Es curioso y al mismo tiempo ejemplificador cómo todos los escritores de estos cuentos “De amor y de desamor” tratan de romper las barreras, de expandir la visión moral de su época y dejar el mensaje de que el amor, la voluntad, la inteligencia, son más importantes que las conductas y los hábitos de una sociedad. Por eso perduran tanto y por eso, como decía Edmundo Valadés, leerás cada cuento de una sentada y lo recordarás toda la vida.
Ciudad de México, 2 de agosto (MaremotoM).- ¿Qué es el amor? ¿Qué es el desamor? Una definición rápida y vertiginosa nos podría llevar a Sigmund Freud (1856-1939), el gran fantasma de nuestra conciencia, que dice más o menos literalmente que “si amas, sufres; si no amas, enfermas”.
En el medio, claro, todos nuestros sueños que llevan al deseo del amor como una corriente maravillosa en la que somos claros y límpidos, prístinos y dignos de las mayores de las virtudes.
Sin embargo, los seres humanos somos complejos y la idea del amor es propia a veces de animales feroces más que de ángeles espirituales.
Decir que provenimos del homo sapiens nos libra un poco de culpa, pero años de pensamientos, de religiosidad, de reglas morales, explotan de manera inevitable contra los actos de los hombres y las mujeres en situaciones límite.
¿Qué nos diferencia de los animales?
Dice Roger Scruton* que “casi todo el mundo cree que matar a un ser humano inocente es un crimen, pero no lo es el matar a una inocente lombriz solitaria. Además, la mayoría de las personas creen que las solitarias no pueden ser inocentes: no porque siempre sean culpables, sino porque la distinción entre inocente y culpable no es aplicable a ellas. No son el tipo de cosa adecuado para ello”.
Inocente o culpable es algo que nos distingue de los animales y por otro lado no referirnos a nosotros como seres que formamos una especie: “Nos entendemos a nosotros mismos en primera persona y debido a esto dirigimos nuestros comentarios, acciones y emociones, no a los cuerpos de otras personas sino a las palabras y las apariencias que se originan en el horizonte subjetivo, el único lugar donde pueden estar”, aclara Scruton.
La literatura es una actividad que obviamente nos distingue de los animales: la acción y el pensamiento es algo que nos identifica. La pasión, el sentimiento, no podríamos decir sin embargo que es patrimonio solo nuestro.
¿A qué obedecen las decisiones que tomamos muchas veces al contrario de lo que la historia y el raciocinio indican?
En estos cuentos literarios que no pasan de moda, que por el contrario nos ponen frente a un espejo donde estamos desnudos y frente a nuestro propio juicio, la vida se despliega no sólo frente a la fuerza del amor y el desamor, sino frente a todas las pasiones humanas que muchas veces nos hacen dudar de nuestra propia especie.
¿Es la razón, la moral, lo que dicen los otros o es nuestra pasión desaforada lo que nos hace tomar decisiones en los temas del amor y el desamor? ¿Es el destino lo que nos mueve a un estado de dolor y desesperación? ¿Es la casualidad la que firma nuestra vida en un futuro apacible, desprovisto de ansiedad?
Dice el psicoanalista Juan David Nasio, un experto en los temas del dolor y el amor, en su libro, El dolor de amar (Gedisa), que “el dolor psíquico es un sentimiento oscuro, difícil de definir, casi inasible, que se sustrae a la razón”.

Tanto así que la razón no existe para justificar el rechazo a un hombre por su apellido (como en “El corazón de la señorita Winchelsea”, de H. G. Wells), aunque luego por los avatares de la vida el lector entienda que la elección de la señorita, tan alambicada, tan presa de las normas sociales, fue fruto de una intuición certera.
Pareciera ser a veces que la razón del corazón es guía inevitable para la existencia humana.
O como esa muchacha que se hizo monja luego de experimentar un golpe al corazón por parte de Ippolito en el cuento de Mary Shelley, que abre la colección: “La prueba de amor”.
“Su partida ofreció cierto consuelo a la desdichada joven. Y no tardó en prodigárselo también una carta del padre de Ippolito, llena de alabanzas de su conducta. Su hijo se lo había confesado todo, escribía; ella era un ángel… el cielo la premiaría, pero su recompensa sería aun mayor si se dignaba perdonar a su infiel enamorado. Responder a esa misiva alivió el dolor de la joven, que desahogó su pena y los pensamientos que la atormentaban escribiéndola. Perdonó de buen grado a Ippolito y rezó para que él y su adorable esposa gozaran de todas las bendiciones”, es la vida de Angeline contada por Mary.
El amor por Dios superó ampliamente ese amor devocional que sentía por Ippolito: “Él era amante de las diversiones, inconstante, despreocupado; ella se consolaba con un cavaliere servente. Angeline, consagrada a Dios, se asombraba de todo aquello y de que alguien pudiera cambiar, con tanta ligereza sus afectos, para ella tan sagrados e inmutables”.

Mary Wollstonecraft Godwin, que fue en realidad el nombre de la escritora casada con el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley, tiene ese fuego de lo sagrado y de lo inalcanzable entre los humanos. Tanto así que escribió Frankenstein o el moderno Prometeo, hoy una novela clásica y moderna, que conmueve a viejos y jóvenes.
“La prueba de amor” (The Trial of Love) es un relato publicado en 1834 y considerado uno de sus mejores cuentos.
Un gran sabor de boca nos queda después de leer el cuento “La cueva de Malachi”. ¿Es el amor una casualidad o un hábito que acontece después de la costumbre? ¿Tenemos el amor al lado y no nos damos cuenta? Es un cuento victoriano del escritor londinense Anthony Trollope y luego de la lectura nos quedamos pensando mucho en ese cuento, quizás coincidiendo con lo que decía Edmundo Valadés: “Un cuento lo lees de una sentada, pero lo recuerdas toda tu vida”.

Es increíble que viniendo el cuento de la época victoriana y ser Trollope un gran novelista de esa época, con sus costumbres y sus maneras, tenga una virtud de género: “Y, en cierto modo, Mally tenía ventaja sobre él. Conocía todas y cada una de las rocas y sabía con seguridad cuáles eran firmes y ofrecían un buen punto de apoyo”.
La protagonista de “La cueva de Malachi” no se viste como una chica, hace trabajo de varones y casi todos las rechazan. Un accidente en donde se ve involucrada la vida de su “enemigo”, descubre el amor por parte de ambos (él, un chico apuesto y con muchas pretendientes, Barty), en un cuento que acaba en forma feliz.
Pensamos que la literatura siempre corre los límites y establece un mundo real.
La ficción siempre es realista y por eso seguiremos leyendo siempre, podríamos decir aquí, abriendo una discusión en donde la literatura es el reflejo del alma, de nuestra condición de estar vivos, pero no haremos centro en estas reflexiones, sino que hablaremos del cuento de H. G. Wells, un británico más conocido por sus historias de ciencia ficción, aunque “El corazón de la señorita Winchelsea” es sumamente realista y habla de las apariencias, de cuando es mucho más importante parecer que ser.
El tema de un apellido un poco disonante aleja a la señorita Winchelsea de lo que podríamos decir: un amor de verano en Roma. Al principio podríamos afirmar que la “muy dama” encuentra en su amado algo fútil, superficial, que la alejará para siempre de ese hombre maravilloso, tan ajustado a ella.
Sin embargo, el corazón dice lo que la razón avala.
Un muchacho común, sin los brillos que la atmósfera y ese enamoramiento liviano, fruto de la sensibilidad de la señorita más que de las virtudes que posea el hombre elegido, demostrarán la verdadera razón de la decisión.
“Imaginaba una pequeña casa de ambiente refinado, con dos escritorios, estanterías blancas llenas de libros selectos, copias de algunos cuadros de Rossetti y Burne—Jones, papeles de William Morris en las paredes y flores en jarrones de cobre batido. En verdad imaginaba muchas cosas”, dice Wells.
¿Imaginaba también al hombre ideal en ese viajero que se esfumó de su corazón poco a poco?

Denis de Beaulieu, el gran personaje del cuento “La puerta del señor de Malétroit”, comprueba la maestría del escritor Robert Louis Stevenson, autor de la clásica La isla del tesoro.
Es un cuento donde sobra la imaginación y es poco probable que se dé en el entorno, pero nunca hay que decir que la materia de la literatura son sólo disquisiciones del autor. A veces la vida real es mucho más imaginativa que la mano que ejerce la pluma.
Lo cierto es que hay una película basada en el cuento (con el increíble actor londinense Boris Karloff) y el misterio es más grande que el amor, que al final se concreta a través de una puerta abierta en la madrugada, dispuesta a cazar al héroe anónimo.
“Las posibilidades que abre el silencio son aterradoras”, dice Stevenson. Salir a la calle en una madrugada sin conocer a nadie más que a nuestra propia sombra, ejerce un enigma sobre aquello que nos pudiera pasar. Cruzar la puerta de una casa noble y encontrarse allí con la mujer amada, con la dama ideal, es una posibilidad, dice el afamado escritor.
“Sólo ver algo era ya un alivio para Denis; era como un trozo de tierra firme para alguien que estuviera luchando en una marisma”, dice Stevenson, desplegando un misterio tan propio de Edgar Allan Poe, del que seguramente era lector. Claro que todo se resuelve de una manera nada terrorífica: “Denis reconoció las figuras del blasón y sintió una gran satisfacción por encontrarse en tan buenas manos”, aclara el relato.

“Por fin se hace justicia”, de Elizabeth Gaskell, es la prueba eficaz y necesaria del amor sobre la oposición. A los tíos no les gusta el pretendiente y finalmente el marido de su sobrina (quien carece de padres y están a cargo de ellos), en una época como la victoriana donde la opinión de la familia importa mucho. Pero es el amor y la verdad la que triunfan sobre las costumbres de la época.
“Haga lo que haga o diga lo que diga, sólo tenemos una opción. Ninguna amenaza disuadirá al doctor Brown de cumplir con su deber. MARGARET BROWN”, es lo que escribe la esposa del médico cuando es amenazado. No sólo se rebela frente a sus parientes, sino frente a la propia sociedad que lo acusaría de falsificador. No hay castigos para Margaret y su esposo, quien al final del cuento viven tranquilos y felices, con los tíos que le cuidan sus vástagos.
El cuento de Wilkie Collins es muy triste, como esas desilusiones que sufrimos tarde o temprano en nuestras vidas, cuando acceder a la verdad nos obliga a una decisión moral que cambiará la existencia para siempre.
“¿Quién mató a Zebedee?”, parece una historia de detectives, de esos que ves a la noche, cuando no te puedes dormir. ¿Quién acaba de matar al hombre recién casado, que pasa la luna de miel en una hostería de Londres? “La joven se levantó y escribió su nombre, Priscilla Thurlby”, dice Collins, un autor sobre todo de relatos cortos, nacido y muerto en la capital inglesa, al principio del cuento. Ese nombre encierra la trama de la historia que cuenta un hombre a 25 años de todo aquello, frente a un sacerdote, cuando se da cuenta que por su edad debe empezar a confesar los pecados.
¿Puede el crimen, descubierto por una casualidad, tapar al amor que el hombre siente por esa mujer?
Llega el turno de Oscar Wilde, un hombre que murió condenado por el rechazo social, que probablemente nació antes de tiempo, aunque dejó muchos dichos que revelan su inteligencia y su sarcasmo.
Uno de ellos se encuentra en el cuento “La esfinge sin secreto”, cuando el autor de El retrato de Dorian Grey y La importancia de llamarse Ernesto, entre otras, dice: “Mi querido Gerald, las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas”.
Es un cuento filosófico, con algo de misterio, donde la dama protagonista, lady Alroy, pasa las tardes en una casa de citas, tomando el té y estando callada, probablemente porque “era simplemente una mujer obsesionada con el misterio. Alquiló esas habitaciones por el placer de ir allí tapada con su velo, imaginando que era la heroína de una novela. Le encantaban los secretos, pero no era más que una esfinge sin secreto”.
William Thackeray con el cuento “La mujer de Dennis Haggarty” (donde la suegra, la enfermedad, pero sobre todo el egoísmo y las malas acciones, dejan a un hombre fuera de su hogar, prácticamente en la calle) se pregunta: “¿Era inhumano o no que siguiera engañado en su obstinada modestia y continuara admirando a la necia y egoísta criatura que había elegido venerar?”
Joseph Conrad con su cuento sobre migrantes (una historia que podría haberse escrito ahora, en estos tiempos de Europa donde “el otro”, el extranjero, habla en lenguas inentendibles y no parece un ser humano), “Amy Foster”, nos interroga: ¿Puedes a amar a otro totalmente distinto a ti?
“Fue un amor como se entendía en la Antigüedad: un impulso irresistible y fatídico…”, dice Conrad -autor entre otros de El corazón de las tinieblas-, al contar el amor entre Amy Foster y Yanko Goorall, el náufrago extranjero que sobrevivió al mar, pero no a la sociedad en la que le tocó quedarse.
Rudyard Kipling con su cuento sobre el matrimonio inglés y el amor de una mujer extraña a la cultura, parece completar la historia de Conrad. Aquel un hombre, éste una mujer. “Georgie Porgie” narra la historia de un soldado en Birmania que se acostumbra al matrimonio (de mentira, como si fuera un ejercicio) con una chica de una tribu de allá. Hasta que decide que el matrimonio está bien y entiende que debe casarse con una inglesa, una mujer de su nacionalidad. Este cuento es también un cuento de género, donde la mujer protagonista recorre cielo y tierra para encontrarse con aquel hombre que ha dicho amarla y que sin embargo no ha regresado al hogar.
“Pero el amor es ciego y Nathaniel era bizco y es posible que la suma de esas dos circunstancias le impidiese ver las cosas como son”, dice el escritor Charles Dickens en el cuento “El auxiliar de la parroquia”.
Nathaniel Pipkin, el viejo Lobbs, Maria Lobbs (la enamorada de este chico esquelético, sin dinero y con muy pocas posibilidades de ser amado por Maria), son los personajes de este relato de pueblo, donde el auxiliar de la parroquia sufre una desilusión. Con el optimismo de Dickens, sin embargo, el desengaño no fue tan grande y la vida sigue con la “estima del viejo Lobbs, que con el tiempo le enseñó a fumar y, durante muchos años, los dos se sentaban en el jardín al atardecer, cuando el tiempo era bueno y fumaban y bebían muy animados”.
Thomas Hardy escribe el cuento más triste de esta colección. “El veto del hijo” es la historia del poder de un hombre acostumbrado a las reglas sociales sobre los sentimientos de una madre que en realidad desprecia.
“¿Por qué no puedo decirle a Sam que me casaré con él? ¿Por qué?”, decía la pobre viuda de un clérigo, al tratar de responder la propuesta del amor de su juventud, un tendero de nombre Sam.
Pasan los años, la dama se enferma, el hijo no cede.
“Algunas formas de amar”, de Charlotte Mew, un cuento de exquisita sensibilidad donde la mujer amada que es un poco mayor que el hombre que la desea, compite con una chica mucho más joven y el final de cuento trae una sorpresa ejemplificadora.
Henry James con “Un día único” demuestra por qué resulta un autor cada vez más leído, renovado en los gustos de los lectores jóvenes. El poder de la seducción que se queda solo en el esbozo de algo ilusorio y fantasioso es centro de un cuento con muchas más cosas que no se dicen que lo que en realidad expresan las preguntas de la señorita Moore.
John Galsworthy es un novelista y dramaturgo británico, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1932. “¿Quién dijo que la era victoriana estuvo llena de inocencia?”, se pregunta en su cuento nostálgico “Un asunto de otro tiempo”. Inmediatamente parece contestarse: “el estilo era quizá algo totalmente pasado de moda…”
Termina la colección el cuento “El padre escrupuloso”, de George Gissing, un autor victoriano, que anticipó varias luchas feministas.
“¿Qué clase de vida era la suya en aquel pequeño mundo de asfixiante respetabilidad? Prohibido esto, prohibido lo otro; permitido… el orgullo de ser una dama. Y ella no lo era, después de todo”, se pregunta Rose, en un cuestionamiento que recorre todo el libro.
Es curioso y al mismo tiempo ejemplificador cómo todos los escritores de estos cuentos “De amor y de desamor” tratan de romper las barreras, de expandir la visión moral de su época y dejar el mensaje de que el amor, la voluntad, la inteligencia, son más importantes que las conductas y los hábitos de una sociedad. Por eso perduran tanto y por eso, como decía Edmundo Valadés, leerás cada cuento de una sentada y lo recordarás toda la vida.