Antes, yo pensaba que escribir era tan sólo contar la historia de la vida privada teniendo como marco la historia grande, es decir, la historia que se escribe con H mayúscula. Antes, yo pensaba que escribir era una forma de gestualizar y de moverme, un modo de hablar y de desear lo que como niña primero y luego como mujer me estaba permitido, pero en ese entonces entendía que ser mujer era sobre todo un modo de no hablar, un modo de no intervenir en las conversaciones aunque estuviera interviniendo.
Muy pronto, me di cuenta de que escribir es habitar un cuerpo capaz de migrar de su condición inicial, siendo hombre y mujer, y es resistir a la tentación de resolver esta discrepancia o cualquier otra. Escribir es poder disentir, es poder decir no. Y ser Ana Karenina y arrojarse y no arrojarse bajo las vías del tren. Escribir es ser el Quijote y soñar sueños imposibles o prohibidos. Es ser un alma sin género, un alma degenerada y desde ahí explorar los límites del conocimiento, como quiso Sor Juana. Escribir es un acto radical.
Pero escribir no te exime de vivir desde una sexualidad y un género y menos aún desde la conciencia de que es como mujer como serás vista y como serás leída. Por ser mujer tu cuerpo ocupará un papel central en tu vida. No obstante, toma años aprender que decir mujer es casi no decir nada, que es apenas un atisbo. No es lo mismo ser mujer en la sierra de Oaxaca que ser mujer en Oslo. No es lo mismo ser la niña de los ojos de papá que ser la niña mazahua que tiene que ganar la calle. Y no obstante hay un elemento que compartimos todas. Una genealogía que hizo que nuestras madres se atrevieron a algo que en cambio tuvieron que aceptar nuestras abuelas y que a su vez las abuelas se negaran a algo que tuvieron que acatar con docilidad las bisabuelas. Ese algo fue, es, la interpretación de un cuerpo.
Espacio de placer, pasión, deseo, sitio de la concupiscencia, la mujer ha sido, es, la percepción del uso del cuerpo para otros. Pero el cuerpo -el tuyo, el mío, el de todos- no es un cuerpo que se pueda definir de una sola vez y para siempre, es un cuerpo que se hace y se deshace mediante actos específicos.
Escribir ha sido pensar críticamente en cómo se ha construido nuestra identidad. Y además de pensar en esto ha sido pensar ¿por qué escribo?
Escribo por muchas razones que son casi las mismas razones por las que leo. Escribo para no estar sola, escribo para que no estés sola, escribo porque a través de los libros escucho la voz de la historia, la voz de todos o de uno solo por diferente que sea, escribo para escucharme, para escucharte, porque a través de los libros escucho tu voz, madre, la primera voz que oí, la primera impresión del mundo, una voz que me hace sentir que a pesar de la violencia, que a pesar del miedo, a pesar de vivir en una guerra que no se llama guerra, y a pesar de la incertidumbre por un futuro nos queda la ilusión de volver a la primera página, de volver a empezar, porque cuando ya no nos queda nada si es que alguna vez llegamos a sentir que ya no nos queda nada, nos queda la literatura.