“Del dolor a la ira no hay ni diez ni quince metros porque apenas hay distancia”, dice Marta, una de las protagonistas de “Treinta monedas de carne”. Sus celos extenuantes, su valer para sí misma nada y odiar a cualquiera que le rompa el mundo atado con alfileres, va con suma claridad hasta la tragedia.
Ciudad de México, 4 de agosto (MaremotoM).- La claridad, de Marcelo Luján, demuestra hasta qué punto ha merecido ganar el Premio Ribera del Duero. Con un lenguaje claro, a veces algunas metáforas, otras predicciones en torno a lo que pasará páginas más adelante, se va diluyendo el autor en situaciones que se van haciendo difíciles y extrañas.
El cuento de la traición y de la venganza de dos mujeres que apenas se conocen empieza a pintar la cancha hacia el mejor de los lectores, con ese que no pierde detalle y que sabe a conciencia que el cuento es algo además que no se narra. Hay una gran historia desconocida que sostiene a eso que conocemos como “lo que sucede” y si uno se distrae, cae el Diablo hablando lenguas muertas.

Hay una cosa que acontece con los cuentistas: ¿Escriben bien o escriben más o menos? Es un dilema inútil. Lo que hay que saber es si son buenos relojeros o no. Si han ajustado cada una de las palabras a esa máquina sofisticada que son los cuentos.
La claridad tiene unos cuentos de más o menos 20 páginas y cuando lo entrevistamos, Marcelo Luján dijo: “Recurrí a recursos técnicos que me permitieran mantener al lector en esa tensión cortazariana indispensable. Utilicé el narrador que también lo usé en novela, que establece el “futuro narrativo”. Aquí es un narrador que detiene el aquí y ahora del relato y todo lo que te voy a contar será en futuro. Como un narrador omnisciente que soy todo es verdad y va a pasar”.
A veces entiendes ese futuro narrativo y a veces tienes que volver a leerlo porque ni siquiera está cierto que el narrador omnisciente lo sepa todo, en una seguidilla de oportunidades claras y perturbadoras que nos estremece y nos hace pensar en lo peor.

“Del dolor a la ira no hay ni diez ni quince metros porque apenas hay distancia”, dice Marta, una de las protagonistas de “Treinta monedas de carne”. Sus celos extenuantes, su valer para sí misma nada y odiar a cualquiera que le rompa el mundo atado con alfileres, va con suma claridad hasta la tragedia.
“A veces un cuerpo es la salvación: la única oportunidad de redimirse y por qué no de vengarse”, dice el narrador y uno piensa en todos esos cuerpos que están en las fosas comunes o piensa en Argentina, donde los cuerpos vienen siendo la expresión de un odio ancestral, que pareciera que si viene el fin de todo, tal vez podamos empezar de nuevo con una plantita o un embrión.
“Nada de lo que sucederá dentro de un rato debería suceder nunca. Ni en los sueños ni en la vigilia ni en el único y diminuto y a menudo absurdo mundo que habitan los vivos. Porque nadie debería nunca decidir el daño ajeno. Y menos aún desde la lucidez. Ni el daño ni el dolor ni la devastación ni el perjuicio. Nada de lo que sucederá dentro de un rato debería suceder nunca, pero sucederá de todos modos”, afirma un narrador que extiende su comprensión hacia todos los cuentos, como si una novela de criaturas vengadoras, como monstruos, hiciera su desfile tremendo.

“El peligro siempre se entiende” y cuando no se entiende una mujer reacciona como una criatura desconocida, alguien lleva un gato infectado con un coronavirus mutado y un hombre en un camión, tentado por la tentación y el misterio (acaso el más “fantástico” de todos), cae en el camino equivocado.
¿Hay un Diablo que aparece en nuestras vidas? ¿Hay un ángel malo con el que tenemos que negociar o somos fruto del azar que cuando salimos ya no tenemos control sobre nada?
La claridad es un gran libro. Marcelo Luján, nacido en 1973, un gran escritor.