Nada me complacería más que ver este espacio reconvertido, pasaré por la calle y diré: “pensar que fue mi casa” y seguiré con una marcha distraída y relajada hacia cualquier punto.
Zacatecas, 30 de julio (MaremotoM).- Mi casa está herida y deforme. Alguien ajeno a su historia no comprendería las modificaciones emprendidas y luego borradas, las podrá adivinar por las líneas en el techo que indican que antes hubo un muro o por las diferencias de amarillo en el pasillo donde algunas partes fueron resanadas y otras no. Si se es minucioso se pueden encontrar inscripciones infantiles dentro de los clósets y el nombre de mi hermana marcado a punta de gancho a lo largo de una puerta, la mano de pintura que vino después no logró disimularlo. Está cubierta de negro en azulejos, paredes, puertas y piso, a pesar de la luz blanca de los focos, no se deja de extrañar la luz en pleno día. Poseo un mapa y una memoria de cada una de sus habitaciones, tengo también un extenso inventario de todos sus defectos y fealdades, así como de las reformas entusiastas que no lograron convertirla en la casa que mi madre quería. Aún así nos ha contenido durante 38 años y mi abuelo la construyó hace 70.
He sido leal a mi casa, ha sido trinchera de muchas batallas perdidas, una sola ganada, pero que vale por el resto de derrotas. Duermo en ella después de años de no habitarla y puedo predecir el momento en que el vecino escupirá el gargajo matutino, en que habrá un sobresalto y un grito apagado en el segundo piso.
Escucho también el silencio y la soledad contigua o la vuelta a clases, la agitación de las 7:50 de la mañana. Mi hermana pregunta: ¿leal a quién, a unos abuelos y a una madre muerta, a los sobrevivientes? Y me siento completamente absurda, por no decir cómica. Hay un vacío detrás de esa imposición, una casa que termina por no serlo, ahora entiendo a mi madre cuando decía que ella había crecido en un jardín.
A pesar de tener ventanas en cada espacio, mi casa mira hacia dentro y se percibe un sofoco, el mismo que siento cuando duermo en ella después de tanto tiempo y pienso en ese árbol torcido sobre el que se fundó su cimiento. Entonces llego a la conclusión de que es tiempo de dejar el espacio, de dar paso a otro que nos juzgue como locos o como gente de mal gusto, que uniforme sus muros, que los pinte de un solo color, que imprima luz verdadera, que lo vea sin historia, que construya la propia apenas mirarlo, que nos despoje a todos en ese solo gesto y que la habite en la inocencia de quien cree poseer algo.
Nada me complacería más que ver este espacio reconvertido, pasaré por la calle y diré: “pensar que fue mi casa” y seguiré con una marcha distraída y relajada hacia cualquier punto.