Ciudad de México, 4 de febrero (MaremotoM).- No soy una mala administradora, de hecho, me considero buena en ese ramo práctico. He podido sobrevivir con tres pesos, casi desde hace quince años.
Tengo tres o cuatro trabajos, como profesora, community manager, tallerista, promotora cultural, a veces como articulista. Y antes de terminar la carrera trabajé de tantas, tantas “cosas”.
Me veo, trabajo de lunes a domingo, a cualquier hora. Siempre tengo algo que planear, corregir, responder, estructurar, enviar, etc. Y, aun así, no me alcanza. Llego barrida a las “quincenas”, a los pagos, a las deudas. Y este ritmo no es nuevo, vivo así, con múltiples empleos y los bolsillos al ras, desde que me independicé siendo adolescente. Quizá por eso me siento cansada.
Estoy harta de este sistema tan desigual. De voltear a ver a mis amigas, que viven una situación similar. A mi familia, mis vecinas. Cansada de la brecha salarial y los techos de cristal. Del amiguismo. De esta alianza patriarcado-capitalismo.
Conozco a otras personas – sí, principalmente hombres- que trabajan la mitad, y ganan el triple, a veces más. Que saben la mitad, y ostentan cargos que ni de chiste pueden desempeñar; y que alardean de ello. Es tan injusto. Claro, ese modelo y libertad del homo economicus, es posible porque existimos otras –nosotras- que realizamos las actividades que lo sostienen. Desde trabajos mal pagados, hasta los que ni siquiera se reconocen (domésticos-de cuidados).

Y sí, también debo decir que, si no fuese porque tengo una pareja (hombre), yo no podría sobrevivir en esta ciudad. No podría pagar una renta, o una vida social. Agradezco porque tengo a alguien a mi lado, que de cierta forma – de hecho, varias- me apoya, y eso me permite tomar mis diversos sueldos para pagar las citas médicas, los análisis, medicamentos, etc. Apoyar de pronto a mi familia, y también darme uno de mis gustos-vicios más profundos y “recientes” en tanto consumo: los libros y el cine. Pero no me alcanza para más. Quisiera apoyar más a mi padre y mi madre, que son mayores, desempleados y sin jubilación, pero no puedo. Comparto lo poco que tengo, que me queda. Casi nada.
Y también, en aras de una lucha interna –y dentro de la relación amorosa- por autonomía e igualdad, de vez en vez echo mano de las amigas, de algunas que pueden apoyar, que han tenido la “suerte” de encontrar mejores ofertas, mayores ingresos, y que pueden prestarme un poco de dinero, para tapar “agujeros”. Sin eso, no podría ni siquiera soñar con llevar la vida que tengo. Pero vivo pendida de un hilo demasiado estrecho, abriendo deudas aquí, para saldar deudas allá. Viviendo la relación erótico-afectiva, filtrada también por la economía; que queramos admitirlo o no, es sometida.
¿Y las amigas, las mujeres, que no tienen pareja, o que no tienen un padre o una madre productiva, que no tienen herencia, quién las apoya?
Lo pienso, y me siento desesperada. Qué mierda de sistema. Me siento agobiada. Conozco personas, muy cercanas, en peores situaciones que la mía. Me deprime la miseria compartida, tan cundida en México. La crisis económica extendida.
Día a día veo a las mujeres indigentes de mi colonia, a las personas que se pasan de un vagón a otro en el metro, para pedir limosna. Y me siento más que harta, me siento cómplice, víctima, humana deshumanizada.
Realmente estoy cansada. Trabajo, trabajo y trabajo. Estudio, convoco, planeo, ofrezco, busco, explico, reviso, y no me alcanza. Los resultados “productivos” nunca son suficientes para lograr la estabilidad económica añorada. Y, aunque ahora tengo ciertos “privilegios”, no he cambiado tanto desde mis diecisiete a mis casi treintaicuatro. Quizá lo único que me reconforta, es que ahora me apasiona lo que hago; aunque a veces me deje exhausta (física y mentalmente), y no siempre tiene los resultados esperados. Por ejemplo, como haber impartido talleres para el “gobierno” y que den largas con la paga; como si mi trabajo –y el de otras personas, porque sé que cientos estuvimos en esa situación- no valiera. Impartí un taller en junio de 2019, que apenas me pagaron este sábado; otro en agosto, que ni siquiera creo que me paguen; y pese a eso, sigo confiando y tocando puertas, porque de otra forma me quedo “fuera” del sistema (artístico o cultural mexicano).
Estoy cansada. Y, aun así, podría decir que mantengo la esperanza, sigo buscando formas de cruzar la línea que separa esta vida, de la de la clase que me abraza, a veces me abrasa. A veces simplemente no encuentro la salida, yo, una mujer que muchas podrán llamar brillante, preparada, con licenciatura. Y no soy la única, conozco hasta con maestría o doctorado, que, si no fuesen por sus becas de posgrado, estarían en las mismas, sabiendo que no tienen ningún capital, ningún bien con el cual sentirse respaldadas; sabiendo que, quizá si se descuidan, tampoco tendrán con que pagar el alquiler, los pasajes de la semana, o la comida con la cual poder tener fuerza para salir a buscar lo que sea que nos espera allá afuera.
Sé que muchas de las personas que leyeron esto, en su mayoría mujeres, también están cansadas. Se sienten identificadas.
¿Qué hacen para recuperar la fuerza física y emocional?
Parece que compartirlo con otras, al menos desde las redes sociales, hace que desahogue mi cansancio, que vacíe el coraje. Me permite, nuevamente, empezar.