La abuela

LECTURAS | La abuela, de Chris Pueyo

Chris Pueyo le ha escrito esta novela a la persona más importante y amada en su vida; a Carmen: La Chica de Alambre, La Dama de Hierro.

Ciudad de México, 16 de abril (MaremotoM).- “No puedo hacer que mi abuela viva para siempre pero puedo escribir un libro que no muera nunca”, afirma el joven autor al principio de éste, su tercer libro publicado por Destino en el que indaga sobre la vida de quien es como su madre, mientras es posible atestiguar su crecimiento y madurez como narrador.

A Carmen, la abuela de Chris Pueyo, la conocimos como La Dama de Hierro en El chico de las estrellas, obra con la que el autor comenzara su carrera literaria en 2015. En esta última entrega, ha convertido a dicho personaje en una digna protagonista de su propia historia.

Desde que se independizó, Chris visita a su abuela cada martes y durante una de aquellas tardes, ella le contó que ya había hecho su testamento; sostenía una batalla frontal contra el cáncer y quería estar lista por cualquier contingencia. En ese momento surgió la idea del libro y ningún martes volvió a ser igual.

Además de pasar tiempo a su lado, el autor se dio a la tarea de hurgar entre sus recuerdos y extraer de aquellas charlas respuestas para todas las preguntas que tenía sobre su vida. Tomó cada trocito de la historia de Carmen y  la convirtió en una emocionante narración que sólo en la portada se tiñe color de rosa.

“Sé que mi abuela está cansada porque nacer es aguantar la respiración para no ahogarse de vida. Y la vida es un camino crudo, aunque en ocasiones también delicioso, donde te derramas, gozas, sangras, te rompes y mueres un poco antes de volver a vivir. Es importante no juzgar a la gente que te cuenta su historia porque es la única manera de construir un puente. La abuela sigue aquí, al otro lado del puente que hay entre nuestras miradas que no se juzgan, cruzando el salón de punta a punta. Y nada es increíble, pero todo vale la pena”, asegura Pueyo.

En La abuela (Destino), Carmen, llamada La Chica de Alambre en su juventud y conocida varias décadas después  como La Dama de Hierro, también tiene voz y comparte un poco de su sabiduría sin mayores pretensiones a los lectores de su nieto: “Con los años, he aprendido a manejar todo lo que duele y a reconocer que una retirada a tiempo es una victoria y que la esencia de cada uno no cambia. Somos lo que somos. Uno aprende a levantarse de sus propias caídas, ponerse tiritas y cortar el sangrado; de nada sirve que te digan lo que tienes que hacer.

La abuela
La abuela, de Chris Pueyo. Foto: Cortesía

Fragmento de La abuela, de Chris Pueyo, con autorización de Destino

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La abuela que me parió

Si tienes la oportunidad de sentarte frente   a tu abuela, hazlo, porque tiene las mejores historias y es importante preguntar de dónde venimos.

Mi familia es una mierda.

Excepto la abuela.

Mi prima también se salva. Así que para ser exactos diré que mi familia es casi una mierda. Y así nada será mentira, aunque la verdad no vaya a gustarle a todo el mundo.

De hecho, mi madre es mi abuela.

No porque me haya parido, es casi biológicamente im- posible que te para tu abuela, pero es mi madre. Porque «madre» es algo más que un parto, y si en eso no estamos de acuerdo, este libro no es para ti.

Madre son las cinco letras de «hogar», un plato caliente en enero, unos pantalones nuevos cuando el asfalto deshace tus rodillas, un beso en la frente para saber la verdad; madre es el algodón que abraza la lenteja en el vaso que hay junto a la ventana.

Pero madre también es un castigo a tiempo. Y quien desatornilla los ruedines, quien coloca las manos sobre tu espalda para que llegues a cualquier parte, o sobre tus ojos cuando un suicida cruje contra el suelo. Una madre te salva del mundo al mismo tiempo que te lo presenta; lava tu pelo, se ríe de tus miedos y decide envejecer mientras tú estás creciendo.

En definitiva, una madre te cuenta el mundo con la mirada, y la abuela siempre tuvo unos ojos tristes con los que me gustaba jugar. Quizá por eso nunca le he tenido miedo a la tristeza. De hecho, adoro la belleza de las cosas tristes pero me declaro terriblemente en contra de aquello que debería ser feliz y no lo es. Eso es algo más que tristeza, eso es un atentado: como un oso en los huesos, un niño sin seis de enero o una familia de mierda.

El martes pasado mencionó lo de su testamento.

Adoro los martes porque es el día que vuelvo a casa. Hace poco más de un año me independicé y desde entonces ya no vivo con mi abuela.

Suelo llegar a las dos y me marcho a las nueve. Ponemos la mesa de la cocina, un mantel rojo a cuadros, unas servilletas de papel y vasos de colores que poco tienen que ver unos con otros. Salmón con nata. Suena asqueroso pero es una de sus especialidades. Si todo va bien te daré la receta. Del interior de un radiocasete negro que hay sobre la encimera, justo al lado del microondas, surge la voz de Andrés Suárez como alegato a la melomanía de mi abuela.

Adoro los martes, pero aquel no me gustó porque aprovechó su plato estrella para soltar una bomba entre sorbo y bocado.

Pronunció lo prohibido. Una palabra vallada en todas sus direcciones. Con la velocidad justa y la seguridad exacta para que entendiese lo que estaba diciendo, aunque no terminara de creérmelo: testamento.

Aquello fue la chispa que encendió este libro.

Tuve un profesor en la universidad que me enseñó que la literatura nace de un chispazo. La inspiración es un rayo que se enciende a la vez que se despide. Un halo de electricidad. Un chasquido. La inspiración no es más que esos pequeños brotes de luz que preceden al incendio.

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¿Cómo se atrapan? Comprendiendo su fugacidad. Un chispazo puede venirte en el supermercado entre la leche y los cereales, a punto de dormirte o en el autobús. En definitiva, un libro puede nacer en cualquier parte y los chispazos son su porqué.

No siempre llegan al principio, a veces surgen en mitad del camino para recordarte cómo seguir. O incluso al final, para susurrarte el mejor modo de cerrar la historia. Hay que tener los ojos abiertos y el corazón alerta para atrapar una chispa. Y cuando mi abuela dijo lo del testamento sentí cómo la luz vino y se fue durante un segundo. El miedo a perderla. Por un momento la idea de su muerte revalorizó su vida y calculé mentalmente el tiempo que me quedaba a su lado. Era mucho menos de lo que me imaginaba.

Los martes vuelvo a casa. Y por lo general solo lo hago ese día. De dos a nueve. Así que paso siete horas a la semana con mi abuela. Es bastante poco. Paso más tiempo con mi gato. Lo cierto es que veo más series que a mi abuela. Es incluso posible que pase más tiempo con gente desconocida que con mi abuela. La esperanza de vida media para las mujeres nacidas en los cuarenta es de unos ochenta y cinco años. Y si un año tiene 48 semanas, me quedan 624 semanas a su lado. Lo que es verdad, pero es mentira, porque suelo estar con ella solo siete horas a la semana, así que en realidad solo me quedan 4.368 horas a su lado. Y esto es la fría realidad de 182 días a su lado. Medio año juntos.

Redactó su testamento el año pasado. Lo recuerda bien porque fue en Nochebuena, mi cumpleaños. Y ahora que lo pienso, desde que nací ha estado en todos, así que no terminó de gustarme la idea de que la abuela, es decir, mamá, estaba cansada. O sea que no conozco la vida sin ella. Y parece que cuando alguien redacta su testamento está diciendo: «Se acabó».

¿Cómo puede acabarse alguien que llegó antes que el tiempo?

No estoy preparado para la muerte de mi abuela.

No sé despedirme.

No se me dan bien las despedidas. Son grises.

Y os aseguro que esto no es una metáfora.

Es que cuando alguien se marcha, ya sea un amigo, un amor o una madre, no sé si darle un beso, la mano, una hostia, llorar, o no cerrar los ojos por si cuando los abro no vuelvo a verlo nunca más. Además, nunca me he despedido parasiempre de alguien. Por motivos que descubrirás en esta historia, mi padre quiso morir y mi madre original no supo hacerlo mejor. Lo que me deja más en evidencia porque, si nunca he dicho adiós, ¿cómo aprendo a decir hastanunca? O hastasiempre. O hasta… y una de esas palabras que son la antesala de una despedida.

Sé que mi abuela está cansada porque nacer es aguantar la respiración para no ahogarse de vida. Y la vida es un camino crudo, aunque en ocasiones también delicioso, donde te derramas, gozas, sangras, te rompes y mueres un poco antes de volver a vivir.

Hasta que te cansas y llegas a la guillotina. Y la guillotina corta el hilo.

Con la frialdad de las hilanderas. Las grayas. Laima y sus hermanas.

Estamos destinados a las despedidas en nuestra vida. A que mutilen nuestra raíz y el árbol se transforme. Mi despedida vital será la de mi abuela.

Me crio. Me educó. Y me soltó. Ninguna de las tres fue tarea fácil. Y no quiero despedirme de ella.

No tiene ni idea de que no pienso despedirme de ella. Ni de la Biblioteca X.

Las cosas grandes se hacen juntando muchas pequeñas y para escribir un libro necesito al menos cuatro chispazos.

Sería increíble tener cinco, pero con cuatro me va bien. He estado pensando mil maneras de volver a mi abuela inmortal porque medio año juntos, sinceramente, es  poco.

Tirito de pensarlo.

Ni rastro de la piedra filosofal. Nada de elixires de la vida eterna.

Disney ni siquiera está congelado, es un bulo.

Hasta que un día llegó Dani, mi mejor amigo, y me descubrió un lugar donde los libros no mueren: la Biblioteca X.

Llegó en el mejor momento y eso provoca que lo quiera. Obviamente no se llama Biblioteca X, pero lo bueno de escribir un libro es llamar a las cosas como te dé la gana. El depósito legal tiene como objetivo la recopilación del patrimonio cultural e intelectual de cada país, es decir, el derecho del acceso a la cultura. Por lo que no puedo hacer que mi abuela viva para siempre pero puedo escribir un libro que no muera nunca.

Así empieza este libro.

Yo lo defino como un viaje de adultos para jóvenes. O, mejor dicho, un viaje para adultos y jóvenes a quienes no les importe envejecer leyendo.

Probablemente ahora no entiendas nada.

Pero tienes entre las manos el billete de un tren que ni avanza ni retrocede, se adentra en un viaje a contrapecho hacia un mundo donde el suelo está recién fregado, los hombres calzan zapatos con betún y las mujeres son viudas, monjas o putas.

Una infancia muda, adulterio, piernas de alambre, aborto, esposas, laca, manos de cristal, jeringuillas, golpes, cárcel, lucha y silencio.

Es la vida de mi abuela y mi abuela vive en este libro.

No te agobies, querido lector. Es pequeño y voy contigo.

¿Lo tienes? Pues ya está. Vamos con la abuela.

Tienes que conocerla.

Christian Martínez Pueyo (Madrid, España, 1994), mejor conocido como Chris Pueyo, comenzó la carrera de Literatura General y Comparada hasta debutar con su primera novela, El chico de las estrellas (Destino, 2015), reconocida por su estilo poético y visceral. Más adelante publicó Aquí dentro siempre llueve (Destino, 2017), un poemario transparente que lo consagró ante los lectores. Tras participar en diversas antologías vuelve con La abuela, el tercer paso en su carrera literaria, una novela madura y contundente sobre la vida y sus consecuencias. Asegura que escribe cosas y a veces libros. Pero ya está. Sólo eso.

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