Ciudad de México, 3 de mayo (MaremotoM).- Hace más o menos un mes discutía con Luis Manuel Amador acerca de que si el astrocitoma (un tumor canceroso de cerebro) es operable o no. Él decía que sí. Yo decía que no. Ambos, sin saberlo, hablábamos desde nuestro respectivo dolor. Yo, porque fue el tipo de tumor que tuvo mi madre. Él, porque conocía bien el caso de su amiga, Rocío González, la poeta de Juchitán que falleció el pasado 24 de abril. Esa noche Luis llegó con la noticia a cuestas y la casa se llenó de tristeza. Hablamos de su poemario Neurología 211, donde da cuenta de la enfermedad y de la intervención quirúrgica, donde le habla al astrocitoma sin temor, sin autocompasión y (lo más asombroso) sin miedo. Supe de inmediato que tenía que leerlo.
El libro llegó tres días después y cayó sobre mí el peso y el encanto de cada una de sus palabras. Su lectura propició una comprensión y una empatía que no había conseguido ni con diez años de duelo. Pero su relevancia no reside únicamente en el fondo, en lo que se dice y elabora, sino la manera de decirlo. Qué tamaño de entereza hace falta para escribirle, sin odio, al tumor que le acababan de extirpar:
“Quise ponerte un nombre (tú sabes, los nombres calman),
tal vez gorila o hiedra,
arder en algo más diáfano que las premoniciones”.
Y también:
“estará tu vacío en el contraste de la imantada imagen
de tu no ser
en la metáfora sin representación y su algoritmo
puro significante sin constancia
cama sin edredón ni frío
en tu ausencia permanezco
en la rajadura del cráneo
que equilibra
SER y NO SER
astrocitoma”
Gracias por el caudal de amor de tus palabras, Rocío González. Gracias por las luciérnagas que atrapaste aquí para nosotros. Descansa en paz. Te recordaremos siempre. “Las luciérnagas han encontrado su lugar”.
**Neurología 211**, de Rocío González, fue publicado por Trilce Ediciones, colección Tristán Lecoq, en 2013.