Juan Goytisolo

Juan Goytisolo: Escritor imposible

Ya hace tiempo hacía notar el camino de Juan Goytisolo y su inclinación por sacar a la luz una tradición literaria, él le llama “árbol genealógico literario”. Sugería, sugiere, siempre, un poliedro de lecturas. Exige también un lector más quisquilloso y hasta arqueólogo, o por lo menos, con una vocación de analista.

Ciudad de México, 6 de junio (MaremotoM).-  Me atrevo a escribir esta carta que no te llegará a las manos nunca porque me parece que le digo carta a este ensayo. Pero no es una epístola, menos didáctica o mística que cualquiera, encierra mis dudas.

Hace tiempo que vengo pensando que el ensayo tiene más quizás de los que se le permiten, tiene más de cuestionamiento o de pregunta que de enseñanza.

Y es que uno puede más o menos darse cuenta de que una pregunta sensata puede tener mucho que en la afirmación o en el dogma se pierde por ya no cuestionar. Es el único recurso que he encontrado para escribirlo. Cuestiono no inquisitivamente, ni eufemística o retóricamente sino así, hablándole al muro silente que es la consciencia de un destinatario. Esto que escribo es volátil.

Todo empezó con la idea de un ensayo; no tenía idea de que al género al que me estaba enfrentando no es ni académico ni extenso. Por el contrario, resulta que el ensayo podía ser una reflexión personal y lúdica

No sabía cómo resolver la manera de escribir acerca de Juan Goytisolo. Buscaba un tono, me interesaba acercarme a las cosas. Premiar la impresión de la experiencia por sobre esas estructuras y esos debates a los que, además de alejado, me sentía algo reacio.

Un miércoles por la mañana me encontré con unas cartas dirigidas a Mario Vargas Llosa publicadas, creo, en Letras libres. Hace años de esto. Pero motivado por ese encuentro quise hacerlo así: de ahora en adelante mis comentarios sobre los textos que leyera, mis genealogías literarias y mis quejas, las haría a través de cartas, ese vehículo flexible, trasunto de monólogo sin fin.

El objetivo era escribir cartas. Consistía en imitar a quien escribía esas cartas. Las cartas eran de Julio Cortázar, José Donoso y Carlos Barral. Esa correspondencia de gente que no conocí ha salvado la memoria de otros días. La carta, pues, me resulta un género familiar, íntimo. He optado por este pretexto de escritura porque me resulta familiar, como ya te he contado.

Te he elegido a ti para hablar de Juan Goytisolo. Por razones caprichosas me he obstinado en seguirle la pista desde hace años. Comencé leyendo, bastante ingenuo e ignorante del contexto, La Trilogía del Mal. Leí ávidamente dos o tres ocasiones La reivindicación del Conde Don Julián, que representa el quiebre reconocido por la crítica de la novelística de Goytisolo. Me conmovió. Durante un buen tiempo quedé tocado debido a lo que pude ver escrito ahí. Las formas sintácticas llamaron mi atención desde el principio.

Me significó un gran reto comprender muchas de las interminables imágenes verbales manifestadas en aquella obra: la reina Isabel en la que pensaba el autor bailaba I´m not get satisfaction o un niño era investido de una capa roja para llamarse caperucito

Conservo el estupor ante el último capítulo. Hace por lo menos diez años de aquella lectura que me marcó. Me hizo otro lector; otro personaje; otro escritor. Antes de descubrir en ti a un interlocutor, llegó a la Facultad donde estudiaba el que se convertiría en mi asesor de tesis. Recuerdo haberle preguntado, así como a la ligera, que si conocía o que si le gustaba Juan Goytisolo. Respondió un sí rotundo. No sabía yo que él, era, pariente lejano del escritor; lector y crítico de la obra y hasta, seguro sonreirás con esto que escribo, tenía cierto parecido con el Juan Goytisolo de las fotos de las ediciones de Alianza Editorial.

En un viaje meteórico al Distrito Federal conseguí dos o tres libros más; también encontré en tiendas departamentales títulos del autor; hubo quien me acercó algunas otras novelas que encontraba en librerías de viejo y bibliotecas olvidadas. Hice que la gente pensara que yo era un obsesivo del escritor catalán exiliado en Marrakech. Durante un buen tiempo no hablé de otra cosa que de Juan Goytisolo y lo fascinante que me parecía.

Leí El sitio de los sitios. Un colega había compartido charlas conmigo. Luego me prestó el libro. Daba cuenta de los empeños formales del texto. Me impactaban las imágenes verbales de la violencia, la desesperación y el encierro. Un escritor da vueltas en un cuarto de hotel en Sarajevo. Ve que la ciudad se derrumba y le preocupa una biblioteca será consumida por el fuego. Hay ahí un manuscrito que debe ser salvado. La literatura que encontraba allí era de denuncia y de cuestionamiento, pero no se alejaba del intento poético, de la evolución moral que significa intentar la poesía o el lenguaje o la literatura por sobre los sucesos. Me volvió a capturar Juan Goytisolo.

Le di un aire de escenas de una película. Hacía prácticas cinematográficas. Páginas escritas las convertí en fotografías. Las imágenes me venían nítidas. La violencia y la incertidumbre de un mundo actual como el que se cae a pedazos y que tiene a bien anunciarnos cualquier noticiero a diario, se hacía presente desde el epígrafe.

En El sitio de los sitios el tema de los marginales es el tema universal. Le da unas características que le pertenecen a todos. Denuncia la falta de puentes. Toca y dice los temas que todos vivimos y nos tragamos por siempre pensar que no es importante.

Para el autor todas las almas son importantes. Le interesa el individuo y sus muchos rostros. Sus dobles. Sus enemigos. Sus sombras

Estoy escribiendo una carta-ensayo que quiere, además, ejemplificar un aspecto que atribuyo, como otros lo han hecho, a la escritura: yo afirmo que el acto de escribir, salva y purifica. Con la escritura también tengo un acto de comprensión. Me hago consciente. Hablo de literatura como la banda de rock toca en vivo, con todos los riesgos de la espontaneidad. El ensayo, a veces, me da para pensar que podría dejarse ver así, menos que un ejercicio de cálculo.

Ya hace tiempo hacía notar el camino de Juan Goytisolo y su inclinación por sacar a la luz una tradición literaria, él le llama “árbol genealógico literario”. Sugería, sugiere, siempre, un poliedro de lecturas. Exige también un lector más quisquilloso y hasta arqueólogo, o por lo menos, con una vocación de analista.

Había que notar numerosos inter-textos y darles alguna significación, como si se estuviera ante un rompecabezas, un encriptamiento, unas migajas de pan para Hansel y Graetel. La técnica narrativa de Juan Goytisolo en El Sitio de los Sitios correspondía a un carnaval, literalmente; el arte del engaño y la sugerencia; la mentira y la incertidumbre; la profundidad en el vacío y la escenificación teatral del hecho; la denuncia y la conciencia; la soledad y la incomunicación; la tradición y la disidencia.

Me detengo en la genealogía del escritor. Es la obra. El precepto tiene mucha lógica y lo dice en mejores palabras el propio Goytisolo a quien cito textualmente de Tradición y disidencia:

“El escritor que concibe su obra como una aventura, y a la vez como una tarea de sostenido empeño, intentará que su creación conjugue una experiencia única y un saber literario profundo y vasto. La busca y hallazgo de antepasados con los que forjará su propio árbol, de esa genealogía de autores cuya existencia se prolonga y vivifica, le mostrarán sus afinidades secretas con otros escritores abiertos también a una multiplicidad de culturas y lenguas, tanto a la tradición oral en la que bebieron nuestros antepasados antes de la invención de la imprenta como a lo que comúnmente se juzga alta literatura“.

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Mucho tardé en entender el valor de la literatura. Es el instrumento. Es el puente, como diría Cortázar. Tantas veces he repetido esas frases y no lo logré entender nunca hasta que me encontré con la voz palpitante del autor de El Furgón de Cola. La literatura es la experiencia. Así que quien habla desde ahí tiene en sus manos el don de la humanidad, la historia personal del hombre.

La escritura era el “arca de la alianza”, un método de conocimiento y un refugio que transporta en sí a la humanidad y que se la confiere a cada individuo. Es el conocimiento importante. La literatura, no tengo miedo a afirmarlo, recuerda, denuncia y acerca aquellas cosas que de verdad importan. Este etéreo que lo incluye todo es la manifestación del hombre.

Mi carta que quiso ser ensayo se ha convertido en apología a Juan Goytisolo casi sin darme cuenta. No he reparado que así ha sucedido. Sarajevo es la escenificación de cualquier parte del rompecabezas. Sarajevo es la zona en este caso. Pero trágicamente, podría ser cualquier lugar. Y eso me lo ha sugerido el paisaje de La edad de Hierro; también el viaje propuesto por Pamuk en El libro Negro. Dos textos que ya tienen, como diría Vila-Matas, el crítico y ensayista, no el novelista, este matiz contemporáneo en el que contiene, cada uno de las atmósferas y personajes y tramas, la historia del mundo. La emergencia de un antihéroe.

Ya había hablado de que no es nuevo que esta “compilación-novela” de Goytisolo se quiera ver desde la ironía, me refiero a El sitio de los sitios. El tono de la burla ya no es gracioso. La presencia del sarcasmo sugiere, por extensión, lo contrario a lo que se afirma. Quizá ese es el fundamento de incertidumbre que puebla toda la novela.

Lo increíble sucede. No hay límite para lo patético. La frontera se ha cruzado.. El extrañamiento llevado a un extremo de escepticismo, de pasmo. Todo se vuelve arenas movedizas

Tomo en cuenta algo que suele llamarse ilegibilidad, fronterizo con la intención de ser un mapa en otra lengua o en varias. Se lee a través de la especulación y el equívoco. Se relee con la duda como método de comprensión. Creí que Goytisolo pretendía eso en algunos momentos. Emborronar, esconder, suplantar, comenzar otra vez.

La ironía, el patetismo en algunas ocasiones, un uso retórico o ideológico, biográfico o paródico, goza de bastante popularidad en la creación literaria. Podría decirse que un texto es una parodia, humorística o no, de algo, podría entenderse que hay en ese acto un cuestionamiento. El humor suele ser una tentación. Por supuesto, si aceptamos que la literatura es, a veces, una denuncia, también podemos arriesgarnos a afirmar que, puesta en marcha esta máquina de la distancia y la reflexividad que es la creación literaria, tarde o temprano, como vemos en las prácticas irónicas de Goytisolo, nos estaremos enfrentando al cuestionamiento de los valores admitidos, la ascensión de cuanta moral se figure, la individualidad en todo caso.

La literatura es la experiencia del hombre. Provoca controversia en lo corriente, pone en duda y es también la construcción (metafórica) de otro orden que se manifiesta en este proceso de revelación de la realidad. Trae a flote las zonas sotádicas. En la literatura vienen a emerger los elementos que conforman un paradigma de humanidad, cualquiera que éste sea en El sitio de los sitios, podría decir yo que se trata de la incertidumbre.

La especulación. La ambigüedad. El malentendido. El engaño. La apariencia. La ensoñación. No hay forma de confirmar algo. Todo está asentado en lo dudoso. Hay que dejar claro que la ironía no se ocupa en términos morales de bueno o malo. Es denuncia. Es evidencia. Es, si se quiere, por esa distancia que he presumido arriba, la más subjetiva de las objetividades, es incertidumbre.

Sin embargo, me parece que la ironía en Juan Goytisolo no es tanto de desdén como de reclamo. No se aleja del cuestionamiento. Pero creo que su sarcasmo es mucho más fronterizo con la lamentación que con la burla. La incredulidad vista en los textos de este autor es una posición de catarsis. Preludia al reconocimiento. La imagen que puede ilustrarlo es la que evoca quizá Juan Marsé en alguna de sus novelas. El hombre que no puede creer lo que ve. Desconfiado, supone que lo que está atestiguando es sólo un sueño, una ilusión, para luego reconocer, con las manos cubriendo el rostro y las lágrimas, que es de una profunda tristeza la frágil realidad que se tiene enfrente y espeta, como en El amante bilingüe:

“Vivo en un sueño que se hace pedazos […] hay épocas en que uno siente que se ha caído a pedazos y a la vez se ve a sí mismo en mitad de la carretera estudiando las piezas sueltas, preguntándose si será capaz de insertarlas otra vez y qué especie de artefacto saldrá […] el mundo me parece una trampa“

Ésta es la ironía frente al mundo. Conciencia, pasmo o conmiseración ante la realidad. Un individuo desvalido es el que se presenta como víctima-personaje de las circunstancias. El testigo escenifica para deshacerse de la carga. La escritura es más que un vehículo, un contenedor en el que se nombra lo que da miedo. La situación debe ser planteada porque es una bomba a punto de explotar. Escribirla es derramar cuidadosamente la pólvora en el piso para dar cuenta del peligro, pero amortiguar, salvaguardar, anunciar que hay algo. Está la clausura. La nula disposición para escuchar y ser escuchado. La indiferencia ante lo otro. Somos islas y hemos perdido los puentes. La literatura es uno, la escritura salva

Comienzo a despedirme. Es una carta larga que seguro no querrás leer sino por morbo. Dime, de cualquier manera, qué opinas sobre mis impresiones de esta obra. Te aseguro que seguiré indagando. Te aseguro que Goytisolo no es sólo esto. Te aseguro que en el tintero se me quedan otros tópicos que me es necesario plantearte, pero el tiempo y tu paciencia seguro no son mis aliados. Sólo te dejo entrever que me ocuparé del doble. Ese personaje que se va posicionando. Las máscaras, los espejos, los tapujos, las sustituciones, de ser otro.

Fuente: Ruleta Rusa / Original aquí.

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