La historia detrás del desastre

LECTURAS | La historia detrás del desastre, de Roberto Rock L.

El país se desmoronó día a día, durante seis años. Hoy pagamos las consecuencias. La historia detrás del desastre, editado por Grijalbo.

Ciudad de México, 23 de julio (MaremotoM).- El sexenio pasado es recordado por su rastro de corruptelas, omisiones, opacidad y complicidades.

Enrique Peña Nieto empezó su encargo como un salvador de México y lo terminó como uno de los presidentes peor valorados en la historia del país: como un símbolo de corrupción e insensibilidad.

En esta obra -la más profunda que se haya hecho sobre el gobierno pasado- Roberto Rock emprende la crónica de ese desastre. Y son los propios protagonistas quienes admiten: el regreso del PRI al poder fue una calamidad.

Esta investigación reconstruye los hitos y los personajes que marcaron la época que recién ha concluido. Quedan al desnudo las reformas estructurales, Elba Esther Gordillo, Ayotzinapa, Videgaray, Osorio Chong, La Casa Blanca, Meade, Anaya y López Obrador, entre otros muchos… El libro que va primero en las listas de El Péndulo.

La historia detrás del desastre
La historia detrás del desastre, editado por Grijalbo. Foto: Cortesía

Fragmento de Historia detrás del desastre, de Roberto Rock L., con autorización de Grijalbo.

Introducción

Escena 1. Primavera de 2012. En plena campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, líderes sindicales, gobernadores priistas y otros actores de poder fueron convocados a diversos encuentros privados con el hombre del momento, el carismático exgobernador del Estado de México, el irresistible heraldo del regreso de un “nuevo PRI”. El propósito: presentarles un diagnóstico de la contienda y pedirles compromisos de contribuciones de dinero en efectivo. Cada asistente apuntaba una cifra en una tarjeta que entregaba directamente al candidato, lo que semejaba las reglas de una cofradía secreta. Hubo tarjetas en las que se inscribieron cifras alucinantes, hasta de 1 000 millones de pesos. Según alardearon después, entre los mayores aportantes figuraron los gobernadores de Veracruz, Javier Duarte; de Chihuahua, César Duarte y de Quintana Roo, Roberto Borge, sobre los que ya había señalamientos de saqueo de fondos públicos.

El lugar: Casa de Gobierno en Toluca, entonces sede del gobernador Eruviel Ávila, o la residencia en donde estaba radicada la representación del gobierno del estado, en la avenida Explanada de la Ciudad de México, en el exclusivo barrio de las Lomas de Chapultepec.

El expositor: Luis Videgaray, álter ego de Peña Nieto. En la primera de esas reuniones, este experto en finanzas, formado en el ITAM y con posgrado en el prestigiado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) de Boston, Estados Unidos, presentó su estrategia. Todo va bien, les dijo, pero la contendiente panista, Josefina Vázquez Mota, “está creciendo mucho”, por lo que pidió a los gobernadores alentar apoyos en medios locales y promover anuncios en carteleras espectaculares para “hacer subir” a López Obrador.

Alguien pudo haber percibido que en estos encuentros algo olía mal; que esos diagnósticos estaban cargados de mucha autocomplacencia y muy poca comprensión de un país confrontado. Pero todos parecían entusiasmados con el retorno de quienes “sí saben hacer las cosas”. Y hasta la oposición parecía apenas ocultar su satisfacción con el estado de la cuestión.

La euforia llegó con el Pacto por México, anunciado en la toma misma de posesión del nuevo presidente de la República. En unos cuantos meses se impulsaron 13 ejes de reformas cruciales. Con sólo unos días de por medio, al Congreso llegaron las reformas energética, fiscal y educativa. Cada una rompía con un estado de cosas. Y ahí estaba para ratificarlo el encarcelamiento de la cacique sindical magisterial Elba Esther Gordillo. El plan del gobierno a corto plazo era imponer las reformas, advertía el presidente Peña Nieto, lo repetían sus principales colaboradores: Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Aurelio Nuño. Y a largo plazo no quedaba más que implementar esas mismas reformas…

Pronto, sin embargo, empezaron a surgir señales de que algo en palacio se estaba pudriendo.

Escena 2. Un procurador general de la República durante la administración de Peña Nieto conversa con conocidos empresarios. Uno de éstos revisa su celular y súbitamente palidece. Muestra al procurador el mensaje de un abogado cercano a Los Pinos, el que alertaba al empresario que al día siguiente sería emitida por la Procuraduría General de la República (PGR) una orden de aprehensión por fraude fiscal, pero le sugiere que “hay forma de frenarlo”. El procurador consulta con sus subordinados y confirma que tal orden de arresto efectivamente está en proceso. Ha presenciado directamente cómo funciona un esquema de alta extorsión que implica a abogados y funcionarios gubernamentales.

Escena 3. En los meses previos a su segunda fuga de un penal “de alta seguridad”, el del Altiplano, Joaquín “el Chapo” Guzmán Loera había entrado en negociaciones con integrantes de la administración de Peña Nieto a fin de obtener protección para sus hijos y lugartenientes a cambio de negociar con otros capos una disminución de la violencia en el país. El gobierno estadounidense, y en particular su agencia antinarcóticos, la DEA, les dicen a sus contrapartes mexicanas estar sorprendidos por las facilidades otorgadas a miembros de conocidos cárteles, como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Ello atrae una pérdida de confianza en la Secretaría de Gobernación y en su titular, Miguel Ángel Osorio Chong, responsable simultáneamente de la política interior y de los sistemas de seguridad de seguridad federal en México.

Como todo texto que se aventure a bucear en la historia viva, este libro pretende aportar estampas elaboradas con los referentes de un trabajo periodístico que atisba por puertas y ventanas que a muchos le gustaría mantener, como antaño, cerradas del todo y ajenas al escrutinio público.

Las instantáneas que describen el desplome de la presidencia de Enrique Peña Nieto seguramente resistirán varias interpretaciones, incluso contrapuestas, no sólo a partir del lugar escogido por el lector en el espectro político e ideológico. También cabrán balances alternos a la luz de nuevos acontecimientos, en México y otras naciones, que nos permitan a todos mirar bajo diversos cristales lo que significó el gobierno mexicano en el periodo 2012-2018.

No debe descartarse la posibilidad de que en los siguientes años avance una tesis en el sentido de que, en un mundo en el que el poder es cada vez más difícil de ejercer y más fácil de perder, Peña Nieto representó simplemente el acto fallido de una clase política y de un país con un pésimo diagnóstico sobre lo que México necesitaba. Otras voces defenderán que, frente a sociedades polarizadas como la nuestra, con elecciones atípicas en todo el mundo, el desastre de un gobierno no será la excepción sino la norma.

El lector que se aproxime a estas páginas encontrará episodios centrales en la administración de Peña Nieto, reconstruidos a partir de un centenar de testimonios de actores directos o de versiones de primera mano que, como piezas de un rompecabezas, pretenden dibujar, sin concesiones ni matices, a un equipo forjado en la cultura política del Estado de México, una de las más sólidas y estables del país, pero también una de las más pragmáticas y corruptas.

La lectura contemporánea del gobierno de Peña Nieto puede concluir que tras décadas de anhelar que uno de los suyos llegara a Los Pinos, la clase política mexiquense (el simplistamente llamado Grupo Atlacomulco) lo logró por fin, sólo para fracasar rotundamente. Dominado por las cortesanías del poder, por el glamur de las oficinas y, a no dudarlo, por los negocios a trasmano, todo indica que ese grupo perdió de vista un país bajo transformaciones intensas, con una sociedad hipercrítica y profundamente desencantada no sólo de sus gobernantes sino del tipo de democracia que trajo la alternancia partidista en la década del año 2000, con Vicente Fox y Felipe Calderón.

Una de las conclusiones a las que muy probablemente llegará quien recorra este trabajo será que Fox y Calderón lograron una doble proeza: echaron al PRI de Los Pinos (lo que era un clamor generalizado tras más de 70 años de gobiernos de un solo partido), pero no tomaron el poder real y lo regresaron casi intacto. El contrapeso de los gobernadores priistas, el control del oficialismo sobre el Congreso y la incapacidad de los gobiernos panistas ante los poderes fácticos —desde los monopolios hasta el crimen organizado, pasando por los cacicazgos sindicales— condujeron a un statu quo que permitió al PRI perder la Presidencia, pero conservar enormes cuotas de poder.

Los últimos tres capítulos de este libro fueron elaborados para incluir una mirada, si bien apresurada, sobre el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, no únicamente en la contienda presidencial sino en otros significativos espacios, incluidas gubernaturas, el Congreso federal y más de la mitad de los Congresos estatales del país.

Este nuevo balance y lo que traiga a la vida de la nación permitirá arrojar otras miradas sobre el sexenio de Peña Nieto. Entonces se podrán dilucidar claves adicionales para entender qué le ocurrió a un gobierno que durante sus primeros 20 meses logró cautivar al mundo por su capacidad de emprender reformas “estructurales” y crear lo que fue bautizado por la prensa internacional como el “Mexican moment”.

En la cima de ese reconocimiento global, Peña Nieto visitó en septiembre de 2014 Nueva York, donde habló ante la Asamblea General de las Naciones Unidas; fue designado líder de una iniciativa sobre gobierno abierto; recibió el aplauso de Barack Obama y de representantes de la comunidad judía mundial, incluido el legendario Henry Kissinger. Pero horas después de regresar a México, cuando el mandatario mexicano seguramente seguía teniendo en sus dedos la sensación de haber rozado el cielo, su administración se empantanó en la crisis desatada por la tragedia de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, en Guerrero. El brutal episodio con el que los mexicanos confirmamos que crimen organizado y corrupción política se alimentan mutuamente.

Después, en noviembre de ese mismo 2014, vendría el escándalo de la “Casa Blanca”, y ya nada fue igual. O, mejor dicho, todo fue de mal en peor. Peña Nieto iniciaría un largo invierno en materia de aprobación ciudadana. Durante 24 meses sucesivos, la imagen de su administración mantuvo picos y valles, pero la tendencia general impuso una caída de la que nunca pudo recuperarse.

De acuerdo con las mediciones que presentaban casas encuestadoras, el peor momento, la ruptura más profunda del gobierno de Peña Nieto con la sociedad, estuvo marcado por la crisis del llamado “gasolinazo”, con mayor énfasis entre diciembre de 2016 y enero de 2017.

La cronología de esos hechos podría ofrecer elementos para un manual de cómo desatar el mal humor social, o cómo emprender una estrategia de comunicación fallida. A toro pasado, integrantes del gabinete presidencial como Miguel Ángel Osorio Chong, titular de Gobernación, o Rosario Robles, de Desarrollo Social, lo mismo que varios gobernadores, aseguraron en conversaciones privadas haber intentado convencer a Peña Nieto y al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, para no aplicar el aumento a las gasolinas o al menos dosificarlo, como acabó haciéndose eventualmente. En Los Pinos se negó que tales impugnaciones hayan sido presentadas.

La misma cronología de esta crisis ofrece una relación de acontecimientos que vistos en forma aislada resultan irritantes. Pero una mezcla de todos, en un corto lapso como ocurrió en este caso, tenía que traer, necesariamente, resultados social y políticamente explosivos.

Ello incluye una decisión económica mal comunicada por el gobierno; un aumento en las gasolinas cuando el precio del petróleo iba en caída; un impacto en la economía familiar en una atmósfera en la que se calificaba de corruptos a los gobernantes; una medida que se emprendió en momentos en que públicamente se sabía que el presidente estaba disfrutando de vacaciones. En los días previos se había desatado un fenómeno de especulación que provocó escasez del combustible en la tercera parte del país. Los aumentos, que fueron de 14 a 20%, eran constatados por el público cada vez que pasaba frente a una gasolinera.

El 2 de enero de 2017 iniciaron bloqueos en varios puntos del país por el alza en los precios del combustible. Las protestas incluyeron tomas de casetas de peaje en carreteras federales, obstrucción de carreteras en general, cercos a centros de almacenamiento de Petróleos Mexicanos, plantones y acciones contra oficinas públicas de los tres niveles de gobierno, marchas que desembocaron en las sedes de los Congresos y las gubernaturas estatales y, en varios casos, confrontaciones con las fuerzas públicas, con saldos de muertos, como sucedió en Ixmiquilpan, Hidalgo.

Hubo invasión y daños en palacios de gobierno, como pasó en Monterrey; detenciones y consignaciones en Durango, con tres activistas que Pemex pretendió culpar de pérdidas de 61 millones de pesos por bloquear el paso a sus instalaciones; toma de cruces internacionales como en Ciudad Juárez y Tijuana; tiros al aire de policías para dispersar a manifestantes en Nogales, Sonora, que impedían el paso a trenes. En Ciudad Camargo, Chihuahua, ciudadanos se arrodillaron y cantaron el Himno Nacional, lo que logró frenar una embestida policiaca que pretendía retirarlos de una caseta de peaje en la Carretera Panamericana.

Además de protestas y manifestaciones, se registraron saqueos en Chihuahua, Morelos, Durango, Michoacán, Hidalgo, Veracruz y en el Estado de México. El temor al vandalismo ocasionó que cientos de comercios, tiendas y centros comerciales en varias ciudades de México cerraran sus puertas. Oficialmente fueron saqueadas 79 tiendas y 170 negocios cerraron, de acuerdo con la Asociación Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales de México (ANTAD).

El 4 de enero Peña Nieto dio un mensaje oficial con motivo del alza de gasolinas, alegó que en el sexenio anterior se habían eludido costos políticos y se perdió un billón de pesos por el subsidio de la gasolina. “Tratar de mantener el precio artificial de las gasolinas nos hubiera obligado a recortar programas sociales, a subir impuestos o a incrementar la deuda del país, poniendo en riesgo la estabilidad de toda la economía.”

Pero una frase en su discurso llamó la atención:

“Aquí les pregunto: ¿qué hubieran hecho ustedes?”

EL PRESIDENTE DESCOLOCADO

Para no pocos observadores agudos, Ayotzinapa, la “Casa Blanca” y el “gasolinazo” causaron un impacto profundo en Peña Nieto, al grado que parece haberse descubierto desnudo a medio desfile, como el rey del cuento de H. C. Andersen.

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Como una referencia no del todo aislada, puede consignarse que Peña Nieto acostumbraba sostener periódicamente reuniones con el conjunto de los ministros de la Corte. Sabedor de la división de poderes, era muy cauteloso y combinaba una charla informal con rondas de consultas sobre temas centrales. Hacía gala de astucia política y de trato sedoso frente a los 11 hombres y mujeres que ocupan el más alto espacio en materia de interpretación constitucional y son la última instancia en resoluciones judiciales, su doble rol en la democracia mexicana.

Tras los citados eventos, Peña lucía desorientado, eludía los temas del momento, hablaba de frivolidades. Había perdido el toque que lo volvía una fuerza de seducción irresistible. Para propios y extraños, parecía haberse vuelto un presidente con una mirada corta sobre los asuntos.

Otro episodio que cimbró al personaje forjado en las entrañas mismas de la política mexiquense fue la contienda electoral en su estado natal, en 2017, para renovar la gubernatura al término de la gestión de Eruviel Ávila, su antecesor en el cargo. A nadie escapaba que una de las raíces fundadoras del PRI se extiende hasta el Estado de México por la vía de Carlos Riva Palacio Carrillo, parte del bloque político que sustentó a la familia Gómez, la cual antecedió en el dominio de la entidad al grupo de Atlacomulco.

La derrota del partido oficial en el estado, teniendo gobernador y presidente priistas, hubiera sido una de esas afrentas que toma generaciones enteras enmendar. Y Peña Nieto se asomó a esa condición.

De haber contendido el PRI en solitario durante los comicios estatales del 4 de junio de ese año, el triunfo hubiera correspondido a Delfina Gómez, de Morena. Una candidata virtualmente desconocida, abanderada de un partido formado dos años antes, habría hecho morder el polvo al Institucional, que postulaba a Alfredo del Mazo Maza, parte de una dinastía que ya había dado dos gobernadores, su padre y su abuelo. Y que, por añadidura, se trataba de un primo del presidente Peña Nieto. El tercer Del Mazo sólo pudo llegar al poder gracias a los votos aportados por sus aliados, el Verde, Nueva Alianza y Encuentro Social, que lo hicieron ganar por menos de tres puntos porcentuales de diferencia.

Algo quedó roto en Peña Nieto luego de esa elección de pesadilla en el Estado de México. Lo ahí ocurrido envenenó su relación con el PAN y en particular con quien sería su aspirante presidencial, Ricardo Anaya. Hay múltiples evidencias de que Los Pinos dictó combatir a Anaya en la campaña de 2018 con mucho mayor énfasis que a López Obrador.

Tras lo sucedido en el Estado de México, Peña Nieto rompió la costumbre, que sostuvo a lo largo de todo el sexenio, de recibir a todo tipo de personajes en Los Pinos siempre acompañado por alguno de sus principales colaboradores, en particular Luis Videgaray o Miguel Ángel Osorio Chong. Comenzó a tener reuniones él solo al tiempo que se multiplicaban señales de deterioro con su equipo cercano, en particular con Osorio Chong. En las semanas previas a la salida de éste de Gobernación, en enero de 2018, testigos presenciales de conversaciones entre ambos, particularmente por vía telefónica, daban cuenta: “Miguel le miente abiertamente, asume un tono desafiante con el presidente. Al colgar se expresa en forma despectiva o con gestos displicentes”.

Un juicio inicial sobre la gestión de Peña Nieto no podría excluir, justamente, su decisión, desde los primeros días del gobierno, de nombrar dos cabezas al frente del gabinete, Osorio Chong, a cargo de la “supersecretaría” de Gobernación, y Videgaray, el poderoso secretario “transversal” en todos los temas con algún componente económico, fuera en Hacienda, Pemex o la cancillería. Ambos personajes, a querer o no, fueron colocados en una prematura, desgastante y en ocasiones encarnizada disputa por la sucesión presidencial, cada uno con sus respectivos aliados internos.

El “estilo personal de gobernar” de Peña Nieto incluyó un modelo ampliamente practicado en el Estado de México, donde partidos y líderes opositores participan en una simulación en la que se les asigna un rol desde el poder central, que supone espacios y canonjías que, sin embargo, nunca ponen en riesgo la vigencia del mando verdadero. Esa función parece haber sido cubierta en este caso por personajes satélite como Miguel Ángel Mancera, jefe del Gobierno de la Ciudad de México, figura clave del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y por Ricardo Anaya e incluso Rafael Moreno Valle, los dos actores más relevantes en su momento en el Partido Acción Nacional (PAN).

Debe considerarse singular que, en la historia de la administración de Peña Nieto, los partidos políticos como estructuras complejas de agrupación ciudadana no hayan tenido más que un protagonismo meramente formal. El mandatario, de extracción priista, no se apoyó en su partido para llegar al poder (en verdad, lo hizo mediante pactos con los gobernadores representados en la Conferencia Nacional de Gobernadores, Conago), ni lo dotó de peso alguno en la deliberación pública. Si acaso, se permitió un experimento acotado con la dirigencia de Manlio Fabio Beltrones, que naufragó en los comicios de 2016 y se derrumbó en menos de un año.

El PRD y el PAN fueron alcanzados también por este virtual desmantelamiento del sistema de partidos en México, rendidos ante una captura de la política por parte de la cúpula gubernamental, a lo que se sumó el fenómeno de Morena, que tampoco se desempeñó propiamente como un partido pues fue apenas un referente en el movimiento personalísimo de un líder absoluto: Andrés Manuel López Obrador.

A nadie debe extrañar, en consecuencia, que la campaña presidencial del PRI haya flotado en el limbo de un partido que ya no estaba habitado por liderazgos nacionales y locales, sino por el vacío imaginable tras seis años de marginación. José Antonio Meade, se acabó demostrando, representó la fórmula contraria a lo que exigía una verdadera contienda por la presidencia: contra un político puro y duro como López Obrador, fue colocado un tecnócrata ajeno a la política. Frente a un personaje con un sexto sentido por lo popular, un hombre inteligente “con el carisma de una silla”, según se le describió en un medio internacional.

“Este hombre [Peña Nieto] no entiende que no entiende”, estableció la influyente revista The Economist en enero de 2015, uno de los juicios más duros que se haya publicado en la prensa extranjera para un presidente mexicano, en especial porque en los inicios de su gobierno fue descrito como “alguien que pueda enseñarnos cómo funcionan las nuevas democracias”.

Ese dramático contraste entre el hombre promotor de reformas legales que presentó como señales de un México nuevo, y el gobernante que el mundo observó maniatado por un sistema político corrupto y sin remedio, constituye el telón de fondo para intentar esta crónica de un derrumbe.

Ciudad de México. Invierno de 2018

Capítulo 1

El origen. El pacto con Calderón

El estilo político de Enrique Peña Nieto no lo llevó jamás al debate en la tribuna ni en las plazas, a la batalla a campo abierto. Lo suyo fue el acuerdo en discretos coloquios. A su tutor, el exgobernador Arturo Montiel, le debe haberlo impuesto primero como diputado local, líder del Congreso estatal y luego gobernador en el Estado de México, por lo que no debió librar aduana alguna en el partido donde militaba por tradición familiar y de clase política: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Su ascenso fue rápido, relativamente fácil y aceitado por un caudal irrefrenable de dinero —código esencial de la política mexiquense—.

Una vez en el palacio de gobierno estatal, Peña Nieto tejió una urdimbre de acuerdos con los gobernadores que fueron electos en coincidencia con los años de su gestión (2005-2011). Con ellos construyó su postulación presidencial, apoyado por dos mandatarios estatales: Humberto Moreira, de Coahuila, y Miguel Ángel Osorio Chong, de Hidalgo.

La actividad partidista nunca lo cautivó. Receló de los dirigentes del PRI con los que se debió cruzar. Un antecedente obligado en su biografía política fue Isidro Pastor Medrano, quien usó la dirigencia en el PRI estatal para disputarle a Peña Nieto en 2004 la candidatura a la gubernatura.

De esa misma época data una guerra de baja intensidad, que se ha prolongado por años, una batalla tras otra, contra Roberto Madrazo, expresidente del PRI nacional, y su grupo cercano, en el que militaron Manlio Fabio Beltrones, exgobernador de Sonora y coordinador de la campaña presidencial de Madrazo en 2006; Elba Esther Gordillo, secretaria general del PRI con Madrazo (2002-2005), aunque en 2003 rompió ruidosamente con él; el gobernador oaxaqueño Ulises Ruiz y César Augusto Santiago, entre otros. El pragmatismo político pudo haberlo acercado circunstancialmente con alguno de ellos, como Beltrones Rivera. Pero incluso en esos momentos ambos supieron que se profesaban una mutua desconfianza.

En 2004 y 2005 el grupo de Madrazo lo había despreciado como aspirante a suceder a Arturo Montiel en la gubernatura del Estado de México. Alentaron al exdirigente priista y entonces diputado local, Pastor Medrano, a hacerse de la candidatura, por las buenas o por las malas. En las semanas previas a la definición sobre quién sería postulado, en el municipio de Naucalpan hubo un acto multitudinario a favor de Pastor, que el equipo de Peña Nieto identificó como organizado a trasmano por la dirigencia nacional del PRI, en particular la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP) y César Augusto Santiago.

En la primavera de 2005, ya arrancadas las campañas y con Peña Nieto como candidato del PRI y del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), una reunión en Toluca los congregó a él, al gobernador Montiel, a Madrazo, dirigente nacional del PRI, y a Jesús Murillo Karam, designado delegado del partido en el estado a solicitud del exgobernador Alfredo del Mazo González, tío de Peña Nieto.

“Gobernador, nuestro candidato arrancó 12 puntos atrás de [Rubén] Mendoza Ayala” (postulado por el Partido Acción Nacional —PAN— y Convergencia). “No lo conoce nadie; me temo que nos va a hacer perder”, dijo Madrazo, quien había evitado asistir a la ceremonia de postulación de Peña Nieto, como lo haría el resto de su campaña. Girando la mirada hacia Murillo Karam, le subrayó: “Te lo dije, Chucho, fue mala idea que vinieras acá”.

Meses atrás, antes de asumir la representación partidista en el estado, Murillo se había reunido en Toluca con Del Mazo y Peña Nieto cuando éste era un inquieto aspirante a la gubernatura. Conversaron largamente. Al regresar a la Ciudad de México, Murillo les dijo a sus cercanos: “Este muchacho, Peña, puede llegar a ser algo. Si sólo dejara de ser tan formalito, con esas corbatitas”.

Cuando Madrazo se había retirado de aquella tensa reunión, en el salón continuaron conversando Montiel, Murillo y Peña Nieto. El gobernador reveló tener una estrategia para sobornar a la dirigencia del PAN, por conducto del polémico líder Ulises Ramírez, conocido por su venalidad, con el fin de que se le quitara la candidatura a Mendoza Ayala y poner en su lugar a José Luis Durán Reveles. Éste había sido alcalde de Naucalpan (1997-2000) y subsecretario de Gobernación (2000-2003) bajo la presidencia de Vicente Fox. En 1999 fue derrotado por el propio Montiel en la contienda por la gubernatura.

Murillo se opuso. Argumentó que las campañas son para contrastar personajes y propuestas. Y que no imaginaba mayor contraste que el que ofrecían Peña y Mendoza Ayala.

“Yo me hago cargo —advirtió—. Pero tú —le dijo a Peña— a partir de mañana te remangas la camisa, te olvidas de las corbatas y te entregas a la gente. Déjanos lo demás a nosotros”. “Lo que digas, Jesús”, contestó el interpelado.

“Lo demás” —como lo había llamado Murillo Karam y como lo publicó reiteradamente la prensa mexicana— fue un flujo incesante de dinero público y privado en favor de la campaña de Peña Nieto, estimado en 1 000 millones de pesos, cuando el tope de gastos autorizado fue de 216 millones. La consultora Ibope calculó que sólo en medios de comunicación la campaña oficial había erogado 300 millones de pesos. El día de los comicios, 4 de julio de 2005, Peña Nieto ganó la gubernatura con 47.5% de los votos. Rubén Mendoza obtuvo 24.7% de los sufragios. Yeidckol Polevnsky, del PRD-PT (Partido de la Revolución Democrática-Partido del Trabajo), logró 24%.

Peña Nieto había arrasado en las urnas. Pero cuando los vítores comenzaron a acallarse, el escenario nacional reclamó su atención. Traía en carne viva las humillaciones de Roberto Madrazo, que seguía siendo presidente nacional del PRI, y en noviembre de ese mismo 2005 se hizo de la candidatura para las elecciones presidenciales de 2006.

Para consumar su propósito, Madrazo aplastó las aspiraciones de Arturo Montiel (el tutor político de Peña Nieto) pues, según todas las evidencias, fue él quien filtró a medios información sobre la riqueza del exgobernador mexiquense, sus residencias en el extranjero, lo que incluyó un departamento de lujo en París, donde protagonizaba una amorosa historia con la periodista francesa Maude Versini, que lo volvió tema de escarnio nacional.

La intentona previa de Arturo Montiel de integrar un grupo de gobernadores y exgobernadores que formaron lo que fue bautizado popularmente como el “Grupo Tucom” (Todos unidos contra Madrazo), no pudo frenar al político tabasqueño en su ruta hacia la postulación presidencial con la dirigencia del PRI como plataforma.

Roberto Rock
Roberto Rock

Roberto Rock L. es periodista de temas políticos durante más de 30 años. Dirige el portal de noticias La Silla Rota y fue director general editorial de El Universal, donde publica la columna #Retrato Hereje#. Ha realizado coberturas especiales en una docena de países, y formó parte del Grupo Oaxaca, que impulsó en 2002 la primera ley federal de transparencia en Mexico. Es coautor de los libros Los intocables, Zócalo Rojo, Violencia y medios, entre otros.

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