“México me ha dado mucho. No sé si es justo. Yo solo le he entregado mis canciones”, dijo entonces con esa humildad que lo hizo tan amado entre sus amigos, resumida por Sabina con una frase lapidaria: “De cuates empezar por él”.
Ciudad de México, 5 de abril (MaremotoM).- Una sola vez estuve a punto de morir en mis primeros 50 años. Iba a suceder junto a la poesía de Luis Eduardo Aute, quien en el momento en el que un golpe lanzó mi coche contra la pared, de manera poco solidaria siguió con su canto en el radio de mi Chevy.
Hubiera sido emocionante saltar al más allá aquel junio de 2007 con el hombre gritando algo que me retrataba: “A riesgo de que digan que estoy loco, por no buscar el oro en lo que toco, no pienso rebelarme contra mi enajenación. Cansado de vivir sin salvavidas, sé bien que no es la mano del Rey Midas la que vendrá a salvar mi naufragado corazón”.
No me morí. El carro quedó deshecho menos en la parte del chofer, lo cual me permitió seguir mirándome en los ojos de una niña de pelo de caracoles que muchos años después me sigue poniendo nervioso cuando nos vemos.
El caso es que al otro mes me fui a Río de Janeiro y allí ocurrió el milagro. Concepción Martín Moreno, la editora menos ególatra y más exacta que he tenido en mi vida de corresponsal, se apareció en Ipanema con los cuatro autorretratos de aquel hombre que Sabina pintó con un caramelo de tristeza en un sitio donde el reloj de la belleza daba las cuatro y diez. Fue el antes y el después.
En 2013, dos meses antes de que mataron en Boston a tres buenas personas que respiraban mi mismo pedazo de aire, Paula Pem, la rubia de la cuarta fila, me invitó a compartir su entrevista exclusiva con Aute en uno de los derroches de generosidad más exagerados que algún ser humano ha tenido conmigo.
“México me ha dado mucho. No sé si es justo. Yo solo le he entregado mis canciones”, dijo entonces con esa humildad que lo hizo tan amado entre sus amigos, resumida por Sabina con una frase lapidaria: “De cuates empezar por él”.
Aute se metió 50 años escribiendo de la muerte. Decía que eso lo unía con los mexicanos tan obsesionados con la Parka. Es una ironía porque si algo hizo bien fue darnos una mejor vida con su obsesión por la belleza.

En diciembre de 2015 estuve junto a Laura Gonzalez De Artaza en su último concierto. Mientras mi cómplice aguantó por dos horas mis cantos de pingüino, Aute insinuó que faltaba poco para el final, que su sombra se le escapaba. Ocho meses después se apagó aunque su corazón no se detuvo.
Cuando salí vivo del accidente en mi viaje junto a Aute me dio por imaginar cómo sería un romance con un mujer del Caribe que oliera a limones. Aute mejoró la imagen. La encerró en un ascensor.
Así fue este niño que miraba al mar. Hizo sublime todo lo que tocó. Suficiente para domesticar hasta al más salvaje de sus amigos, Joaquín, autor de la frase que quienes lo queremos, repetimos en nuestro primer día sin Aute: “Sin mi compadre Luis Eduardo, yo no pasaba por aquí”.