Ahora, con tantas alusiones a la violencia de género y su intento por detenerla, sería prudente acercarnos a este montaje de Rendón y Romo Producciones , porque nos dará más claridad en un mundo que parece estar en tinieblas porque se mata, se viola, se manipula a diestra y siniestra sin advertir lo lamentables que resultan esos hechos en nombre del “amor”.
Ciudad de México, 7 de marzo (MaremotoM).-
Si ahora tú te vas
Pronto descubrirás
Que los días son eternos y vacíos sin mí
Luz Casal, “Un año de amor”
Hay un adagio popular el cual dice que nadie nos enseñó a ser padres; sin embargo, hay uno no menos importante, y ese es que nadie nos enseñó a enamorarnos. Un día un par de ojos se miran y comienzan con el flirteo. Esos mundos deciden hacer todo lo que está a su alcance por descubrirse, reconocerse, unirse en un “para siempre” sin imaginar jamás el rumbo que les deparará la unión.
Dejar de estar solo implica compartir, darse un poco al otro —a la otra—, pero tampoco sabemos cómo o cuál es la cantidad precisa de ese ir y venir cuando damos o recibimos afecto; el placentero acto de ir al cine se diluye de tal suerte que se convierte en hastío por no soportarse viviendo en la misma casa. Monotonía. Sin embargo, las cosas no se quedan ahí, no señor, habemos quienes, no satisfechos con el hartazgo, lastimamos física, verbal o psicológicamente con tal de seguir controlando lo que creemos nuestra posesión, cuando en realidad la pareja está — o debería estar— voluntariamente sabiendo y aceptando sus carencias y potenciando sus virtudes, jamás por miedo.

La Teatrería (Tabasco #52, col. Roma) presenta todos los jueves a las 21:00 h., hasta el 30 de abril, una obra que se solaza en este tema: Químicos para el amor, original de Carmina Narro, bajo la dirección de Marisa Gómez con dos excelentes actores: Erika Rendón e Iván Romo. (Iván Romo y Erika Rendón). Es una puesta que nos descubre, permite mirarnos en el reflejo del arte escénico en alguna de las tres historias que se presentan para observar sólo algunas de las mecánicas que adoptamos como pareja cuando nos decimos “enamorados”. Oscuro. Segunda llamada. “Lágrimas negras” en la voz del Cigala suena mientras el público se acomoda para presenciar el milagro del teatro. La escenografía es escueta, se reduce a una mesa, un par de sillas y la utilería que será cambiada cada que la historia en cuestión lo amerite. Lo que convoca a la mimesis actor-público son las excelentes actuaciones que de inmediato nos enganchan. “Aspirinas para los desahuciados”, “Manicure” y “Round de sombras” serán las tres partes que constituyen Químicos para el amor y ocurrirán en alguna parte de alguna ciudad, donde atestiguaremos —cual voyeristas— sólo un poquito de lo que sucede en las parejas cuando se dicen enamoradas.
En el primer tinglado aparece una pareja que se encuentra en un restaurante para decirse el adiós definitivo. Terminar. Finiquitar con parsimonia aquello que solemos terminar a gritos por descubrir que quedaremos totalmente solos. No obstante, esto no será tan fácil porque la pareja atraviesa un problema más complicado: un embarazo que no se logró y les pesa a ambos, a cada quien a su manera, por lo tanto, cada uno lo asume de una manera distinta. Larisa resulta ser una mujer muy demandante afectivamente, mientras que José Ramón —hombre de negocios— únicamente da lo que puede cuando su tiempo se lo permite. Él está más imbuido en su celular y los mensajes que le llegan de la oficina, mientras que Larisa intenta hacerle ver cuáles fueron los motivos que los llevaron a la ruptura. Ambos hicieron un pacto: tener un hijo, el cual no se logró.
En el devenir de la historia habrá un extraordinario recurso, un flashback, en el que se muestra cómo inician la danza del amor, el coqueteo, las muestras de afecto, la insistencia de José Ramón para que ella se embarace, la duda de Larisa, todo esto permite que apreciemos más la construcción de los personajes y entendamos qué los ha llevado a estar en ese lugar para decirse adiós. La confesión de ella y los argumentos de él nos hacen entrar en una disyuntiva donde no sabemos de qué lado estar, puesto que son tan validos los de uno como los de la otra: ¿Matar por no sufrir o vivir en sufrimiento?

En el segundo tiro de dados, “Manicure”, tenemos la misma mesa y las mismas sillas que servirán como escenografía para adentrarnos en una sala de manicure. Ambos actores cambian de personaje drásticamente porque, si al principio eran gente refinada y con un estatus nada soslayable, en esta segunda historia son gente de medio pelo, del barrio —los gags en esta historia serán más recurrentes sin estar sobrecargados— pero no por ello dejarán de sentir “amor”. Regina trabaja dando servicio de manicure y Manuel, su “güey”, la va a visitar para comer juntos. Ella tiene un problema de ansiedad que la hace inestable y se incrementa cuando del tema amoroso se trata. Manuel es mucho más cínico y dice las cosas sin filtro alguno, pero tiene un carácter fuerte y a veces ligeramente amenazante.
En el flashback que también tenemos aquí, nos percatamos de que se conocen porque él va a hacerse las uñas igual que otrora lo hiciera su padre, una historia que cuenta infinidad de veces y a ella le llega a hartar cuando al principio le parecía interesante. Todos los humanos somos víctima del tedio. Regina ya no quiere estar con él, lo amenaza, lo corre, pero Manuel decide quedarse con la “Chaparrita” porque ha aprendido a aceptarla así pese a saber que ella escucha voces, se lastima y tiene los brazos llenos de curitas. Es una violencia velada donde ninguno de los dos parece hacerse daño, pero, al estar juntos y con sus diferencias, tienden a violentar el espacio que los circunda.
En la tercera y última representación, “Round de sombras”, aparecen ahora Andrés y Julia. Primero lo vemos a él preparando la mesa porque le hizo de cenar a su esposa que le llevará los papeles del divorcio, no obstante, en el devenir de la historia nos enteramos de que él tiene una imperiosa necesidad de no ser abandonado, mientras que ella acepta que no lo quería a pesar de haber tenido un hijo. Las actuaciones en esta tercera parte son excepcionales, porque Andrés es introvertido, tiene una cara de demente que se conjuga finamente con su trabajo corporal. Julia, por su parte, a pesar del miedo que le tiene, lo confronta para cerrar ese ciclo llamado matrimonio que no fue para nada satisfactorio. El desenlace es funesto, y no cobraría ningún sentido describirlo, y no por el temor de arruinar la asistencia al teatro, sino porque es algo que jamás nos esperaríamos: ¿cómo es posible que un esperpento —no un hombre, no un ser humano, sino un animal amorfo— violente a una persona con la que no sólo compartió la casa y el hijo, sino la cama y los días de carencia? Andrés, en su necesidad de ser amado y quedarse a toda costa con Julia, aunque ella haya dejado de interesarse por él, comete la canallada de atacarla, de ejercer violencia física por no encontrar una vía más civilizada.
Sólo son tres acercamientos a lo que creemos que es amor, pero muchas veces no advertimos lo nocivo que resulta, porque estamos en el ruedo y no tenemos los ojos del espectador que aprecia con más detalle lo que ocurre por lo bajo. Ahora, con tantas alusiones a la violencia de género y su intento por detenerla, sería prudente acercarnos a este montaje, porque nos dará más claridad en un mundo que parece estar en tinieblas porque se mata, se viola, se manipula a diestra y siniestra sin advertir lo lamentables que resultan esos hechos en nombre del “amor”, porque no dañan sólo al afectado, sino que se multiplican cual espejos al creer que son correctos. A muchos no nos enseñaron a ser padres, es cierto, pero cómo nos hubiera ayudado primero a saber amar y respetar a nuestros semejantes, esa sí que es una enseñanza de oro que debemos aprender y enseñarle a nuestros hijos.