incluidos en esta antología.

Los que seguimos a este escritor de cerca esperamos con gusto las novelas por venir y leemos atentamente las ya publicadas; para los que todavía no han navegado por aquellas aguas, pueden tener la certeza de que no se ahogarán y habrá valido la pena arriesgarse. ¡Arriba las manos que vamos a comenzar!

—Te llamas Alejandro González, ¿en qué momento y por qué surgió la necesidad por adoptar el nombre de Hilario Peña?

—Hilario Peña es el seudónimo que uso para firmar mis westerns, mis novelas policiales y de género fantástico. De hecho, hay un sinaloense llamado Alejandro González que escribe textos académicos, como ensayos sobre Walter Benjamin y Salvador Elizondo, pero todavía no logra ser publicado.

—¿Cómo comenzaste a ser un lector voraz y cuáles fueron eso primeros autores que comenzaste a leer?

—En la secundaria me topé con En la sombra de los tiempos, de HP Lovecraft, y me voló la cabeza. Me pareció la historia más alucinante que había experimentado hasta ese momento, una narración que aprovechaba muy bien las infinitas posibilidades de la literatura. Como dicen los gachupines: flipante. Fue de mis primeras lecturas, así que creí que seguiría encontrando cuentos así de psicodélicos, geniales y raros. Desgraciadamente, ese no fue el caso. Luego de compararlo con las lecturas recabadas a lo largo de más de veinte años, En la sombra de los tiempos sigue destacando en mi memoria por su originalidad y audacia. Ese es mi cuento favorito, pero mis novelas predilectas son Geek Love, de Katherine Dunn; El caso de Charles Dexter Ward, de hp Lovecraft; Vineland, de Thomas Pynchon; Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; La zona muerta, de Stephen King y El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov.

—¿Cómo es un día de Hilario Peña junto a “Chabe”, su hija, su esposa, la escritura, la lectura, el cine y el trabajo? ¿Cómo compaginarlo?

—Escribo y corrijo temprano en la mañana, de las 5 am a las 7:30 am, antes de llevar a mi hija a la escuela y comenzar mi rutina laboral. Leo en mis ratos libres y antes de irme a dormir.

—Eres ingeniero y tenías un plan de escribir a largo plazo, sin embargo, tu primera novela la publicaste en 2007; es decir a los 28 años, ¿cómo fue esa epifanía de no tener temas para escribir como lo has comentado y publicar tan pronto?

Escribí Malasuerte en Tijuana porque deseaba leer una novela acerca de un detective pelirrojo, atrabancado, de voz aguardentosa y con quijada de caja registradora, resolviendo casos en Tijuana. Me parecía raro que una novela con esas características no existiera. Para ese entonces me encontraba encarrilado y seguí urdiendo historias porque descubrí que me gustaba.

—¿Hubo algún problema con Random House Mondadori?, porque tengo entendido que habrá reimpresión de tus libros en otra editorial.

–Soy muy afortunado por el hecho de que un escritor de subgéneros como yo haya publicado en una editorial tan prestigiosa como Penguin Random House, pero me pareció buena idea llevar mis libros policiales a Océano, para estar junto a colegas que respeto como Francisco Haghenbeck, Toño Malpica y Bernardo Fernández Bef.

—¿Qué significa el lenguaje y la literatura para ti?

—No veo el lenguaje como el fin sino como el medio; la herramienta. Así como el pintor se expresa por medio de sus trazos y colores, trato de expresarme por medio de las historias que narro, procurando que el lenguaje sea lo más claro posible.

—¿Qué significa el cine para ti y quienes son tus autores de culto?

—Hubo un tiempo en que me sentí muy influenciado por los film-noirs de los años cuarenta producidos por la RKO. Me refiero a las películas de Jacques Torneaur, Nicholas Ray, Robert Wise y Edward Dmytryk. También me gusta el cine de monstruos de la Universal (Bride of Frankenstein, Creature from The Black Lagoon).

—La pregunta anterior es porque, aunque no refieras a ningún autor de cine en tus novelas, estas tienden a ser muy cinematográficas, ¿piensas en cine al escribir?

—Ya casi no veo cine ni televisión. Las películas que me gustan me las sé de memoria. Hoy en día me encuentro obsesionado con los personajes —me importan incluso más que la historia que protagonizan—, y debido a que los relatos largos me permiten ahondar más a fondo en los héroes y antihéroes que me apasionan, la novela se ha vuelto mi medio narrativo favorito.

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—Los deportes están muy presentes en tu obra: box, futbol, beisbol y siempre resulta interesante una anécdota o alguna sátira tuya, como en La mujer de los hermanos Reyna o en Juan Tres dieciséis, ¿qué elementos intentas aportar o qué te lleva a habar del deporte en tus novelas?

—Una pelea de boxeo y un partido de futbol pueden enseñarte más de la naturaleza humana que muchas novelas. Me parecen arrogantes y demasiado elitistas los escritores que desprecian el mundo deportivo. Siento que viven en una burbuja. Ese es un punto más a favor de la literatura de autores como Elmore Leonard y Stephen King, el hecho de que no minimizan esa faceta tan importante del ser humano.

—En una entrevista con el maestro Mauricio Carrera declara que eres uno de los autores con más potencial para escribir algo que él ha denominado neopolicial mexicano, junto a Bernardo Fernández Bef, Élmer Mendoza y Ricardo Vigueras, entre otros, ¿qué opinas sobre el género y hacia dónde crees que se dirige junto a la falta de credibilidad de los ciudadanos en el gobierno?

—Los que mencionas son excelentes narradores (junto con el mismo Mauricio). El género negro es uno de moral invertida, lleno de claroscuros, ideal para los que estamos cansados de las historias de buenos y malos. A diferencia del policial clásico, el noir no sólo nos permite saber quién es el asesino, sino por qué. En este sentido, es un género de denuncia.

—Hasta el momento hay tres novelas sobre Malasuerte, ¿esperamos más entregas o qué destino le depara a este detective que has creado?

—Acabo de terminar un reboot del detective Malasuerte que publicará Océano en forma de compendio. Le seguirán más historias que ya tengo en el tintero, como Cadáver pachuco y El culto a Boogaloo, que son las próximas.

El autor se pasó a editorial Océano. Foto: Facebook

—¿Podríamos decir que Malasuerte es tu alter ego?

—Si un alter ego es todo eso que no puedo ser pero quisiera, sí.

—En muchos novelistas vislumbramos un estilo y estructura determinados, en tu caso el leitmotiv es el humor, el absurdo, el sarcasmo en una realidad en la que todos convivimos, ¿por qué tus estructuras son tan diferentes siempre: unas lineales, otras saltando de tiempo, otras con un narrador inserto contando una historia alterna a la historia central, etcétera?

—Los elementos que acabas de mencionar —el humor, el absurdo, el sarcasmo, la incertidumbre narrativa— no son novedosos. Al contrario, están presentes en el Quijote (otro libro que me influyó bastante). Creo que lo que hace —no digo única pero sí— diferente a mi versión del policial es que, a pesar de que es muy seca y hasta minimalista, tiene un poco de realismo mágico y un mucho de novela picaresca.

—Sabemos que Stephen King está entre tus autores importantes, ¿qué otros puedes considerar maestros para tu obra?

—Trato de no hacerlo muy evidente pero siento que los autores que más imito son Elmore Leonard y Jim Thompson. Raymond Chandler no porque su estilo es muy difícil de mimetizar. Mi última novela, el western Un pueblo llamado redención, estuvo muy influenciada por los libros de Louis L’Amour y Thomas Berger.

–En el 2016 ganaste el Premio Bellas Artes de novela José Rubén Romero, por Un pueblo llamado redención, ¿qué te llevó a escribir un western en pleno siglo xxi?

—Como es un género que me apasiona, tenía tiempo queriendo escribir un western ambientado en este lado de la frontera y, al investigar la historia del siglo xxi, me encontré con una serie de sucesos históricos que, al menos para mí, estaban interconectados, olvidados y que habían tenido una influencia monumental no sólo en el futuro de México, sino del mundo entero. Por ejemplo, el hecho de que en 1680, en Taos, Nuevo México, los indios Pueblo masacraron a los padres franciscanos que les prohibieron rendir culto a sus muñecos kachina. Debido a que los Pueblo eran sedentarios, no les encontraron mucho uso a los mesteños que se encontraban dentro de los corrales de la misión franciscana, así que los liberaron. Estos animales galoparon libremente por la llanura americana, donde se reprodujeron en gran número. Cuando el nativo nómada entró en contacto con el caballo de origen árabe se dio la transformación del nativo en guerrero que no sólo caza, sino también hace la guerra sobre su cabalgadura. Es aquí también que comienza la parte más cruenta de una guerra sin cuartel que se extenderá durante más de trescientos años. La independencia de México provocó que los presidios militares que se encargaban de proteger a los habitantes del norte fueran abandonados por los soldados españoles y, por tanto, los habitantes de la zona más septentrional de nuestro país fueron abandonados a su suerte también. Pueblos, haciendas y rancherías se comenzaron a despoblar y a ser cada vez menos productivos. Los pocos habitantes que quedaban se encontraban en permanente estado de alarma, ante el temor de una nueva incursión bárbara. Para contrarrestar esta situación, lo que hicieron presidentes como Antonio López de Santa Anna fue extender invitaciones a empresarios norteamericanos como Sam Houston y John Parker, para que vinieran a poblar nuestros estados septentrionales.

Resumiendo: encuentro una relación directa y contundente entre esa prohibición a adorar los muñecos kachina por parte de los sacerdotes franciscanos, en 1680, en Taos, Nuevo México, y la actual configuración económica, social y política de nuestro continente… y del mundo. Otro evento crucial, al menos para los personajes de mi novela, llega en 1849, cuando el legislativo de Chihuahua autoriza el pago de 150 pesos, a nacionales y extranjeros, “por cabellera de indio hostil”. Esto me hizo imaginar las cuadrillas de mercenarios, con sus lanzas sanguinolentas llenas de pelambres negros, presentándose ante el tesorero del palacio de gobierno en Chihuahua. Me asombró el que una visión tan demencial y alucinante no hubiese sido nunca antes narrada por un mexicano. En 1856, cuando el presidente Ignacio Comonfort promulga la Ley Lerdo que, entre otras cosas, desamortiza fincas rurales y urbanas que eran propiedad del clero o de comunidades indígenas. Fue entonces que se me ocurrió la existencia de un mercenario mexicano que hace su primera fortuna vendiendo pelambres de apaches y comanches al gobierno de Chihuahua y, posteriormente, aprovecha la coyuntura presentada por las leyes de Reforma para convertirse en el primer gran capitalista del norte. Este personaje es Vicente Ildefonso Ponce de León Quijano y Castillo. El último evento crucial que me hizo urdir la trama de mi novela ocurrió en 1891. Y es que en un oscuro libro de historia regional leí que en ese año fue repelido un asalto a la conducta procedente de las minas de Pinos Altos y que el hombre a cargo de dicha conducta era un tal Cornelio Callahan. El nombre por sí solo detonó toda una historia en mi cerebro y de inmediato lo relacioné con Vicente Ildefonso Ponce de León Quijano y Castillo.

—¿Podrías decirnos qué planes o proyectos tienes para este 2019?

—Una novela steampunk y otra de terror cósmico

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