Mi primera vez con Roberto Bolaño

RESEÑA | “Cuentos completos”, de Roberto Bolaño

Zacatecas, 25 de junio (MaremotoM).- Roberto Bolaño es uno de mis escritores favoritos. Lo es desde que empecé a leerlo, unos nueve años atrás. Iba yo en un camión rumbo a la universidad. Tal vez eran las siete y media de la mañana cuando terminé de leer “El Ojo Silva” y sentí no sé qué tantas cosas. Unas ganas tremendas de llorar. Unas ganas también tremendas de reír. Se me antojó bajarme del camión, justo ahí donde nadie se bajara; recoger las miradas de desconcierto de los pasajeros que, al verme tembloroso y con los ojos a punto de abandonar sus cuencas, pensarían que acababa de recibir una mala noticia y me urgía regresar a casa. Se me antojó quedarme de pie en la orilla del camino, a un medio metro de los coches que seguirían pasando a toda velocidad, rumbo a oficinas, escuelas, negocios y talleres, ignorando sus ocupantes el colapso que recién me había ocurrido.

Hubiera sido bueno, un gesto muy del universo de Bolaño, hacer todo eso y una cosa más: fumarme un cigarrillo tras otro mientras me hacía a la idea de que el mundo está jodido y, sin embargo, siempre se puede joder más. Pero, tal vez porque detesto el olor del cigarro tanto como se puede detestar una injusticia, no hice nada. Terminé mi viaje como todos los días. Como todos los días, atendí mis clases, almorcé con mis amigos, compartimos observaciones crueles sobre los demás, volví a casa, pude dormir y hasta soñar. No encontré dificultad para seguir respirando. Apuesto a que por fuera ningún cambio en mí se podía apreciar, si bien por dentro, desde esa mañana, yo ya era otro. Suena exagerado y sin duda lo es. Tómese este ridículo, entonces, como una prueba de cuánto me gusta Bolaño.

Conozco a muchos que, tras haber leído Los detectives salvajes o cualquier otro libro popular de Bolaño, admiten no entender la aprobación de los críticos ni, todavía menos, la fascinación de esos lectores que, como yo, recomiendan su lectura del mismo modo en que se recomienda una medicina o una droga terrible pero también muy buena, una droga que te quitará por lo menos una década de vida a cambio de un puñado de alucinaciones. Supongo que es una cuestión de suerte. Muchas veces me he preguntado qué hubiera sido de mí si en lugar de empezar con Putas asesinas, lo primero que hubiera leído de Bolaño fuera, por ejemplo, Amberes, ese espantoso libro suyo. Tal vez hoy viviría en una mansión o en una lindísima cabaña en medio del bosque, leyendo una y otra vez los pasajes más ambiguos de Nietzsche, interpretándolos mal a propósito. Tal vez, en lugar de adoptar la patética costumbre de aterirme frente a cada signo de la putrefacción del mundo, habría aprendido a contribuir a nuestra ruina. No lo sé.

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En cualquier caso, estoy convencido de que para disfrutar a Bolaño –si tal cosa he hecho leyéndolo– lo mejor no es recorrerlo en orden cronológico (este camino podría ser el peor, de hecho) ni tampoco a partir de sus libros más reconocidos (el riesgo de terminar decepcionado es aún más alto si uno llega directamente a los títulos que se consideran lo más logrado de su autor). A mi juicio, lo acertado es empezar por sus cuentos, sobre todo por los contenidos en Putas asesinas, o también por una de sus novelas: Estrella distante. Y así lo recomiendo porque me parece que en esos textos se encuentra con una intensidad enorme –perdónenme el oxímoron– lo mejor de Bolaño. Mientras en Los detectives salvajes y en 2666 lo mejor de Bolaño aparece distendido o, en cierto modo, dosificado, en sus cuentos y en algunas de sus novelas cortas Bolaño nos lo da todo a puños, como para producirnos una sobredosis: algo hoy día tan bienvenido.

Sé muy bien que a mi favor –o en contra mía: vayan ustedes a saber– también jugó el hecho de que cuando decidí leer a Bolaño, cuando elegí empezar por sus cuentos, cuando atraído por la sordidez de un título como Putas asesinas (en lugar de la timidez de un título como Llamadas telefónicas o la pretensión de un título como El gaucho insufrible) terminé topándome con “El Ojo Silva”, yo tenía muy pocas expectativas de Bolaño. Apenas conocía unas cuantas cosas de su biografía y no sabía siquiera que su renombre descansaba principalmente en una de sus novelas. En otras palabras, no vi venir el puñetazo. No me lo esperaba. No lo deseaba. La sorpresa de su golpe es, lo sé desde entonces, algo de veras invaluable. Por ello, me disculpo con quien haya leído esta nota, pues tal vez le he arrebatado la oportunidad de ser noqueado por Bolaño. Por su propio bien, le suplico que olvide todo cuanto he dicho o, si a su memoria no le ha sido dado aún el regalo del olvido, créame que todo lo aquí escrito es una vil mentira.

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