A partir del movimiento de 1968, el autor recorre la evolución de la guerrilla con base en relatos, publicaciones históricas y periódicas, entrevistas, entre otros documentos.
Ciudad de México, 23 de agosto (MaremotoM).- Nadie podría haber hecho este libro que no sea Fritz Glockner. Todavía el autor se pregunta por qué la editorial ha puesto esa leyenda en la contraportada. Supone que al ser un involucrado –su padre, Napoleón Glockner Carreto, dejó su hogar y familia para integrarse el 20 de julio de 1971 a las Fuerzas de Liberación Nacional; tres años después reapareció golpeado y con el rostro desfigurado en la lúgubre cárcel de Lecumberri-, pudo conseguir muchas entrevistas. Entre ellas a Luis Echeverría Álvarez (todavía vive, con 97 años) y “preguntarle lo que nadie le había preguntado”.
Como sea, este libro monumental le ha llevado mucho tiempo –9 años- a su autor y es un libro de historia, pero también de vivencias personales y por qué pensado para el futuro. No sólo para completar la historia de México reciente, sino también para saber qué esperar en los tiempos que quedan por venir.

“Bucear entre la negativa impune del Estado mexicano y el silencio conveniente de la clandestinidad ha provocado en más de una ocasión que la brújula de diversos escritores, periodistas e historiadores se imante, extraviándose la orientación, arribando a puertos falsos e invitando opciones de una objetividad desdibujada”, escribe Glockner.
A partir del movimiento de 1968, el autor recorre la evolución de la guerrilla con base en relatos, publicaciones históricas y periódicas, entrevistas, entre otros documentos. Sirviéndose además del papel que han protagonizado las distintas instituciones educativas, los medios de comunicación, los organismos y personajes políticos.
Fritz Glockner (Puebla de Zaragoza, México, 1961). Estudió Historia en la Universidad Autónoma de Puebla. Es escritor, historiador y periodista; en 1994 fue uno de los principales encargados de prensa de la campaña presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas. Finalista del X Premio Rodolfo Walsh 1997 por Veinte de cobre y becario del FONCA 2010, se ha desempeñado como profesor en la Universidad Iberoamericana, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Darmouth College y en la maestría de Escritura Creativa, en Iowa. Actualmente es director de la red de librerías Educal.

–¿Cuándo empezaste con la investigación?
–En 1983, en la Escuela de Historia de la Universidad de Puebla y acelero la investigación a partir de 1996, cuando publico Veinte de cobre. La conclusión de terminar con estas historias ocultas, soterradas, negadas, escondidas, que tanto por un lado el Gobierno mexicano se había negado a reconocer su existencia, por el otro la práctica de la clandestinidad, que había provocado que la orientación se viera imantada y no supiéramos a qué puerto llegar.
–Empiezas con Luis Echeverría, diciendo que era amigo de Salvador Allende y de Fidel Castro
–Luis Echeverría fue el presidente más perverso de la historia mexicana, porque es un personaje que nunca asume un puesto de dirección popular, salvo la Presidencia de la República, no fue intendente, no fue diputado, no fue senador, no fue síndico y entra a la función pública en la Secretaría de Gobernación. Él va escalando desde un puesto menor hasta llega a Encargado y luego Secretario de Gobernación. Echeverría es de los pocos Secretarios de Gobernación que sabía donde se guardaban las escobas para hacer la limpieza, en Bucareli y por lo tanto también conocía los sótanos donde se torturaba y se asesinaba a mexicanos. Esa lógica es porqué tenía una relación sumamente estrecha con Gutiérrez Barrios, quien a pesar de que era Sub Secretario de Gobernación durante el sexenio de Echeverría, mantuvo un poder inaudito por encima del mismísimo Secretario. Esta perversión de Echeverría, quien termina confesándome cuando le hice la entrevista en su casa, me suelta la frase que él siendo Presidente de la República manda a romperle la madre a Lucio Cabañas por haber secuestrado al senador Rubén Figueroa Figueroa. Eso me permite esclarecer que no estamos hablando de la clásica Guerra Sucia, de la que hemos hablado, sino que se trata lo que es denominado Guerra de Baja Intensidad.
–La Guerra de Baja Intensidad caracterizó a todo Latinoamérica…pensábamos que México estaba fuera
–Así es, porque específicamente, esta Guerra de Baja Intensidad, se inaugura en México. El primer desaparecido político no sucede en Argentina, en Chile, en Brasil, sino en México, en agosto de 1969. El primer vuelo de la muerte que se da a conocer como un escándalo en Argentina, el primer vuelo de la muerte que se practica en Latinoamérica, sucede en México, en las costas de Guerrero, en 1972. En cuanto a la práctica y el oficio del terror, México lleva mano. Y como siempre he planteado, incluso los pupilos mexicanos, que aprender a torturar en la Escuela de las Américas, en Panamá, tienen la creatividad de inaugurar la tortura con el agua de Tehuacán. El tehuacanazo. El agua con gas no existe en los Estados Unidos durante la tortura. O el chili piquín. Esos ingredientes que en México “sazonan” la tragedia y el terror.

–Hablas de todos los guerrilleros como una fuerza extremadamente débil frente al poder
–Más que débil. Todos los que iniciaron de una u otra forma esta guerra, lo que buscaban era la suma de las masas. En el lado de la guerrilla urbana consideraban como sujeto de la revolución al proletariado, a los trabajadores; estamos en un país que desde la década de los 40, tal como lo planteó José Revueltas, en el Proletariado sin cabeza. Por otra parte el tema de la rebelión rural, donde los símbolos de este sistema son Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas. Donde Lucio Cabañas violentó la llamada “seguridad nacional”. No se gestó un movimiento enorme de masas, pero a pesar de haber sido núcleos armados clandestinos, sí generaron una desestabilización y una amenaza considerable. Sí se colocó en jaque al rey dentro del tablero.
–Desde la Guerra Sucia hasta esta fecha, ¿qué ha hecho la sociedad civil?
–Es curioso, porque no tuvo relación el olvido con estos años heridos. Los ultras de los ’70 fueron mal vistos tanto por la izquierda clandestina comunista del PC mexicano, como por la izquierda académico universitaria, como por la izquierda que le apuesta al sindicalismo independiente. En esos años la sociedad civil, los grupos de derechos humanos, se concentraban más bien en agrupaciones religiosas. Te pongo un ejemplo cercano. Napoleón Glockner, mi padre, es detenido en 1974 y la izquierda poblana tradicional, cuyo líder había sido mi abuelo, le da la espalda. El Partido Comunista se hace como que no nos conoce, la Universidad Autónoma de Puebla deja de vernos con simpatía y quien curiosamente apoya a los Glockner son los jesuitas. El caso de mi padre llega a Amnistía Internacional, gracias a la Compañía de Jesús. Eran los que practicaban un respeto a los derechos humanos. La evidencia de la tortura en México se lleva a cabo en 1985, cuando se descubre cómo se desgaja a la mitad el edificio de la Procuraduría de Justicia durante el terremoto y quedan a la luz aquellos cuerpos de personajes torturados. Ya no hubo forma de negar la práctica de la tortura.

–¿Nadie puede contar esta historia más que tú?
–No sé a qué se habrá querido referir esa frase de la contraportada. Yo lo reduzco a las cosas que me han dicho Paco Ignacio Taibo II, Aguilar Zinser y mi querido Andrés Ruiz en el sentido de mi apellido y de ser hijo de quien soy me iba a permitir hurgar en las nostalgias en esos personajes que se iban a negar a hablar con cualquier historiador. El background que tengo, la tragedia familiar, haber sido sujeto de la historia colateral, me otorgaba esta opción de diálogo con ciertos sujetos históricos. Asumí el compromiso porque me parecía por demás urgente dar a conocer estos calendarios con heridas en ebullición.
–¿Es un homenaje a tu padre?
–No, tanto un homenaje a tu padre. Siempre lo he dicho. El niño Fritz Glockner dice: A ver, Napoléon Glockner, chinga tu madre. El niño quiere a su padre, le vale madres los niños pobres de México. El hombre Fritz piensa que hay que tener huevos para abandonar a la familia e irse con la guerrilla. Es un homenaje a Diego Lucero, el padre de mi hermano, Diego Lucero; es un homenaje a Alicia de los Ríos, la madre de mi hermana Alicia de los Ríos; es un homenaje a David Jiménez Sarmiento, el padre de mi hermana Alejandra Cartagena; a los padres de mi hermana Aleiga Callangos, a Mika Cabañas, la hija de Lucio Cabañas. Evidente amé y amo a mi padre, pero no es un homenaje a él.
–¿La labor que han hecho los guerrilleros han dejado un legado?
–Tú, que eres especialista en el futbol, dices ay, si te hubieras colocado aquí o allá, pero la emoción del juego muchas veces obnubila tu raciocinio. Todos los considerados errores de los guerrilleros de los ’70, es fácil criticarlos. No me atrevo a la crítica simplista en mi libro, sino que entablo un diálogo para tratar de conocer al personaje, hurgar dentro de su ser, qué los movía a tomar tal o cuál decisión.
–De todas maneras, Lucio Cabañas ha sido nombrado últimamente, sobre todo por su lucha a favor del campesino
–Sí, claro. Sostuve un diálogo con la figura histórica, preguntándole cómo se le ocurrió apostar a un solo número de la ruleta, con su capital guerrillero, al plantear el secuestro de Rubén Figueroa, solicitando la revolución. Exigía la propia revolución. Este libro me llevó mucho tiempo, uno y la mitad del otro. Me costó mucho trabajo por la complejidad narrativa, donde se cuente la historia, no donde se enumeren los datos. A la historia hay que contarla. La estructura me costaba mucho trabajo. Los historiadores académicos criticarán el estilo, más no la precisión de la información.