Coronavirus

La catástrofe viral nos aterra porque es una amenaza que nos toca la puerta

El recuerdo de la enfermedad y de la peregrina idea de que pudo haber sido una oportunidad de restaurar nuestro vínculo con la tierra, se irá diluyendo poco a poco, como el duelo por nuestros deudos.

Ciudad de México, 23 de marzo (MaremotoM).- La crisis del Coronavirus ha dado origen a una serie de debates que abarcan muchos temas: desde los técnicos sanitarios, hasta los que sugieren la caída del capitalismo. De entre esas narrativas, me llama la atención aquella que ve a la emergencia de la enfermedad como una ocasión para replantear el papel de los seres humanos en el planeta, para hacer una introspección que nos lleve a una relación más armónica con la naturaleza y con nuestra propia especie, algo así como la oportunidad para edificar un hito refundacional. Me viene entonces a la mente la escena final de cualquier película apocalíptica, en donde se ve a los últimos sobrevivientes mirando en el horizonte un sol que sale detrás de los escombros de una ciudad devastada.

Me pregunto ¿qué es lo que alimenta este “súbito despertar de la consciencia?” ¿qué es lo que hace a esta encrucijada diferente a otras tragedias humanas más atroces y que no suscitan, ya no digamos reflexión, sino un mínimo interés? ¿por qué el mundo se alarma ante los 11 mil fallecidos al día de hoy (20 de marzo) y no chista ante los miles de muertos y millones de infectados por las llamadas “enfermedades de los pobres”, como el dengue?

Ni el cambio climático, ni las imágenes de los niños refugiados sirios que mueren de frío o ahogados, ni Yemen, ni las prácticas nazis reeditadas contra la población palestina, ni las tragedias migratorias, han calado tanto en “la consciencia global” como para ejecutar un plan expedito como el que se ejecuta hoy frente al Coronavirus. Se han hecho simulaciones que revelan el efectivo retroceso de los efectos del cambio climático, por ejemplo, si se tomasen las medidas que hoy se toman contra la pandemia.

La catástrofe viral nos aterra y nos pone introspectivos más que cualquier otra de las calamidades contemporáneas porque, más allá de su naturaleza transcultural, geográfica y su potencial letalidad, es una amenaza que viene a tocarnos a la puerta; es un peligro que abandona los territorios abstractos para venir (como dirían los argentinos) a “tocarnos el culo”.

Ha quedado claro que el Coronavirus dejará más pobres que muertos, es un trance que no sólo pone en riesgo nuestra vida sino, y sobre todo, nuestro ESTILO DE VIDA. En respuesta, nosotros, los segmentos sociales medios, urbanos (ilustrados o no), trabajadores, con acceso a la información y a un teclado de computadora, nos apanicamos y aparecen personas hablando de “renovación de consciencias” y sociólogos de moda que sugieren la “renovación del comunismo” (¡hágame usted el favor!). En tiempos en que asumimos que la presencia y la cercanía es virtual y no real, durante la cuarentena, también se ven músicos y cantantes improvisando conciertos desde terrazas y balcones para luego ponerlos en internet en un intento pueril por evadir la terrible sensación de estar solos con la pareja, la familia o consigo mismos.

Las características de la enfermedad y las acciones planetarias para combatirla, pronto se reflejaron en las dinámicas domésticas evidenciando la correlación entre lo global y lo local. El Coronavirus se ha manifestado como un mal de los países ricos; la visibilidad de los infectados, de su voz, de sus quejas y de su mortandad, se ha concentrado en segmentos sociales no depauperados, mientras que los pobres siguen siendo tan invisibles como siempre. La muestra de que para algunos la posibilidad de acatar la cuarentena es un privilegio, nos recuerda que, si bien todos estamos en el mismo barco, unos viajan en primera clase y otros son polizones.

El virus que afecta hoy a más de 100 países no puede ser el inicio de un nuevo diseño de consciencia porque, salvo excepciones notables, como la de los médicos que dan su vida por atender a los enfermos, la lógica que parece privar es la de “sálvese quién pueda”, la del uso de la enfermedad como arma política o instrumento de chantaje. Así, lo que no pudo el consenso político gringo, lo consiguió el Coronavirus haciendo realidad el sueño de Trump: el cierre de fronteras y la institucionalización de prácticas xenófobas.

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Coronavirus
Me pregunto ¿qué es lo que alimenta este “súbito despertar de la consciencia?” Foto: Cortesía

El miedo al “otro” que aísla y levanta muros entre países, tiene su equivalente individual en la vuelta a los orígenes, al conservadurismo, a las referencias primarias: a la familia, a la religión, y al nacionalismo. Los análogos en tiempos del Coronavirus, son los cánticos chauvinistas desde las ventanas, el racismo contra todo lo que parezca chino, la presunta “seguridad” que da el encierro de la cuarentena y la compra de armas disparada al 300% en algunas ciudades gringas, entre otras cosas.

La idea de que el Coronavirus pueda ser el impulso para repensar el papel de los seres humanos en la tierra, es falsa e ingenua, porque no hay indicios de que una tragedia, una pandemia o la mortandad en masa, hayan catalizado una “refundación” como la que se sugiere. Así, la peste negra que azotó a Europa en el siglo XIV fue el preludió del capitalismo que eliminó la estructura feudal, la experiencia del nazismo no evitó crímenes parecidos y es bien conocido el mecanismo por el cuál, grandes mortandades (cómo las de las guerras) favorecen la expansión del sistema.

La pandemia de hoy no puede generar un cambio de rumbo porque su combate se encuentra sumido en la lógica positivista y cartesiana preponderante desde la revolución científica: un razonamiento basado en el dominio de la naturaleza y no en la integración del ser humano en ella como un todo vivo e interdependiente. En otras palabras, los procedimientos en el laboratorio podrán crear un antígeno, aislarlo, estabilizarlo y finalmente fabricar una vacuna eficaz, pero el pensamiento base de tal metodología, es absolutamente inepto para revelar qué está tratando de decirnos la naturaleza con tanto bicho saltando y cambiando de morada.

La emergencia del Coronavirus no puede acelerar una vuelta de tuerca mientras la lucha contra éste se guíe por la lógica capitalista, que tiene como prioridad minimizar los estragos económicos y preservar “el estilo de vida” depredador, que hasta hoy, es aspiración de los mismos que tienen pánico. Para cambiar eso, habría que dinamitar desde sus cimientos el pensamiento que ve en el beneficio pecuniario un sinónimo de bienestar y eliminar la fragilidad del sistema ante los eventos económicos. Las ordenanzas de muchos países se debaten entre adoptar medidas dañinas para la industria y el comercio o salvar vidas. Cabe señalar que, por ejemplo, las restricciones de movilidad en Italia, se retrasaron por la presión de los industriales del norte.

La coyuntura del Coronavirus no puede alentar la renovación del pensamiento humano, porque entre los logros del capitalismo está el haber minado la solidaridad, así, los llamados a permanecer en casa, frecuentemente se ven como un atentado a las libertades individuales.

Es cierto que en el pasado las grandes pestes favorecieron avances para el bien de la humanidad: infraestructura sanitaria, vacunas, sistemas de drenaje, etc. Sin embargo, dichas mejoras estuvieron acotadas a los campos de la ciencia y la tecnología, borrando toda percepción de la correspondencia intrínseca que existe entre la salud humana y la naturaleza.

También es verdad que la crisis actual vino a desnudar la dinámica perversa de la sanidad privatizada e hizo reflexionar sobre las responsabilidades básicas del estado, pero eso no basta para impulsar un cambio de paradigma como el que se insinúa.

Los especialistas prevén que la pandemia terminará dentro de unos meses; la característica letal del Coronavirus será controlada, aprenderemos a vivir con él. Cómo en los casos del Ébola, la gripe aviar, la porcina y muchas otras, su nombre quedará inscrito entre los virus que alguna vez paralizaron brevemente la explotación del mundo a manos del ser humano.

El recuerdo de la enfermedad y de la peregrina idea de que pudo haber sido una oportunidad de restaurar nuestro vínculo con la tierra, se irá diluyendo poco a poco, como el duelo por nuestros deudos.

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