Elegimos democráticamente cuando son tiempos de elecciones, pero, ¿sabemos actuar para resolver problemas democráticos cotidianos? No lo sé, pero eso sí, ¡ay de aquel que nos quite nuestro drink y nuestras palomitas!
Ciudad de México, 25 de septiembre (MaremotoM).- En México existen infinidad de problemas que, a falta de estructura y de visión de país, se van “resolviendo” muy a nuestra manera de ser. Dicen por ahí, muy a la mexicana. Así, entre el caos, el último minuto, el aventón, el empujón, la patada y el dejar siempre que el otro se haga cargo, cualquier cosa que todo eso signifique, al final, medio terminamos funcionando, nos apegamos a la costumbre, y eso es lo único que importa.
La sensación de que no somos responsables de nada y que, por el contrario, somos sólo el chivo expiatorio y la víctima perenne, como sociedad entera, de todas las marranadas, las corruptelas, las hipocresías, las tranzas, los pactos en lo oscurito, las traiciones, la misoginia, el robo, los complots, la holgazanería, las fobias y demás vicios privados de la clase política no es más que producto de, por lo menos, dos realidades.
La adormecida aceptación de que somos una sociedad enormemente atrasada y precariamente educada, en primera. Y en segunda, que dichas carencias, precisamente, han propiciado una configuración, mental y muy sentimental, respecto de lo público, que tiende a una obesa pasividad, a un hedonismo que se ha tornado político-cultural, característica actual, misma que, a su vez, ha desembocado, cual carambola, en una despreocupación intelectual que, quizás, ha sucumbido a la prevalencia de analizar, entre otras cosas, lo dañino de acercarse a lo político como espectáculo, por poner sólo un ejemplo.
Así las cosas, paradójicamente, a partir de estas dos realidades, desde la perspectiva de los ámbitos partidista y electoral, se puede implementar infinidad de estrategias para que una élite no sólo se mantenga en el poder, sino que su estancia se prolongue hasta la momificación viviente, ad nauseam, si así lo desea.

El ciudadano-espectador
No hace mucho, aún seguía escribiendo una columnista que, en mi opinión, sintetizaba muy bien la perspectiva periodística que el gremio sigue teniendo respecto de las relaciones de poder en el mundo, en lo general, y del sistema político mexicano, en lo específico; misma que se acopla perfecto en el contexto arriba descrito.
Siempre comenzaba sus artículos dando un breve preámbulo para, después, religiosamente, preguntarle a su lector si ya tenía su drink favorito y sus palomitas (estas últimas en ocasiones eran opcionales, pero el trago, ese sí, era obligatorio, de cajón), pues si uno no los tenía, había que ir corriendo por ellos antes de seguir leyendo. Así las cosas, la columna dejaba de ser columna y se convertía en una habitación personal en donde el lector, léase ciudadano, más cómodo no podía estar antes de ver sus imágenes favoritas pasar ante sí. ¡Sí! La sensación de todo preparar para poder nuestra película favorita disfrutar, sin censura, sin prisas, sin molestas interrupciones y, claro, echando trago y comiendo palomitas. Sin dejar en ningún momento de leer la columna o, lo que era lo mismo, por el símil, de ver la pantalla, sentado en la silla, el banco o el sillón. ¡Todo un disfrute!
Una vez con el trago y las palomas, el mundo cambiaba, el mundo era otro. La columnista nos contaba truculentas historias sobre los recovecos más oscuros de la vida política y sus personajes, quienes casi siempre aparecían como gangsters que amenazaban, mataban y se confabulaban para beneficiar a su “pandilla” o a su “bandota”, usted decida, todo, frente a una máquina llena de botones rojos de alarmas casi nucleares que, un día sí y el otro también, se encendían sin parar, dejando al respetable en el más oscuro espanto y desamparo ante una latente guerra inmediata, sin más, y sanseacabó. Así las cosas, con ella siempre teníamos una guerra diaria de dimensiones estentóreas a la cual temer.
De esta manera, el lector, el buen ciudadano-espectador, que, entre líneas, resultaba ser, o era inequívocamente, el sabio de la vida, quedaba a la espera del siguiente capítulo de esta peligrosa comedia política de espeluznante realidad, en donde la responsabilidad de las tragedias no recaía en nadie más que en los políticos, siendo ellos y sólo ellos los causantes de todas nuestras desgracias, nuestras penas y nuestros más profundos infortunios. La potente guerra perennemente temida.
El pueblo obeso y pasivo
El filósofo francés Gilles Lipovetsky, autor de La era del vacío, anduvo por nuestras tierras este año e hizo una observación fulminante: “las personas tienen miedo. Vamos a una cultura del miedo y de la ansiedad”.
Al retomar la tesis fundamental de la obra mencionada, la misma que alude al vacío enorme, dentro de la reflexión universal, de ideas fundamentales, de las grandes ideas, pues, con el especial boquete existencial que eso provoca, sentencia que se ha abierto una dimensión antropológica especial en donde cada grupo social tiene, o construye, una cultura para sí, una cultura particular que, sin embargo, no puede escapar del capitalismo, del mundo de la técnica, de la cultura mediática, del consumo o del individualismo.
Si lo anterior es verdad, me detengo en el contexto de la cultura mediática actual, esa que, según Lipovetsky, ha venido a revolucionar el análisis informativo y el de los acontecimientos que nos circundan y afectan, pues décadas atrás, al tardar mucho más la información en llegar, había todo un preámbulo que le permitía al individuo no sólo prepararse ante el acogimiento de la misma, sino reflexionar sobre una serie de cosas implícitas que, luego de la recepción, se catapultaba hacia nuevas formas de interpretación y de digestión, de asimilación, mientras que ahora, con la propagación de tantas pantallas, sea de televisor, sea de computadora, sea de tableta “inteligente”, sea de videojuego o sea de celular, la información está ahí, ¡ya!, disponible, incluso antes de desearla, es decir, la recepción se da a pesar del deseo personal momentáneo, convirtiéndose, a su vez, en miles de recepciones que, encima, corresponden a fuentes de miles de lugares distintos y de realidades de casi todos los países del orbe, sin distinción.
¿Resultado? No hay una reflexión real que alcance y sólo queda, nueva y contradictoriamente, un vacío ante tanta saturación de información que sencillamente uno, al final, no puede digerir. Así, pues, lo instantáneo sustituye a la persona en su ubicación en el mundo, ante los demás, respecto al otro, a la otredad.
Tal vez por eso, entonces, en una especie de conclusión, como uno no puede digerir en su totalidad toda esa cantidad de información, así, de golpe, y ante la angustia que ello genera, políticamente nos viene como anillo al dedo conformarnos con ese Ser Ciudadano-Espectador-Sabio al que, precisamente, por lo mismo, tanto apapachan los medios de comunicación, que no nuestra red comunitaria más cercana (cuya construcción generalizada sigue siendo uno de los grandes pendientes), quienes se dedican a engordarnos, hasta la enfermedad, informativamente hablando, reforzando más que ideas, programas, más que pensamiento, divertimento, más que palabra, imagen, más que entendimiento, confrontación.
En esa vorágine de acumulación de datos e imágenes, nosotros no tenemos obligaciones, nosotros no hacemos nada malo, nosotros no podemos incidir en nuestros problemas más cercanos, en nuestras dificultades como sociedad, esas del famoso y social cliché, las de a pie, pues. Es más, sencillamente no tenemos que hacer nada de nada, pues nosotros somos los vírgenes, los impolutos. Nosotros ayudamos a salvar el mundo a través de un clic, y listo. Somos jóvenes y, por lo tanto, somos los elegidos. La maldad o la irresponsabilidad, pues, está en otra parte, en los países lejanos, en las tiendas departamentales, en los personajes que uno ve vía satélite, en los que piensan o son diferente a uno.
Somos por otra parte, también, la gente, somos el pueblo, somos el obeso sabio del sillón, ese que nunca se equivoca, ya algunos nos lo han dicho muy clarito, ese que, vía encuesta sobre asuntos públicos y elecciones clave, sólo aparece en lindo, potencial e indeciso electorado deshojando una tierna y romántica margarita. “Lo quiero, no lo quiero… lo medio quiero, medio no lo quiero… si se junta con la otra sí lo quiero, si va en coalición no la quiero… si ese no va, me abstengo, me abstengo de todas formas, si no pueden renuncien, votaré en blanco, lo quiero, no lo quiero, no somos porros, lo veto o no lo veto”.
Elegimos democráticamente cuando son tiempos de elecciones, pero, ¿sabemos actuar para resolver problemas democráticos cotidianos? No lo sé, pero eso sí, ¡ay de aquel que nos quite nuestro drink y nuestras palomitas!, ese chupón perfecto que calma nuestra lipoveskyana ansiedad a la hora de entender realidades como lo sería, por ejemplo, una sucesión presidencial.
Las encuestas llenadoras
Así las cosas, como ya se ha señalado, al no poder digerir de manera adecuada, en esta era, toda la enorme cantidad de información que nos llega, en política sucede exactamente lo mismo, dadas las características mediáticas con las que los mexicanos opinamos sobre infinidad de cosas y dada la fuente por excelencia de nuestras pésimas y precarias educación formal y política.
La UNESCO ubica a México, entre 108 países civilizados, en el penúltimo lugar de lectura con un 2%. Así las cosas, deduzco que los mexicanos no leen ni han leído sobre teoría política. Digo, algo mínimo como para, luego, medio saber qué desean al respecto, cómo lo desean y qué van a hacer perversamente (es decir: en función de sus claros intereses), como se debe, para lograrlo. Ante este enorme boquete, lo único que queda es algo parecido a los golpes de imaginación de último minuto, desde ocurrencias llegadoras, que algo dejarán en la mínima conciencia, hasta respuestas muy atractivas cual video de 131 estudiantes de privada universidad, el gran marcador de la última coyuntura social más importante, convertida después en el hoy cuestionado #Yo Soy 132.
Ahora bien, atendamos el siguiente contexto. El 65 % de la población de E.U tiene capacidad lectora, por lo que se ubica en el tercer lugar, luego de Alemania y Japón, que está a la cabeza mundial con un 91% en el rubro.
A pesar de su nada despreciable tercer lugar, hace un par de años en E.U se realizó una encuesta en donde se les dijo sorpresivamente a las personas encuestadas que Canadá le había declarado la guerra a E.U, pues quería su petróleo. La pregunta que se hizo fue: “¿estás de acuerdo en que E.U le declare también la guerra a Canadá, para defender nuestro petróleo?” La enorme mayoría estuvo a favor de una declaración de guerra sin problema alguno y sin una mínima reflexión ante la enorme seriedad que el asunto conllevaba. El ejercicio pudo observarse en nuestro país a través de Canal 11. He aquí pues un ejemplo de cómo la gran capacidad lectora no implica necesariamente una gran capacidad reflexiva, reflejando sólo deseos catastróficos momentáneos en una herramienta demoscópica muy puntual, por lo demás.
Luego entonces, podríamos concluir que ninguna encuesta está libre de sesgo, por más profesional que se presente y por más educada que esté la sociedad receptora.
Entre el morbo y la pelea
Hemos perdido, pues, nuestra capacidad de asombro y espanto, ese que sólo nos llega cual estallido en pleno rostro, año con año, cuando se presentan los informes internacionales en donde México nomás no sale de su atolladero en los temas fundamentales de desarrollo, disparándose a los primeros lugares ahí en donde el retroceso nos pone frente a frente, sin salida, con naciones africanas de características autoritarias y teocráticas. Un México que, ahora, según las calificadoras bursátiles, seguirá sin crecer económicamente en los años que vienen. Nos han vuelto a reprobar, pues. Pero, por todo lo dicho y atendiendo las formas tanto de analizar sólo las coyunturas y de elegir a nuestros líderes, en el fondo, entonces, eso tampoco importa en realidad, en nuestra realidad, pues acá no hay morbo que valga, ni sangre qué oler en lo inmediato, ni accidente con muertos qué narrar al respecto. Eso que sí vende y a lo que la gente ya está por demás acostumbrada a recibir.
Nuestra realidad es la siguiente: la ansiedad social instantánea, en medio de lo que fue, y seguirá siendo, tal vez, la lucha electoral y social, ante su falta real de agujeros para escapar, es apaciguada por la constante ponderación de cifras y situaciones, calificación de versiones, presión mediática a públicas instituciones, entrevistas o testimonios polémicos con personajes instantáneos e historias dicotómicas malos v/s buenos; nos administran nuestra dosis diaria del mismo drink y de las mismas palomitas con sabor a aferrarse a lo malo por conocido, al hombre fuerte, previo contexto explicado y llevado al extremo. Todo es al final nada, y la nada, al final, tan sólo se diluye, se va. ¿No acaso estamos especulando desde ya quién será nuestro presidente dentro de seis años, cuando el recién ungido no ha entrado siquiera en funciones?
Al final, lo que queda es nuestra gran capacidad sensiblera, la única que nos involucra, aquí sí, cual “factores reales de cambio social y político”, como ese elemento cada vez más gigantesco de inercia y de vacío al que hay que llenar con algo, repitiendo el ciclo, lo que percibimos como “cambio”, una y otra vez. Al final, un boquete de ansiedad hercúleo. Cualquier análisis más serio y real, crudo, por incomprensible ante las masas, dadas las fauces de este ciclo, se desgasta muy rápido y se va. Es engullida en el acto. La repetición de la intriga y el odio, por el contrario, subsiste, se prolonga y termina por fortalecerse, sustituyendo subrepticiamente al primero. Literatura policíaca de buenos y malos, del bien contra el mal, de las sombras contra la luz, reforzada con series, libros y telenovelas en donde el castigo sangriento contra los malvados, claramente esbozados, saciará las ansias locas y ficticias de nuestro vacío social real. La preparación y la aceptación de una guerra casi necesaria. Esto sí es incidir en “la realidad”. En una lucha de verdad.
En la película El Escándalo. Los Secretos del Poder, escrita y dirigida por Mike Nichols (E.U, 1998), el ex gobernador de Florida, Fred Picker (Larry Hagman), da comienzo a su discurso pidiendo a la gente que se calme, pues hay mucho alboroto en la convención de su partido, quien lo ha postulado a la presidencia. Utiliza la situación para decir que E.U es un gran país y que, tal vez, es precisamente esa locura y desorden lo que lo ha hecho así, lo que le ha dado incluso la libertad. Pero que todo se puede perder si esos elementos se le salen de control. En este marco, da paso a su reflexión, a su discurso: “¿Saben? El mundo se vuelve cada vez más complicado. Y los políticos deben explicar las cosas de una manera sencilla, para que sus explicaciones simplificadas puedan salir en las noticias de la noche. Pero, a veces, en vez de explicar las cosas, empiezan a echarse lodo. Todo para mantenerlos a ustedes emocionados y que observen, como se observa un accidente automovilístico o una competencia de luchas. De hecho, es eso exactamente lo que es: lucha profesional. Es ensayado, falso, y no significa nada. Lo mismo los debates. No odiamos a los oponentes; casi nunca los conocemos. Pero parece ser la única forma de mantenerlos interesados. Así que lo que quiero hacer en esta campaña es calmar las cosas y comenzar a dialogar acerca de la clase de país que queremos el próximo siglo”. Invitando luego a su contrincante a eso, a dialogar, la siguiente escena es un pequeño debate informal en televisión.
Al parecer, Picker está haciendo referencia al truculento mundo de las imágenes y las percepciones luchísticas al que tienen acostumbrado al pueblo estadounidense para asimilar las contiendas electorales. No por nada, los asesores de su contrincante, idealistas convertidos en políticos profesionales, de pronto se ven más que preocupados ante la actuación por la libre, cada vez más puritana y éticamente recurrente, de este candidato al que, al parecer, ya le fastidió estar sujeto al aparatoso y sangriento choque de autos en política, al enfrentamiento de técnicos contra rudos en la estrategia de campaña.
Regresando a México, la columnista en cuestión se volvió asesora política. Pero la imagen de sus madrizas, sus megatubazos, sus misiles en la línea de flotación y sus eternos focos rojos encendidos de algo que jamás termina por hundirse o destruirse, y su implícito morbo prolongado, bien podrían no ser sino el reflejo exageradísimo de esta lucha libre de clóset mencionada en el discurso de Picker.
Tal parece que, ante nuestra obesa pasividad, la única forma de mantenernos entretenidos cuando se presentan las contiendas electorales, las campañas y los debates políticos no sea a través de las cuentas claras o los datos duros o los análisis mínimamente ilustrados con esas herramientas, sino únicamente a través de los golpes y el lodo que, cual evidencia de la batalla, quedan en los contendientes de la élite, cual justificación radical posterior para los partidarios, quienes, a su vez, ya con su “leyenda pugilística”, pueden así prolongar y llevar la pelea a otros terrenos, a otras atmósferas, a otros sexenios. La construcción del mártir o del líder moral o del travestido estadista.
Al respecto aún recuerdo una conferencia de prensa en donde se daba cuenta de los avances de la entonces iniciativa de ley de Sociedad de Convivencia, una ley muy importante tanto para entender los cambios del entramado social así como la complejidad de los nuevos pactos familiares de una ciudad cuya densidad demográfica sólo es superada por Tokio. Y sin embargo, la nota que todos los reporteros buscaban en el lugar es qué respondía un líder de partido respecto de lo que había dicho un líder moral, si estaba de acuerdo o no, si se había disgustado con él o no, si eso iba a provocar otra pelea entre los grupos por ellos representados en el seno partidista o no. Que cuándo, por qué y cómo se vislumbraba la golpiza. Esa fue al final la nota del día siguiente, pues. Lo otro, ¿a quién le importaba? La coyuntura de la lucha libre, la toma de tribuna o la ocurrencia folclórica siempre será más interesante y es más útil y jugosa para nuestra básica, pero bestial, ansiedad.
Analistas, maduros o jóvenes, a falta, tal vez de tiempo o imaginación, siguen hasta ahora perfeccionando este contexto con devoción y sin aparente saciedad. El ciclo interminable. El miedo y la ansiedad. La esperada reacción ante el accidente, la muerte, la caída, el golpe. Como si se tratase en la política nacional de la terrible luxación esperada en un gimnástico All Around.
Sigamos como el chinito, pues, esperando el misil en la línea de flotación, completamente miedosos y ansiosos, sentaditos aquí. Mientras… creo que yo voy por mi drink… I think.