El Colegio Nacional celebró el Día de Darwin, este 12 de febrero, con la conferencia: Entre El Beagle y Moby Dick: Darwin y Melville en Las Galápagos a cargo del doctor A Lazcano.
Ciudad de México, 16 de febrero (MaremotoM).- Moby Dick es una novela que ya no se lee tanto como antes en México, lamentó el biólogo Antonio Lazcano, integrante de El Colegio Nacional, quien durante su conferencia Entre El Beagle y Moby Dick: Darwin y Melville en Las Galápagos, habló de anécdotas y experiencias en la vida del “padre de la evolución” y del autor de la novela que hizo famosa a la ballena blanca.
El investigador, que dirige de manera honoraria el Centro “Lynn Margulis” de Biología Evolutiva en las Islas Galápagos, en Ecuador, expuso la relevancia de la obra del escritor estadounidense y la del científico británico.
Ambos escribían muy bien, la obra más importante del naturalista fue El origen de las especies y la de Herman Melville, Moby Dick, en 1851, novela a la que, por cierto, le fue mal en su tiempo, “fue rechazada”.

Existe una fascinación absoluta por Las Galápagos, pequeño archipiélago perteneciente al Ecuador, ubicado en una zona donde abundaban las ballenas, que no tuvo población indígena, hasta que pasó por ahí Fray Tomás de Berlanga, su “descubridor accidental”, que llegó ahí porque se perdió y se refirió a ellas como Las Encantadas. Posteriormente arribó un “pirata con ánimo de naturalista”, William Dampier.
En Las islas, “el miedo de los animales al hombre no existe y Ecuador procura respetar la fauna y flora de las islas, donde incluso hay áreas restringidas al turismo”, afirmó Lazcano.
El científico narró que, en el siglo XIX, la población aventurera se lanzaba al mar para ampliar sus horizontes, se cazaban muchas ballenas y muchos hombres se hacían emplear en barcos para ensanchar su experiencia de vida.
Melville lo hizo a los 21 años de edad en el ballenero Acushnet. Y escribió sobre la difícil vida y el ambiente tenso dentro de un buque ballenero que viajaba durante varios meses sobre el mar, y cuya tripulación se enfrentaba muy frontalmente con los enormes cetáceos.
Lazcano lamentó que se matara a las ballenas, sobre todo porque falta poco para que desaparezcan. Pero aún, porque su uso no justificaba tanta masacre, “su aceite era usado como fijador de perfumes, para iluminar las casas, para grasa de zapatos y en la manufactura de corsés, por sus fibras de colágeno”, dijo.

Moby Dick está basada en una historia real, abundó el profesor universitario. Se trata de una leyenda contada por los marineros sobre otro animal nombrado Mocha Dick, una ballena albina que mató a 30 hombres y recibió el nombre de Mocha, que es el de una isla chilena.
El escritor estadounidense, un observador acucioso de la naturaleza, ilustró los pasos del entonces joven biólogo Charles Darwin, tras la publicación de La evolución de las especies, y escribió Las encantadas, texto que aborda su paso por Las Galápagos.
Darwin venía de una familia extraordinariamente privilegiada. El naturalista, amante de las plantas desde que tenía seis años, intentó estudiar medicina en una época en la que no había anestesia. Además de que nunca toleró ni el olor ni la vista de la sangre; le daba náuseas, también lo asustaban los aullidos de pacientes en cirugía. Y terminó con poca distinción sus estudios teológicos como predicador, en Cambridge.

La afición de Charles Darwin por la historia natural era absolutamente desmedida, expuso el doctor Lazcano. Y conoció al capitán FitzRoy que era aficionado a la frenología, creía en la lectura de la personalidad de las personas, en las facciones de su rostro, y no le gustó la nariz de Darwin, a quien juzgó poseedor “de una personalidad terca y poco propensa al estudio”, como lo describió en sus textos.
De cualquier forma, el padre de Darwin, Erasmus Darwin, pagó el viaje de su hijo con este distinguido capitán, profundamente religioso, y tras dos meses de esperar a que cambiara el clima en Playmouth, saldrían hacia otros continentes.
Darwin representa un “paraíso para cualquier psicoanalista”, debido a que era hipocondríaco, dijo Lazcano. Lo anotaba todo acuciosamente y son numerosas las descripciones sobre sus supuestos malestares, síntomas y molestias que en realidad no existían: “no voy a poder tolerar aquí cinco años, el camarote es muy pequeño, muy pestilente, me pego en la cabeza con una viga, me estoy mareando”, Describía cuando el barco ¡todavía no soltaba amarras!.
Contrasta esa descripción de Darwin con la que hace Melville al salir en barco, cuando habla de “aire fresco”, del placer de “un océano que parece infinito” o de la camaradería en el interior del barco.
Darwin andaba todo el tiempo con la Biblia y en el barco le decían “Filos”, de filosofía, pero se alejó poco a poco de la religión, al cuestionarse la muerte de sus seres queridos. Y la abandonó totalmente al morir una de sus hijas.
Era un excelente corresponsal y en las cartas que escribió a su primo, le expresa su angustia por el viaje. Lazcano comentó que de los cinco años que el naturalista viajó en el pequeño Beagle, en realidad estuvo a bordo un total de año y medio y viajó a través del Atlántico y del Pacífico.

El Beagle salió de Plymouth a Sudamérica, donde Darwin vio yacimientos de fósiles en Argentina y Chile y le tocó atestiguar un temblor de gran intensidad. Se relacionó con los gauchos, y como le gustaban los caballos, se llevo muy bien con ellos.
Lo deslumbró su viaje a Lima y habló en sus textos de “las tapadas”, mujeres “de buena clase” que salían a la calle con una especie de modestia musulmana para que no se les viera el rostro completo. “Darwin, como el gran observador que fue, describe la coquetería, el lenguaje con los ojos de estas personas”, relató el colegiado que añadió: Darwin habla muy a detalle sobre todo de la flora, se dió cuenta de que las especies modernas reemplazan a sus equivalentes fósiles cuando comparó a un armadillo con el gliptodonte y descubrió que especies similares se reemplazan unas a otras a lo largo y ancho de regiones continentales, lo mismo hizo otros animales como el avestruz y algunas serpientes.
Después iría a Las Galápagos, donde los marineros y la gente que llegaba a ir allí, se llevaba a las enormes y longevas tortugas como “despensas vivientes” en las bodegas de los barcos. Regresó a Inglaterra y en 1839 decidió casarse en lugar de venir a México. Se casó con su prima Emma, una mujer brillante que hablaba francés, fue alumna de Chopin y le corregía textos a su esposo.
Darwin fue a Las Galápagos en 1835 donde estuvo dos semanas. Melville fue en 1841 y estuvo igualmente dos semanas. El autor de Moby Dick leyó en 1847, El viaje de un naturalista, de Charles Darwin, pero el escritor estadounidense, que conoció muy bien las ideas del inglés, poco a poco se alejó de la visión evolutiva del universo. Melville tenía una perspectiva pesimista de la vida, y lo reflejó en su personaje del capitán Ahab. Melville dejó su propia descripción de Las Galápagos.

Es notable el contraste entre la visión de Melville y Darwin sobre el archipiélago. Pese a la efervescencia intelectual y científica que suscitó en su época la obra de Darwin, que desarrolló su imaginación científica en las islas, el estadounidense se distanció de todo eso. Su visión es pesimista y sombría: “… pensar en 25 montones de ceniza diseminados aquí y allá por un solar de las afueras de la ciudad, imaginad que algunos son tan grandes como montañas y que el descampado es el mar y tendreís una idea exacta de la apariencia general de Las Encatadas, esas son más bien un grupo de volcanes extintos que de islas y su aspecto es el que tendría el mundo tras haber soportado el castigo de una gran conflagración”.
En Darwin, vemos la fascinación por un mundo nuevo que está surgiendo por la actividad volcánica. En cambio, Melville describió a las iguanas como “la anomalía más extraña de una naturaleza estrafalaria”, cuando para el científico británico se trata de un mundo nuevo con especias de plantas y animales no vistas, un pequeño mundo “donde no puede uno menos que asombrarse de la gran cantidad de vida autóctona y paralelamente de su reducidísimo hábitat…”. Cuando Darwin describe las iguanas de Las Galápagos, anota: “su cabeza inclinada les da una pariencia singularmente estúpida, perezosa y medio torpe” y reconoció su mansedumbre.

Al morir Melville, ni siquiera el nombre de su novela Moby Dick fue bien escrito, mostró Lazcano, además de que el gran público la rechazó. Le fue mal en sus últimos años, tuvo problemas intensos con la bebida, murió uno de sus hijos en un accidente casero, probablemente por suicidio. En su tumba, junto a su esposa, dice “muere de corazón roto”, tras unas depresiones brutales y problemas cardíacos.
A diferencia de Darwin que en cuanto murió, “fue elevado a los cielos de la gloria científica” y sepultado en la Abadía de Westminster de Reino Unido.