No tendrás perdón, de Sergio Ceyca (Culiacán, 1990), su primera novela publicada en 2018 y editada por el Instituto Sinaloense de Cultura.
Ciudad de México, 26 de julio (MaremotoM).- “Siempre despertaba al lamer la sangre. Fue arrancada del sueño como por un golpe de agua helada y, para calmarse, se repitió con fuerza que no era su mano la que empujó a Rebeca. Solo saber eso debería ser suficiente para poder descansar, pero la luz que entraba por la ventana parecía un cuchillo brillante sobre sus ojos, así que se puso una almohada sobre la cabeza”. Así inicia No tendrás perdón, de Sergio Ceyca (Culiacán, 1990), su primera novela publicada en 2018 y editada por el Instituto Sinaloense de Cultura. En ella el autor recrea, ni más ni menos, que el tormento de Aurora, una mujer que no logra descansar en paz por el recuerdo del asesinato de Rebeca en el colegio, cuando eran estudiantes de primaria. Esto no es un spoiler, es el mismo patrón que sigue Crónica de una muerte anunciada, donde sabemos que Santiago Nassar será asesinado, lo intrigante es saber cómo y por qué, eso mismo debemos ir atestiguando mientras pasamos las casi cien páginas que contiene este libro.
Jugando con la temporalidad, del pasado al presente (y a las sombras), Ceyca esboza un Sinaloa árido, triste y desolado, pero no con alusiones al narco o a la corrupción, sino desde la perspectiva escolar de un par de alumnos que mueren, Rebeca primero y Leopoldo después, porque se llevan pesado y se les pasa la mano. ¿Cómo puede ocurrir esto y en dónde desemboca? Esa es la larga reflexión que ofrece Sergio en un texto al que la crítica ha visto como novela sobre el bullying o “un arrebatador registro sobre la violencia disfrazada de ficción” como ha escrito Édgar Lacolz al respecto. Para Ceyca será la carrilla heredada por generaciones y tiene que ver con burlas, apodos, crítica o sencillamente la famosa “ley del hielo” que no es otra cosa que ignorarte y borrarte del mapa, una forma de violencia, sin duda. Son cada vez más y variados los factores que influyen para que la violencia se dé y nos compete a todos estar al tanto de sus consecuencias. En su narrativa hay ecos de Gabriel García Márquez, de César López Cuadras y Juan Rulfo, es heredero de una tradición, no imitada, sino inherente.

Sergio Ceyca estudio Derecho, pero el mismo entorno lo fue llevando al periodismo cultural y sus deseos de escribir lo llevaron con Élmer Mendoza, primero, y después con Eduardo Ruiz Sosa, donde finalmente el borrador de esta novela se gestó. Actualmente colabora en diversos medios digitales y prepara un par de novelas más que se salen un poco del territorio mortuorio, pero que siguen teniendo relación con Culiacán y dos de sus grandes pasiones: Franz Kafka y los ovnis.
—¿Cómo inicias en la literatura?
—En casa siempre hubo libros de administración y derecho, había algunos de literatura pero eran los que publicaba en Instituto Sinaloense de Cultura en su momento y le regalaban a mi papá, nunca me interesé por ellos. En la primaria una maestra me prestó La isla del tesoro y esa fue la entrada en forma, digamos. En cuanto a la escritura, siempre me ha gustado ver series y películas, quería contar historias, por eso agarraba papeles y comencé a hacer cómics, pero no fluctuaba el asunto realmente. Fue hasta la secundaria, después de haber leído los libros de J. K. Rowling y Stephen King, donde nació una chispa de querer escribir en forma.
—¿Ahora que lo haces de tiempo completo, qué significa la escritura para ti?
—La escritura para mí es una especie de zona arqueológica donde encuentro un hueso y debo averiguar de qué es, así que escarbo la tierra y saco todo el esqueleto que está debajo de ella, pero llega un punto en que la simple brocha no sirve y tienes que meterle taladro, martillo y demás herramientas: me tengo que esforzar para escuchar a los personajes, soy muy descuidado, así que tengo que talachearle más. En el fondo, creo, escribir se trata de escuchar las historias un poco, saber cómo quieren salir.

—Eres periodista y novelista, ¿percibes diferencias abismales en estas disciplinas o es algo que puedes llevar tranquilamente?
—No tendría que haber diferencia en el fondo. Por ejemplo, el libro Miedo y asco en Las Vegas, puede ser una crónica periodística o puede ser una muy buena novela, en el substrato que está debajo de la narración no creo que haya diferencia, más bien tiene que ver en cómo recibimos la información. El periodismo trata de estar bombardeando constantemente lo que está ocurriendo en tiempo real, suele tener errores de datos, de dedo, de redacción y de alguna manera uno lo puede permitir porque lo que quiere es el dato duro. Pero en el periodismo como el de John Lee Anderson en Guerrillas, no tendría que haber una diferencia porque ese periodismo, al igual que la literatura, apuesta por contar una historia, es decir, que un dato frívolo o dato duro, se transforme en algo con lo que el lector pueda empatizar. En el fondo, diría, no hay diferencia, pero en la superficie y los métodos de acción son totalmente distintos.
—¿Qué tipo de periodismo es el que te interesa?
—El periodismo cultural, porque nace de una especie de fraternidad con los artistas de Culiacán. Entré como colaborador en un periódico que se llama Viva voz, pero con el tiempo acabé en portales digitales, que es lo que está de moda. Comencé a especializarme en notas a fondo sobre cultura y eso levantó mucho. El periodismo cultural motiva mucho más positivamente a hacer las cosas, suele camuflar los sinsabores del periodismo político.
—Alguna vez dijiste que escribes novela porque el cuento te da menos libertad…
—No es eso. Quizá tiene que ver, más bien, con un asunto de ideas. En mi cabeza germinan muy bien las ideas largas; aunque sí hay cuento que apuesta por ese tipo de desarrollo es muy difícil llevarlo a cabo porque no cualquiera es Raymond Carver o Hemingway. El cuento latinoamericano le apuesta al mecanismo, hasta la menor palabra tiene una razón de ser, creo que no pienso de esa manera, así que cuando termino los cuentos siempre hay algo que falta, es curioso, porque tendría que sobrar, pero siempre falta. En la novena permito que todo eso fluya, entonces funciona, hay que pulir, reestructurar detalles, como una especie de jardín.
—No tendrás perdón es una novela sobre bullying, violencia, soledad. Percibimos un Sinaloa nostálgico, me atrevería a decir que hasta rulfiano entre muertos y recuerdos de lo que fue.
—Todo surgió porque conozco a Eduardo Ruiz Sosa desde hace mucho, quería empezar a escribir y él organizó un taller cuando regresó de España luego de 7 años de haber estado allá. Él hace que te preguntes qué literatura quieres crear, qué quieres escribir. Eso sirvió para definir el proyecto de No tendrás perdón. Ahora bien, el asunto del bullying fluyó bien con la novela. En Sinaloa —que es un ambiente totalmente violento— la carrilla es parte de hacer risible esa violencia, hacerla más socialmente útil o divertida. Pero en las escuelas hay acoso, porque somos bárbaros, entonces les enseñan a los niños a ser valientes y toscos, es muy difícil de definir lo que ocurre en Sinaloa, porque de alguna manera esto forma parte de toda la cultura tanto de los niños como de los adultos. Cuando una amiga leyó el libro me dijo que se recordó cuando estaba en el kínder y ella era la buleada, estuvieron a punto de apedrearla, y es inexplicable cómo no se habla de estas cosas.

—¿La carrilla es una veta de la violencia, así se ve directamente?
—Creo que no ves a la violencia de forma directa, sino que a través de sus consecuencias. Como en el caso de “Sensini”, de Roberto Bolaño, donde no ves el hecho violento en sí, sino la consecuencia. La violencia casi siempre se mide en números de desaparecidos, de muertos. Es como un huracán: importa el fenómeno por el camino de destrozos que va dejando detrás, y eso lo hace Bolaño. En el dato duro, la criminología dice que no puede existir estado sin criminalidad. El estado necesita de ella para producir empleos, lo cual me lleva a pensar que no hay personas buenas y malas porque sería imposible que el odio no existiera en nosotros, y de alguna manera es algo con lo que tenemos que vivir todos. Pero hay gente que, sí, no puede controlarlo.
—El personaje principal, Aurora, es alguien que quiere defender, pero no dar la cara…
—Es la secretaria de la defensoría, es un juego de deseo, ella quiere serlo, pero no quiere ser visible porque siente la culpa. Cuando mata a su compañera en la escuela años atrás, la mirada de ojos de corderito a punto de ser degollado es transferida a Aurora. Toda la violencia ocurre dentro de sí, en lugar de exteriorizarse se va directamente contra ella. Lo que no quiere, de alguna manera, son las consecuencias.
—¿Aurora es tu alter ego?
—No. Ella no reportea, no escribe, sólo está encerrada. Creo que más bien es un conjunto de cosas que sentía cuando estaba encerrado en la burocracia, trabando en una oficina de una institución pública en Sinaloa. Las oficinas siempre son una pesadilla total. No es un alter ego, pero sí una especie de cristalización de ese período de aquella época.
—Otro elemento interesante en la novela es El Tamazula, ¿es tan simbólico para los sinaloenses como para ti?
—Hay dos vertientes: la primera es que toda mi juventud me la pasé con mis amigos caminando en el Tamazula. En una ciudad donde el centro es tan pequeño lo que haces es ir ahí, caminar por la rivera del Río e ir a la plaza, que es Fórum. Nos la vivimos al lado del Tamazula siempre, que tiene toda la fuerza de los ríos. La segunda vertiente es el agua: tengo dos amigos cercanos que murieron ahogados, no en el Tamazula, pero ese elemento siempre ha estado presente, de hecho hay una escena en la novela donde unos morrillos ahogan a un niño en el agua que se forma en la ciudad, porque la cuidad está trazada con las patas: cuando llueve se comienza a inundar el centro, de hecho hay un poema que se llama Romance del arroyo de los perros y era un arroyo que se formaba cerca del Palacio de Gobierno cada que llovía y se llevaba a los perros de los vecinos hacia el Tamazula. El agua siempre ha formado parte de la ciudad, tiene que ver con la violencia porque no se puede controlar. En la novela Aurora siempre está ahogándose.
—Primero muere Rebeca, después Leopoldo, ¿buscaste este equilibrio de género ahora que es tan delicada la inclusión?
—Hay una frase de Nick Cave que dice: “El cierre es un entumecimiento de la memoria”. De alguna manera es lo que vive Aurora y las novelas que estoy escribiendo ahorita también. Ella mata una niña, que es el detonante de la novela, y la única manera de que ella vuelva a vivir ese asunto es que llegue otro infante a morir. El que sea niño es mera coincidencia, no estaba pensando en ningún tema ideológico en ese detalle (ni lo había notado) porque más bien pensaba en mis recuerdos: a Ana Lucía Batís la pensé un poco como mi madre, así que cuando pensaba en ella, suponía que tendría un niño como yo, y cuando pensaba en las reacciones de Ana Lucia Batís, tenía en mente las reacciones de mi madre, pero nunca en las acciones de la madre de Rebeca, porque está ahogada en el fondo de todas las víctimas de todo lo que ocurrió en la ciudad. Lo que puede significar la novela es que la violencia puede atacar a cualquier género, en el fondo, no como crítica al feminismo, porque a Rebeca la mata una niña y a Leopoldo lo matan unos niños; pensé más bien en la violencia de los niños hacia los de su propio género. Y es por eso que cada una de las protagonistas tiene una pérdida: Aurora pierde su infancia, Ana Lucía pierde a su hijo, Muriel pierde a Delia.
—¿Qué proyectos tienes?
—Estoy haciendo un proyecto que se llama Gregor Samsa no está muerto, es sobre una chica de Culiacán que va a Praga a investigar el asunto de Hermann Kafka, el padre de Franz Kafka, pues ella cree que el padre no era un mal tipo, entonces invierte todo lo que tiene en escribir un libro sobre eso, pero cuando llega allá se encuentra una secta de adoradores de Kafka que se llama “Los Chacales” y no quieren que el tema de Hermann salga a la luz. Tengo otro que estoy reescribiendo, sobre un personaje que se llama Fermín Gaménides, un periodista de ovnis como Jaime Maussan, al que le asesinan a su esposa; entonces él empieza a recordar que en los ’90 fue a una gira política con un político que le prometió que si le ayudaba le iba a contar cuando se lo llevaron los ovnis, así que su investigación será acerca de la década de los ’90. La idea narrativa que tengo es hacer que estos libros formen parte de un Sinaloa inexistente, como estos góticos americanos al estilo de Truman Capote, que vean un Norteamérica pueblerino pero que no es exactamente igual al que existe. Eso quiero hacer con estas novelas.