Los Fabulosos Cadillacs

LOS FABULOSOS CADILLACS: ¿Por qué será que me gustó la noche?

Noche de calor en Iztacalco: Lo que sucedió el pasado miércoles en el concierto de Los Fabulosos Cadillacs no lo esperaba nadie

Ciudad de México, 12 de noviembre (MaremotoM).- La imagen más popular entre las redes sociales mexicanas, desde que las autoridades anunciaron que Los Fabulosos Cadillacs rompieron el récord de asistencia a un concierto masivo en el Zócalo capitalino, era como la de un pozo ciego, no se miró ni un carajo.

Una temible acumulación de personas con un objetivo común: la progresiva divinización del héroe. Al pueblo mexicano, como al argentino, les encanta convertir cada belleza pasajera en imagen inmortal que, uniéndose a otras imágenes rutilantes, varias veces pasajeras, llenan un poco el nicho de la identidad.

En México sabemos que estamos perdiendo, pero soñamos que vamos a ganar. Nada como la fiesta invita al optimismo por nuestra causa. No lo hace la pesadez de la economía, ni la irregularidad de nuestros gobernantes. Ahí estamos todos, siempre, con la playera puesta.

Los Fabulosos Cadillacs
Los Fabulosos Cadillacs

Los mexicanos no necesitamos una buena excusa para convertir el silencio en carnaval (eso lo tenía bien entendido Octavio Paz y lo comprobaron, el miércoles, Vicentico y compañía): somos inmejorables para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias.  Acá todo es una buena ocasión para reunirse. El solitario mexicano ama el ruido, las fiestas y las reuniones públicas. Los más entusiastas, como Villoro, dicen que cuando el triunfo, la fama y la gloria ya se fueron, nuestra pasión sigue intacta. La nación dirigida por la izquierda no tenía, antes de ayer, mucho porque celebrar: la inflación continua su desaceleración, la pobreza, la inseguridad y una interminable crisis de salud.

La realidad de los mexicanos aturde y, para que no resulte ensordecedora, los hijos de la nación azteca la aceptan con el buen humor y mejor ánimo que, por cierto, también define a los mexicanos. Y no hay un grupo musical al que el afecto popular resulte más natural, desde luego, que Los Fabulosos Cadillacs.

¿Recuerdan el sismo “artificial” que generaron durante su presentación en el Zócalo capitalino el pasado junio? Los Fabulosos Cadillacs y México viven desde hace años un hermoso romance. Cuando el héroe tiene efectivamente un don singular, una cualidad que hechiza, inmediatamente se convierte en objeto de alabanza sandunguera, de unción devota, para el mexicano.

Lo que sucedió en el concierto del pasado miércoles 8 de noviembre lo esperaba todo el mundo. Porque resultó que el público mexicano tenía ganas de fiesta y estaba preparadísimo y estuvo dispuesto. Le dio una coreada de miedo a la agrupación proveniente de Buenos Aires desde los primeros minutos del concierto y después de poco más de hora y media, ya hechizado, el foro entero rezó, gritó, bailó, comió, se emborrachó y, si la banda argentina se lo hubiera pedido, ahí hubiera comenzado la revolución. El mexicano se abrió al exterior, un resultado esperado según los antecedentes del grupo y que muy pocos (si alguno entre nosotros) no se habían atrevido a comprobar en presentaciones anteriores.

Los mexicanos, en nuestras pugnas internas con nosotros mismos, cubrimos de burlas a nuestros héroes, si la creación expeditiva de un dios o un santo lo exige, los mexicanos —y en esto nos parecemos al pueblo argentino— humillamos al aspirante antes de que muera, y removemos los suplicios que le haya infligido algún imprudente para que la sarta de virtudes no le falte la grandeza de martirio (en México el humor es una respuesta popular ante la crisis mexicana y quién esté libre de pecado que tire la primera piedra).

Hemos sometido al escarnio público a lo largo de los años a Saúl Hernández, Julieta Venegas, Café Tacvba, Alex Lora y, por su puesto, a sus escuchas. Nos enojamos por sus buenos y malos discos; y sus buenas y malas presentaciones; por tener, en mayor o menor medida, un compromiso político. Yo sostengo que hacemos esto porque la realidad nos duele demasiado.

El pasado miércoles, Los Fabulosos Cadillacs doblegaron al público mexicano gracias a una combinación de músicos jóvenes y veteranos. Florián Fernández y Astor Cianciarulo pertenecen a una generación que valora la individualidad y la autenticidad en la música. Por su parte, Vicentico, Sr. Flavio y Sergio Rotman representan los valores, acaso en extinción, de rock combativo. El cuerpo de Sr. Flavio desafía al músico común. Camina como pato y carece de cuello. Pero la música es democrática en cuestiones de talento y Flavio Cianciarulo derrocha energía en el escenario.

Durante los últimos treinta y nueve años es uno de los grandes referentes de la agrupación y del rock de argentina. En el Palacio de los Deportes ejecutó un setlist de museo y se convirtió en uno de los músicos más coreados. Sr. Flavio lleva el nombre de una dinastía de emperadores romanos a quienes les tocó consolidar el imperio romano. A sus cincuenta y nueve años, el rey viejo de los Fabulosos tiene energía para tocar un par de horas y recorrer el escenario, de lado a lado, como un chamaco. Junto con Zeta Bosio y Sabo Romo, Flavio se encuentra entre los mejores bajistas de Latinoamérica. A la banda, él le aportó la energía y el entusiasmo.

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Los Fabulosos Cadillacs pelotearon entre: Bares y fondas (Bares y fondas, Noches árabes), Yo te avisé!! (Mi novia se cayó en un pozo ciego), Rey de azúcar (Carmela) y luego El león (Manuel Santillán, el León). Vicentico, despojado del miedo del portero al penalti, hizo todo lo posible para alcanzar el borde del escenario y movió los brazos — todo lo que la edad y el bastón le permitieron — para agitar a los miles de asistentes. El publicó estalló. Cuando comienza a interpretar Demasiada presión parece que llevaba horas en el escenario, pero el concierto recién comenzaba. Se cimentaron los minutos más decisivos de la noche, siguieron: V centenario, El genio del dub / Radio Kriminal, Calaveras y diablitos.

El público mexicano se enfrentó a un grupo con estragos por la edad, pero que salió adelante por méritos propios. Sin exigirle demás se dedicó a escuchar. Mientras tanto, Los Fabulosos Cadillacs dominaron de punta a punta el escenario y recordaron que la principal diferencia entre juventud y longevidad es: la actitud.

Si los mexicanos cantamos más fuerte que otros, o hasta que retiembla en sus centros la tierra, creemos reducir el dolor que nos aqueja. Nada queremos más que comprar a los dioses y a los santos patrones para aliviar nuestras penas. El miércoles nada quisimos más que escuchar Siguiendo la luna, Carnaval toda la vida, Mal bicho, Matador y así ocurrió. Gracias a una excelente ejecución de los metales y a las maravillosas improvisaciones del bajo, más esa extraña mezcla de candombe, rock latino, ska, sonidos afrocaribeños y las historias de resistencia social, además de los instrumentos de cuerda, percusión y viento —todos claramente identificables— el grupo consiguió, una vez más, el afecto popular. Los Fabulosos Cadillacs se pararon en el escenario mirando siempre como los mirábamos, abriéndose el cuerpo para mostrarnos su interioridad visceral, persuadidos de mostrar que no son solo una apariencia, y los mexicanos creemos, les creímos.

Nada nos molesta más que vernos frustrados. La primera presentación de los argentinos en el Palacio de los deportes cumplió con el guion. Del falso temor de no escuchar todos los temas, del falso cinismo del “bah, me da lo mismo si no tocan la canción que quiero”, al que a veces recurrimos varios, pasamos al shock del triunfo. ¿Qué se hace cuando logramos conseguir algo inalcanzable? En México pocos lo saben. Mientras aprendíamos, llegamos queriendo ver desaparecer la noción misma del orden y disfrutar la fiesta, ver nuestros sueños infantiles cumplidos. Quizá por eso salimos del concierto en multitud a la calle coreando el: Oh, oh-oh-oh-oh / Oh, oh-oh-oh-oh-oh / Oh, oh-oh-oh-oh / Oh, oh-oh-oh-oh-oh.

Todo el que se quedó al encore salió purificado de ese baño de caos. No jugamos a escuchar la música, jugamos a tocar el bajo de Flavio, pegarle duro a la percusión, a tocar en el aire el saxofón de Sergio Rotman y que cantábamos con Vicentico sobre el escenario no una, ni dos, ni tres, sino todas las canciones. Todos los temas que llevamos cantando por años, aunque nuestros padres nos dijeran: “Mal bicho, así es como te ves”. Cantamos el Vos sabés, de La marcha del golazo solitario de 1999; y Silencio hospital, de 1986; y los Vasos vacíos, del increíble El ritmo mundial de 1988; explotamos con El satánico Dr. Cadillac y nos despedimos con Yo no me sentaría en tu mesa. El único fallo de Vicentico y compañía es que el miércoles no lloramos una, sino todas las canciones. Qué maravilla fue el jueves para ser fan de los Cadillacs en México. Qué maravilla ir a la escuela o el trabajo y ver la cara de los compañeros medio adormilados que se burlaron de la playera pirata del concierto, comprada a última hora de regreso al metro. Qué maravilla no tener que jugar, por una vez más, a escuchar a los Fabulosos en vivo. Porqué esta vez las cantamos todas. Y le cantamos a los Cadillacs: “el público tocando para vos”. Y porque, por una vez, los fans lloraban frente al escenario, pero de pura condenada felicidad.

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