El tamaño nunca dice nada. Decir minúsculo a un libro a veces es menospreciarlo, pero quise decir que era pequeño y poco a poco se agigantaba. Así veo a la literatura de Lina Meruane y me encanta verla así. Esta es una entrevista un poco con malentendidos, pero celebra la salida en árabe de su libro Volver a Palestina.
Ciudad de México, 20 de marzo (MaremotoM).- Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) es una escritora muy parecida a Roberto Bolaño. Al menos me lo parece. Una autora que va por sus propios medios –a veces al precipicio, diría el creador de Los detectives salvajes-, pero siempre convencida por sí misma de que ese camino es el correcto.
Escribe poco o mucho. Sus libros son torbellinos que uno recordará durante mucho tiempo y pensar lo chileno en ella, en Cinthya Rimsky, en Rafael Gumucio, en Betina Keizman (que no es chilena pero casi), es volver a pensar en un país roto por la dictadura, sangrante siempre, con una mirada que desarticula a la patria, a eso que uno busca afuera y encuentra en su corazón.
Lina inmigrante. Como alguien que sale todo el tiempo de Chile, que vive en Nueva York, que se ha vuelto un poco Palestina por respeto a su sangre y que ni siquiera ha tenido hijos como Bolaño, quien cuando le preguntaban qué era la patria, él contestaba: Lautaro y Alexandra.
Ganadora de los premios Anne Seghers (Alemania, 2011) y Sor Juana Inés de la Cruz (México, 2012), Lina ha publicado Sangre en el ojo, Contra los hijos, Sistema nervioso, Fruta podrida, Póstuma, Cercada, Viajes virales: la crisis del contagio global en la escritura del SIDA, Las infantas, Volverse Palestina y una antología de Gabriela Mistral, de quien Bolaño decía: –Mamá, perdóname, he sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno.
Esta nota es por la crónica Volverse Palestina, un libro que ha traído a México el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través de su departamento de publicaciones, en 2014 -luego, con una nueva versión, la publicó Penguin Random House- y que ahora está traducido al árabe y que se publicará por Khan en El Cairo.
“Ese viaje a Palestina despertó en mí una conciencia más política y me hizo darme cuenta que yo sabía realmente poco sobre la inmigración de mis abuelos a Chile, que percibía como una especie de rumor de fondo familiar: existía, pero yo no le había prestado suficiente atención.
Era una inmigración antigua, con una asimilación muy poderosa y, por lo tanto, esa parte mía no tenía el registro y el relato necesario para entender mejor las complicaciones de la inmigración y todo el proceso de asimilación”, dijo Meruane entonces.
“Tendemos a pensar que la identidad es algo estático, fijo, que tiene contornos que conocemos bien y podemos delimitar. Y lo que descubrí en esa búsqueda es que precisamente es lo contrario. La identidad está constituida por una serie de sumas y restas: es un proceso”, añadía.
“Soy palestina por orígenes familiares, por el lado paterno. Esta es una crónica que relata un viaje a los territorios ocupados cisjordanos. Soy segunda generación de palestinos asimilados rápidamente, donde se perdieron los relatos, se olvidaron las historias. El viaje a Palestina me hizo consciente políticamente hablando y me vinculó de manera muy poderosa a esa realidad. Me identifico con lo palestino, porque cuando llegué me identificaron como uno de ellos. Para llegar a Palestina hay que pasar los controles de Israel y el regreso a los orígenes es algo que está vedado. La llegada de palestinos que vienen a conocer sus tierras y a conocer a sus parientes no está bienvenida y a uno le recuerdan constantemente que no es querido ahí por la comunidad israelí o al menos por gran parte de la comunidad israelí. La experiencia potencia muchísimo lo que uno ya sabe y ahí nace la conciencia política que me lleva a tener una conversación con mi padre y con mis tíos, que es a su vez la sustancia del libro”.

Lina Meruane aceptó contestar estas preguntas sobre Volverse Palestina, un país al que ha vuelto ya y sobre el que escribe un nuevo texto que saldrá en alemán.
–El instinto, la tradición, ¿constituyen dolores ahora?
–Ni ahora ni antes, aunque no sé si entiendo la pregunta.
–Tú libro en Palestina. ¿Pensarás en los lectores que comprarán el libro para saberse en ti?
–No pretendo que ellos se entiendan en mí, más bien en mi libro como un encontrarse con el reverso de su propia historia o como entrar en la bifurcación: un avizorar los caminos emprendido por los miles de Palestinos cristianos que se fueron hace un siglo y se siguen yendo. En mi libro yo sería la sobrina extraviada que les trae noticias del otro lado del mundo. Cuando mi libro se publique en árabe –no sé todavía cuando, pero hay un traductor trabajando en la traducción para una editorial egipcia– sería precioso que pudiera ingresar a Palestina, pero yo querría regalarlo a quien lo quisiera leer: para mí es imposible pensar en que un libro mío se vendiera ahí porque además un libro es un lujo.
–¿Entonces, eres tú la que se conoció realmente cuando visitaste Palestina?
–Conocerse no es algo que una pueda alcanzar, es algo siempre en curso: diría que en Palestina yo encontré algo perdido (y perdí algunas cosas también) y que ese algo despertó en mí una conciencia política que requería acción inmediata.

–Una chilena en Nueva York es como Bolaño en Blanes. ¿Adónde volver?
–Ah, fíjate que yo pienso que no vivo en Nueva York sino en un departamento en un barrio alejado del centro al que solo bajo para dar clases (como Bolaño en su calle del Loro, a distancia de Barcelona). A veces tengo la impresión de que vivo en las afueras de Santiago, ciudad que visito con tanta frecuencia y donde me siento más en casa que en ninguna otra ciudad… Todos los demás desplazamientos son a distintos lugares del mundo. Pero viajar es asomarse apenas a una realidad, volver tiene otra carga: es una cosa metafísica.
–Dices que tienes pocas velas en este entierro, pero tal vez este libro pequeño, “escrito en minúsculas” -como dijo el crítico de El País- ¿acceda cada vez más a la mayúscula?
–Qué bonito ponerlo así. Yo creo que en toda escritura hay una energía, una pasión (de) mayúscula, pero una disimula para poder colarse por la ranura. Me pregunto si ese encogimiento y ese tanteo es un modo de operar de las ensayistas, menos categóricas, más cautelosas y hasta escépticas con las grandes ideas y las grandes verdades esgrimidas históricamente por los intelectuales hombres. Ha habido demasiada mayúscula que nos excluía del campo del pensamiento. Nosotras vamos prendiendo velitas por el camino, iluminándonos al andar e iluminando el camino de los otros y otras que vienen con nosotras.
–Todos tus libros son diminutos y poco a poco se agigantan. ¿Es la literatura para ti una especie de brote?
–¿Tú encuentras que son minúsculos? (Risas) Nunca lo había pensado en términos de tamaño sino de fuerza. Para mí escribir es lanzar una granada a pulso en cada palabra, en cada línea.
–¿Tienes ahora unas palabras para Palestina?
–Estoy escribiendo otro texto palestino, porque volví –un verdadero volver– en noviembre pasado y fue un viaje que me llevó a otras reflexiones. Ese regreso que hice desde Berlín va a aparecer en alemán y quién sabe si después en castellano. No son tanto palabras para Palestina sino sobre Palestina, lo que necesitan los palestinos que se hable no para ellos ni por ellos sino sobre lo que estar en ese lugar provoca en mí. Yo no tengo cosas que decirles ni quiero apropiarme de sus realidades y reclamos, simplemente quiero reflexionar a partir de lo que una vislumbra ahí y cómo eso se relaciona conmigo y con el resto del mundo.
–¿Qué leeremos pronto de ti, hay algún libro que esté por salir?
–Hay una novela muy reciente (apareció en noviembre en Chile y Argentina, y me parece que se acaba de editar en México): se llama Sistema Nervioso y es, de mis novelas, la menos diminuta.