Ciudad de México, 11 de junio (MaremotoM).- Hace como 3 o 5 años que no iba a la Lagunilla, sitio de comercio antiguo, tanto como las antigüedades que se venden mezcladas con la ropa de paca, la otrora fayuca, los puestos de comida y por supuesto: la cerveza.
Vamos con nuestras bicis, a pesar que hacerlo a pie ya es de suyo una prueba de hacinamiento y tolerancia a los aglomeramientos.
Aún no inicia el verano, pero el sol incisivo del domingo y el cielo despejado escupe a los citadinos de sus casas, clima perfecto para las playeras frescas y las gafas oscuras. Apenas llegamos a la Lagunilla, veo un chingo de ‘vagos’, me lo digo en off como nota mental, me sorprende toda esa babel de jóvenes con cerveza en mano: punks, fresas, gays, padres jóvenes qué cargan a caguama en mano y en la otra a sus hijos, millenials sexies que coquetean con los labios humedecidos por la espuma.
El humo de la mariguana sale al paso de nuestro recorrido. Mi amigo, un viejo lobo de mar, escoge estratégicamente la sombra de un puesto que ofrece máquinas de escribir usadas, tornamesas portátiles, discos de 45 revoluciones, todos caídos en el olvido millenial, objetos decorativos para la estética vintage en el mejor de los casos.
La Lagu es un oasis en medio de la ciudad, un Zipolite urbano sin playa pero con un similar abanico de hombres y mujeres jóvenes de la más diversa calaña, un festival de pieles tatuadas, turistas que encuentran su Palermo en medio del peligro, el rincón del vago, musculocas viviendo un mini Pride, almas rotas por la vida, la cruda y el forever, euforia a raudales.
Los beats electrónicos del puesto de chelas nos ponen a bailar, veo a mi viejo lobo de mar mirando los mini shorts negros de una chica que mueve su melena y caderas de forma hipnótica y repetitiva de la música electrónica. No hay en la cosmopolita Ciudad de México ningún otro espacio similar, ni siquiera en el Chopo se puede beber cerveza con la firme seguridad ontológica de ignorar a los policías que constantemente acechan a quienes fuman macoña y los extorsionan.
No hay pose en la Lagu, ¿a quienes le importa tu cruda? Un biker con el rostro sumido en la tristeza, espera en soledad a alguien, a los 15 minutos se le ve al ciclista en cuestión acompañado con una cerveza, a unos pasos de él las sonrisas placenteras de un domingo caluroso por la tarde se mezclan con el ir y venir de la gente. Una señora joven se acerca a vender mota en pequeños comprimidos, la ofrece con su mano en una bolsa transparente de plástico, nos toma por sorpresa y me digo para mis adentros un whaaaaat!, se acerca así sin más como lo hizo otra señora migrante indígena a vender dulces y cigarros.
La Lagu es auténtica y decadente, un tianguis que cobra al doble, un barrio con colmillo de comerciante. Entre semana los puestos son ocupados por los hojalateros que trabajan in situ, el domingo se transforma en un espacio de tolerancia televigilado desde el lado B de Reforma, con lo grabado del C5 se podría hacer un video musical.
Platico con Casaro, así se presenta con su nombre de batalla, sus gafas oscuras impiden verle su mirada, viene vestido de negro y una playera del grupo Bad Religion, apenas unos minutos atrás estacionó su bicicleta con las nuestras. Me platica del viejo cine Chaplin que estaba por la zona, lo dice con el conocimiento de ser de la zona, algo que enfatiza al darle un sorbo largo a la botella de su cerveza clara. Me presume, quizá no, de haber visto a Paul van Dyk en el desaparecido antro Rimel, un club de música electrónica que ocupó el viejo cine Chaplin, conocido así por la estatua que se colocó en 1982 en honor al célebre actor y comunista.
Imbuido por la sorpresa, no dejó de ver un crisol de interacciones. Casi enfrente de mi, madre e hija beben cerveza de lata y establecen un cuadro de complicidad que me despierta un rictus de empatía, la menor debe rondar los 17 o 19, la madre deja sentir el ritmo de la electrónica en su cuerpo, baila, quizá recuerda sus ayeres de batalla desmadrosa. Todo ocurre al mismo tiempo, muchas imágenes explotan en mis ojos, quisiera captarías en tiros fotográficos, me abstengo.
El carrito de un señor migrante que vende fruta no logra pasar, la solidaridad de los que están cerca de él no se hace esperar y le ayudan a cargarlo, me intriga saber la opinión del don, ¿qué pensará de la Lagunilla y de sus jóvenes borrachines?
Casaro se sorprende al ver a lo que llama un “wey mamadote putote” tomado de la mano de otro chavo con igual o menos músculo de gimnasio.
¡Qué tiene, está bien!, dice mi amigo viejo lobo de mar rockero y yo añado: es un “putote muy mamdote” y no al revés, lo relevante a la vista está en lo segundo. Casaro asiente con un sonrisa esbozada al aire.
A los pocos minutos ocurre una pelea, los más cercanos a la zacapela (palabra digna del amarillismo) tratan de contener. El borracho que está cerca de la pelea le dice a mi amigo viejo lobo de mar surfero, deberían mejor de coger. Él no sonríe, no dice nada, no sabe qué decir. Pasamos al debate de la mal llamada ‘ideología de género”, la novia de mi amigo viejo lobo de mar punkero afirman categórica que con la ideología de género se pretende legalizar la pederastia.
Le respondo que es un sinsentido lo que dice, que no conozco ni una sola iniciativa legislativa al respecto, ella afirma que sí lo hay en Canadá. Le insisto en que eso no tiene que ver con una mirada crítica del género y mucho menos con lo que se pretende reducir a ideología, y le enfatizo: ¡creo que ninguna persona con dos dedos en la frente y perspectiva de género podría mínimamente proponer algo como legalización de la pederastia, pues ninguna postura que esté a favor de la eliminación de las desigualdades podría pretender enunciar una asimetría de poder.
Ella irreductible en su postura pregunta: yo qué soy mujer si me digo que soy hombre ¿ya soy hombre?, psicológicamente si, asiento. ¿Y no es eso ideología? me dice acalorada y al punto de la molestia. Es una opción respondo, bebo a mi cerveza y me digo para mis adentros que no quiero hablar del término ideología. El colmo viene cuando intenta hablar de la tierra plana y les advierto ya sin paciencia que no quiero hablar de ese tema, pues hay muchos otros temas más atractivos con los cuales perder el tiempo.
Sin más me califica de “cerrado”, “eres cerrado” me dice, intento verla a través de sus lentes negros, mientras me digo para mis adentros perdón, ¿nos conocemos?, le agradezco el piropo, no sin hacerle saber de la manera más amable que su opinión sobre mi en ese ejemplo y esa circunstancia me es olímpicamente irrelevante. Se ofende, mi amigo viejo lobo de mar rocabilero no interviene. Él trata de cambiar de conversación, reímos pero ella no lo puede superar e insiste. La ignoro, no hay más, afortunadamente llega Casaro de nuevo, se despide con ese saludo algo infantil que apenas roza los puños, toma su bicicleta y eso nos alienta a coger las nuestras y salir de la Lagu, la música se ha acabado, ya solo queda en un decibel muy bajo, pero se alcanza a escuchar “Eyes with out a face”, de Billy Idol, abandonamos ese oasis dominguero.
Tomo la ciclo pista de Reforma que sale a Calzada de Guadalupe, pierdo a mi amigo viejo lobo de mar post hippie, le llamo por teléfono, pero no contesta. Decido recorrer en mi bici y disfrutar del atardecer, ¡esto está in-creí-ble!, me lo digo casi en éxtasis.
Respiro el viento algo limpio que me da en la cara mientras avanzo en rodada. Logro comunicarme con mi viejo amigo lobo de mar lounge, le alcanzó en unos tacos de costilla cerca de la Villa, que luce majestuosa ese domingo por la tarde previa al verano.
Debo decir, me gustó mucho tu lectura, sin duda la disfrute de principio a fin.
Tu mirada es precisa y acertada, aunque nunca traté de faltaste al respeto, me disculpo si lo sentiste asi, te mando un gran abrazo