Ciudad de México, 30 de junio (MaremotoM).- A Luis Zapata le entregaron un premio Heraldo en 1979 por su novela El vampiro de la colonia Roma, que narra las confesiones de Adonis García, un chichífo, chulo y mayate orgulloso de sí, que vendía placer con su cuerpo a otros hombres en la Ciudad de México. El premio tendría que haber sido transmitido por Televisa, pero fue dado lo más rápido posible cuando mandaron comerciales. Eran tiempos en los que la televisión mexicana era fiel soldadera del PRI y el gobierno, que para el caso eran lo mismo. No se podía hablar del presidente, la bandera, ni de la Virgen de Guadalupe. Y evidentemente la sexualidad pertenecía al terreno de lo privado y de lo hetero normado.
La novela fue publicada por Grijalbo, que estaba asociada al desparecido periódico El Heraldo de México, quien otorgaba los galardones premiando a lo mejor de los deportes, el cine, la televisión y la música durante el año en curso. Se trataba de un acontecimiento de glamour e ilusión para las audiencias mexicanas. Luis Zapata recibió su premio sin que los televidentes supieran que la literatura mexicana trataba, no por primera vez, la historia de jóvenes de ambiente, de homosexuales, de putos, de jotos, de esos otros siempre presente, siempre ocultos.
El crítico de arte Olivier Debroise se lo contó al conocido fotógrafo Armando Cristeto, quien a su vez nos lo narró ayer en el homenaje a los 40 años de El vampiro de la Colonia Roma que se celebró en el Museo Universitario del Chopo de la UNAM en el marco del Festival Internacional de Diversidad Sexual, y que encabeza Salvador Yris.
Olivier Debeoise “fue el gran amor de Luis Zapata” mencionó Ernesto Reséndiz Oikión, uno de los comentaristas del homenaje y agudo conocedor de literatura marica, que haya conocido recientemente. Olivier acompañó a Luis a recoger su premio. Llegaron en un bocho (wolskwagen) blanco propiedad del periodista y fotógrafo Rogelio Cuellar. El valet parking del evento los recibió junto a otros lujosos autos de la época, con su parafernalia de alfombra roja y luminarias de tercer mundo, nuestro star system, monopolizada por la familia Azcárraga.
El vampiro de la colonia Roma cumple 40 años en el 2019. En ese lapso mucho de lo que cuenta el personaje principal sigue vigente y por supuesto hay grandes cambios, nos dice Juan Carlos Bautista, quien ha señalado que con Luis Zapata se abre y se cierra la llamada literatura gay.
Hoy día se sigue ligando en las calles, en el metro, en los baños públicos, pero quizá en menor medida, pues quizá ese contacto tè a tè haya sido sustituido por las aplicaciones y las redes socio digitales. Se liga y se tiene sexo virtual por Facebook, Twitter, Grindr, Tinder, Whattsapp, etcétera. Se conquistaron ciertos derechos de seguridad social, que otorga el matrimonio igualitario como contrato civil y simbólicamente para algunas familias mexicanas la posibilidad de que sus hijos o hijas se casen es una realidad y nuevas generaciones crecen con una perspectiva más libre de con quien establecer una relación, que sea temporal o no ese ya es otro tema. También hay fuertes atavismos y violencias a nivel nacional, la Ciudad de México es un oasis en el resto del país, es una ciudad que ganó sus libertades a punta de exigencias, movilizaciones, argumentos, marchas, políticas públicas y ciudadanía. Para que la Ciudad de México sea considerada como hoy lo dice su lema, una ciudad de derechos, tuvieron que pasar más de 40 años, como los que cumple El vampiro de la Colonia Roma.
El poeta Juan Carlos Bautista señaló que la calidad literaria de El vampiro… cada vez es vigente, pues no solo tuvo la valentía de escribir sobre un homosexual sino escribirlo bien. Y se convirtió en un clásico por ser la primera novela que trata de manera festiva, hilarante, política y por tanto sin culpas el asumirse como homosexual, en una época en la que el discurso psiquiátrico ya lo había convertido en enfermedad y en un tiempo en que la criminología ya había asentado a esa figura como delincuencial. El discurso del pecado, ese es más viejo, y la novela de Zapata abre con la jiribilla adaptada de Nietzsche en plena fiesta: ¿Y tu que vas a hacer cuando Dios se muera?
Luis Zapata trata la identidad de un joven migrante a la Ciudad de México, un chichífo que encuentra en esta ciudad la amplia posibilidad de hacer con su cuerpo lo que quiera y no sentir culpa, ni dramas que caracterizan otros personajes de la literatura mexicana con temática homosexual como la desgarrada y azotada historia de En jirones del mismo Zapata o el fatalismo de El diario de José Toledo, de Miguel Barbachano Ponce; o bien el atormentado profesor de Los inestables, de Alberto X. Teruel. La literatura en este sentido no deja de ser un correlato de la ciudad que retrata, de los personajes que deambulan en ella, de la vida “de ambiente” (homosexual) de finales de los setenta y principios de la década de 1980. Para ejemplo Osiris Pérez, cuya biografía fue ficcionalizada por Luis Zapata con el nombre de Adonis García, nos los hace saber el autor del poemario El cantar del Marrakesh, una oda a conocido antro citadino “de ambiente” donde “los hombres cerraban filas en los urinarios.”
Osiris Pérez conoció El vampiro de la colonia Roma y no le gusto, “esa no es mi vida”, así recibió esta consagrada novela, agregó Juan Carlos Bautista. En el público alguien afirmó haber conocido a Osiris, y “si estaba hecho un cuero” afirmó el testigo de la época y del chichífo mayor de la literatura mexicana.
Muchas marchas e incidencias en materia de derechos se han recorrido desde que se publicó El vampiro de la colonia Roma, pero también la geografía citadina se ha transformado, hoy el capitalismo rosa luce con oropel y banderas arcoíris, los bancos y empresas se envuelven en ellas, las marcas de tenis y los licores te dicen cómo vivir tu orgullo, los mini gettos reducidos de Zona Rosa o Polanco, la Roma-Condesa te aceptan en el consumo trendy. Es verdad que otras socializaciones se han construido ahí, desde el culto por el baile propios de la cultura disco y house hasta las coreografías del pop mexicano, pasando más reciente por el andrógino vogging, la reivindicación cuir o la deconstrucción del binarismo arragaido: o se es hombre o se es mujer, cualquier cosa que signifique para quien combina barba y tacones.

En el otro extremo, también la sexualidades no heterosexuales comienzan a visibilizarse al interior de comunidades indígenas y campesinas. Los grupos de Banda aluden el tema y las cantantes pop claramente enarbolan la bandera de su público gay, que a pulmón partido corea sus enjironadas historias de vida, como las de Gloria Trevi. Las tele series tratan las relaciones lésbicas o bisexuales y desde luego la literatura que algún día se llamó gay aparece con nuevas temáticas inverosímiles para Adonis García, como las que narra el norteño Wenceslao Bruciaga. Cada vez más la cinematografía mexicana cuenta con historias de mujeres que se enamoran, de hombres jóvenes que se atraen, fuera de la ciudad. Es más frecuente el tema, siguiendo lo que dice Foucault sobre el hecho de que más que reprimirse el discurso de la sexualidad, se produjo más discurso.
Hoy los twitteros y los standuperos le han dado la vuelta de tuerca a los viejos chistes homofóbicos de Polo Polo, a las caricaturas del homosexual afeminado, el manito caída, el cacha granizo, como si lo femenino per se fuera algo que degradar.
El vampiro de la colonia Roma acabó en enfermo, según un cuento de Luis González de Alba, otro imprescindible de la literatura mexicana. Es difícil saber dónde hubiera acabado hoy día Adonis García si la literatura no lo hubiera matado o la vida misma en tiempos de VIH SIDA, quizá sería un exitoso empresario del mercado rosa, quizá un decadente chichífo que no se adaptó a los tiempos de los parade multitudinarios, los cuerpos construidos en el gimnasio, la histeria clasista de los antros, quizá compartiría algo de homofobia internalizada de los que dicen: “obvios y locas no”, tal vez sencillamente estuvo bien que quedara en la memoria de un México pre sida, antes de los saldos del reventón.