Ciudad de México, 24 de julio (MaremotoM).- Suelo ensañarme con la literatura machirrina que se regodea en lugares comunes como el del onvre que, a pesar de su evidente fracaso, logra marcar una distancia incluso cómica con el sufrimiento (el desamor, las crudas, las adversidades laborales). Me parece simplón este tipo de personaje porque la sola seguridad de ser quien es (un hombre de ciudad, con cierta educación, aunque incapaz de darse cuenta de su privilegio), evita que el conflicto narrativo y las emociones lo atraviesan en serio, hace el apachero pero cuenta con ese escudo, estará a salvo.
Los personajes de los cuentos de No se trata del hambre (Edhasa) se alejan de este cliché, renuncian a las certezas y se muestran en toda su vulnerabilidad: el conflicto los atraviesa, acometen la realidad sin miramientos. Y que conste que cuando digo realidad, me refiero a la del México de afuera, el del no-centro, el de San Luis Potosí, el de Veracruz, Chihuahua, Chiapas, el de “nopuedovolverallá” y “cómochingadosvivoaquí”.
¿Cómo responden los personajes al vacío, al sinsentido y al fracaso? Como lo hacemos muchos: con un buen taco de carnitas, pizzas deep dish, combos chatarra de restaurante de cadena, con la deliciosa unión de carbohidratos y grasas saturadas, en la perfección de una salsa para pasta.
Pero momento. Tampoco vayan a pensar que es uno de esos libros que se amparan en el concepto para dar unidad temática y dejan flojo todo lo demás. No por nada Josué Sánchez obtuvo con este libro el Premio Tiflos de Cuento. El vacío que se colma solo es una constante y la comida un leitmotiv, existen hilos mucho más agudos, sutiles y cortantes que tensan la trama y entretejen un cuento con otro, nos enredan, nos arrastran a ese lugar oscuro que todos conocemos, pero no por ello deja de darnos miedo.
No se trata del hambre, de Josué Sánchez, es publicado por EDHASA – Libros con historia en 2019.