En un momento quiso abandonar la música, pero el poder de la palabra cantada lo llevó a tener una actividad intensa. Su obra está cruzada por cuestiones de clase, raza y género.
Ciudad de México, 9 de octubre (MaremotoM).- “Me resulta más estimulante que ponerme ropa vieja. Aparte, el deseo por tener nueva materia es lo que me motoriza”. Con una envidiable facilidad de palabras, Gabo Ferro le explicó a Silencio de dónde surgía el combustible para una obra solista que durante década y media se amplió de a, mínimo, un disco por año.
Pero la ecuación no había sido siempre así. Gabo había comenzado su carrera con Porco, y luego de un show en el que enmudeció por completo al tercer tema, huyó corriendo de la sala y al día siguiente se retiró de la música para dedicarse a estudiar historia. Veía en ese hecho un carácter simbólico muy fuerte: no había perdido la voz, ya no tenía cosa alguna que decir. “En mi divorcio con la palabra quedé con la tenencia del silencio”, entonaría tiempo después en “De palabra”.

Ocho años después, el escenario era exactamente opuesto. Con la ayuda de algunos de los miembros de Pez, Gabo Ferro supo reinventarse como un cantautor capaz de disfrazar de sencillez y austeridad a una obra compleja y rica en matices. No sólo había recuperado su garganta para pasearla por un registro vocal de amplísimo espectro, sino que además encontró un uso inteligente y sincero de la palabra. De repente, Gabo tenía qué decir y sabía cómo hacerlo para amplificar su efecto.
Detrás de una fachada de aparente simpleza, Gabo era capaz de amontonar versos de los que era difícil salir indiferente. El dolor y la pérdida eran una constante en su repertorio, en parte también porque no existe una manera sana de sobrellevar la existencia sin hacerle frente a lo que hace mal, y si es necesario ponerle nombre y apellido. “Hay miedos que espantan que van a volver, hay otros que están pero van a ceder”, aportó en “Lo que te da terror”.
Como en esas historias en las que el protagonista sobrevive a una tormenta devenida en un temporal atroz que arrasa con todo, las canciones de Gabo Ferro parecían tener un derrotero similar en el plano íntimo. Su prosa era, en definitiva, un manual de supervivencia, el recordatorio de que no existe una tortuosidad que no sea superable, por más que el pronóstico parezca decir lo contrario. Tenía además el sentido del humor lo suficientemente aceitado como para colar un clásico de KC & the Sunshine Band en una composición propia, probablemente para disfrutar de la reacción de un público atónito.
La pluma de Gabo Ferro (que murió esta tarde a los 54 años de edad) tenía el don alquímico de convertir a las cosas en su opuesto. Y si la belleza podía transformarse en podredumbre, quizás sus canciones sirvan no para revertir lo inevitable, pero sí para amortiguar la pesadez de su impacto. “La muerte no existe acá. Todo está vivo, presente. La memoria es asesina, da muerte a la misma muerte”.
Fuente: Silencio / Original aquí.