Ciudad de México, 2 de agosto (MaremotoM).- A estas alturas de la barbarie, sospechamos ya que los monstruos son símbolos de aspectos siniestros de la naturaleza humana, que los zombis son metáfora de hordas de hambrientos que buscan despojar a los civilizados de sus pertenencias, que los fantasmas son deseos o pulsiones que no fluyeron adecuadamente y que rebotan en un bucle… Y, en cuanto al mal de tinte espiritual, los demonios resultan familiares, todas las culturas han “mostrado el cobre” durante algún período de su historia (cualquier furia de los dioses ha sido ya representada en diferentes advertencias redentoras, a pesar de lo cual el apocalipsis pareciera nunca concluir).
En épocas posmodernas, los individuos experimentados en el terror de ficción sólo podrán asustarse si ellos mismos hacen concesiones; si, por diversión o curiosidad, ponen la mente en “estado medieval”, se asumen temporalmente como creyentes en el bien y el mal tangibles y enfocan la fragilidad humana recubierta de un ego vulnerable y desamparado.
Porque, con la cruda realidad y una vez derrumbada la metafísica, ¿dónde hay lugar para el sobrenatural terror de ficción? O, planteado de otra manera: ¿con qué se espantan los que por alguna razón (morada provisoria) han abandonado el pensamiento supersticioso?

El género que, a mi parecer, en tiempos recientes ha terminado provocando mayores escalofríos –y ese primigenio “cosquilleo en la nuca”– es el de la ciencia ficción, específicamente la que aborda las distopías (utopías negativas, representaciones imaginarias de una sociedad futura con características negativas y alienación de la naturaleza humana). No me refiero simplemente a las historias de robots empoderados y sanguinarios, sino a lo que subyace en los escenarios fríos y desencantados de las megaurbes en proyecciones futuras, o la naturaleza humana puesta a prueba en viajes espaciales interminables, en interfaces alienantes, en remotas e higiénicas colonias all-inclusive o, asimismo, en las crisis de identidad de los organismos cibernéticos. Hacia tales ámbitos es a donde se han dirigido todas las encarnaciones de los miedos profundos, anteriormente atribuidos a entelequias sobrenaturales y entidades siniestras, protagonistas de las viejas historias de terror.
Quizás la ciencia, al ser el paradigma base del discurso de control y el nuevo epicentro de la fe, de la salvación y de lo sagrado, a través de su proyección ficcional configura nuevas expresiones para viejos arquetipos, deseos o pulsiones.
Aquí unos ejemplos de temas de distopías que en estos tiempos asustan más que los monstruos, demonios, etc. de épocas anteriores:
• Inteligencia Artificial que se vuelca sobre los seres humanos para destruirlos, suplantarlos, alienarlos, esclavizarlos, etc.
• Mutaciones o epidemias debidas a desarrollos científicos malogrados.
• Experimentos no éticos, creación de vida para utilizarse como “carne de cañón” u otros destinos desechables.
• Corporaciones que buscan controlar las “posibilidades cuánticas” e insertar la conciencia en los confines de una base de datos predeterminada.
• Multiversos, en donde cada decisión puede generar bifurcaciones, pero también enajenaciones. Detrás de los monstruos, criaturas, demonios o fantasmagorías solían ocultarse ciertos arquetipos, deseos, pulsiones, etc. Aquí hago un pequeño listado de posibles equivalencias entre tales arquetipos / deseos / pulsiones y sus expresiones, tanto en el género del terror o la fantasía, como en su correlato posterior perteneciente a la ciencia ficción:
• Muertos vivientes: zombis > autómatas.
• Criaturas que se alimentan de la esencia vital de otros seres vivos: vampiros > redes sociales, influencers, trending topics, etc.
• Almas errantes: fantasmas > simulaciones en interfaces, “errores de la matrix”.
• Monstruos híbridos: anomalías infernales > experimentaciones genéticas.
• Demonios: seres perversos que buscan controlar y manipular el alma > algoritmos, códigos de control.

Mary Shelley vislumbró cómo el sueño de la razón –al menos la de la Revolución Industrial– puede producir monstruos, visión plasmada en su Frankestein o el moderno Prometeo, considerada la primera obra de ciencia ficción de la historia (asumo que en Europa del Este o en Medio Oriente ya habría antecedentes, en virtud de concepciones mitológicas como la del Golem, o bien en culturas como la japonesa, tan aficionada al fetichismo y a los caparazones; quizás, siglos atrás, los mismos griegos habían sentado la base en algunas leyendas, donde artefactos y artificios van confundiendo y corrompiendo el destino de los hombres).
Si el colapso del capitalismo llegara acaso a producir un “reencantamiento” del mundo y un reencuentro con discursos menos tecnológicos, quizás los viejos miedos reencarnen de nuevo en criaturas o proyecciones míticas, actualizadas tal vez… Mientras tanto, hoy día, en una ciudad promedio, los fantasmas y los demonios se han despersonalizado, presentan rasgos tecnológicos e interactuamos con ellos a través de –sólidas pero a la vez frágiles– interfaces.
Muy interesante reflexión. Vivimos en los tiempos de las distopías en proceso de consumarse. Nos regodeamos por el espectáculo de la decadencia o andamos como zombies. Quizás es tiempo de pensar nuevas utopías.
Así es, las nuevas utopías, aunque resultaran “moradas provisorias”, al menos servirán para reinsertarnos en la naturaleza humana.
Gracias por el comentario. Saludos.