Todos los siglos son un instante es la nueva exposición en el Museo La Tallera de Cuernavaca. Su inauguración es hoy, sábado 27 de abril, al mediodía.
Ciudad de México, 27 de abril (MaremotoM).- El busto del emperador Maximiliano cagado por las palomas. “Me siento como un monumento”, expresa espontánea la artista tapatía Cynthia Gutiérrez, cuando una colega fotógrafa le pide posar detrás de una inmensa piedra volcánica que forma parte de su exposición Todos los siglos son un sólo instante. Da la impresión que Cynthia preferiría pasar inadvertida, mientras los reporteros y fotógrafos la tratan, no así su obra escultórica que este jueves presentó a medios de comunicación en el museo La Tallera, que algunas vez funcionó como centro de creación de David Alfaro Siqueiros en sus últimos años de vida, acá en Cuernavaca.
En realidad lo que ahí está reunido son puros emblemas caídos o invadidos por el tiempo —y las aves—, cerro de réplicas rotas de caras o vasijas prehispánicas recolectadas de un taller en Chapala, Jalisco, y otras en Tlayacapan, Morelos, así como paredes raspadas para intentar ver qué hay detrás detrás de esta nueva capa puesta para esta nueva exposición.

Llama mi atención que Gutiérrez le gusta la memoria fragmentada, dispersa, “rota”, y sus fragmentos en Internet, parecen ser pocos, al parecer esas “herramientas” no son las suyas, siendo incluso artista visual. En algún video advierte que un día abrió una cuenta de Twitter y nunca más la volvió a revisar, similar le pasa con Facebook. Su trabajo es con las manos, con táctil y con la memoria reventada fuera de lo virtual.
Ahí está una águila caída con el nombre de “El fracaso de la libertad”, de 2014. Esta ave patas p’arriba, de bronce, me recuerda —a propósito de que hace nos días vino el artista chino Ai Weiwei a México por la apertura de un exposición en el MUAC—, el jarrón de cerámica milenario de la dinastía Han, que soltó de sus manos mientras era fotografiado. Dice el artista chino al respecto que Mao decía que: “para construir una nueva civilización había que destruir la vieja”. Y eso fue lo que hizo “simbólicamente”Ai Weiwei.
La caída del águila de Cynthia Gutiérrez, es en cierta forma la derrota del símbolo adorado por México, emblema de la supuesta “identidad” nacional. Al recordarle esto durante el recorrido de la exposición y preguntarle si se atrevería a soltar alguna vasija milenaria como Ai Weiwei, me recuerda el Proyecto Paralelo, que fue una exposición montada recientemente en la Ciudad de México, en la que una de las piezas son los fragmentos de una mujer de barro que dejó caer.

Así como esta exposición su eje fue una linea del extenso —e intenso— poema de Octavio Paz, Piedra de sol, en aquella ocasión su inspiración fueron los versos de Nezahualcóyotl: “No para siempre en la tierra”, que expresan un tanto esta memoria frágil y errante. Expresa el poeta: ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? / No para siempre en la tierra: / solo un poco aquí. / aunque sea de jade se quiebra, / aunque sea de oro se rompe, / aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. / No para siempre en la tierra: / sólo un poco aquí.”
La caída del águila de Cynthia Gutiérrez, es en cierta forma la derrota del símbolo adorado por México, emblema de la supuesta “identidad” nacional.
“Podemos experimentar todos los tiempos en nuestro tiempo”, resume la también artista visual reelaborando los versos de Paz que dicen: “rostro de llamas, rostro devorado, / adolescente rostro perseguido / años fantasmas, días circulares / que dan al mismo patio, al mismo muro, / arde el instante y son un solo rostro / los sucesivos rostros de la llama, / todos los nombres son un solo nombre / todos los rostros son un solo rostro, / todos los siglos son un solo instante / y por todos los siglos de los siglos / cierra el paso al futuro un par de ojos”.
Además de un tapiz con pies de fotos gigantes, cortesía del Taller Mexicano de Gobelinos, en la exposición hay un pequeño cuadro colgado en una esquina, con las palabras de un cantero llamado Leonides sobre la historia de una pieza prehispánica que Cynthia vio en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, recuerda que una pieza labrada en roca volcánica con la figura de una serpiente, el enigma de la pieza, según le contaba el cantero, era que tenía un orificio en la parte superior y que, “si dejabas caer una canica por ahí, podías escuchar como iba rodando por un túnel interior en forma de espiral hasta salir por otro orificio que, me parece, era la boca de la serpiente”. Se pregunta intrigada la artista el cómo hicieron esa pieza. “¿Qué tipo de tecnología usaron para labrar ese túnel con esa forma? Y así, entre basamentos apilados y discos de corte, uno intentaba imaginar posibilidades para labrar un túnel en forma de espiral dentro de una piedra”. Al final de esta explicación expresa que ha buscado la pieza y no parece haber rastro de ella, y cierra la narración advirtiendo que “quizá debería indagar más. A veces es mejor no hacerlo”.

Alguna vez conversando con el cineasta griego Theo Angelopoulos, que andaba de visita por México, le pregunté por algunas particularidades de su cine poético y palabras más palabras menos, me expresó mirando a los ojos para luego perder su mira hacia algún punto del techo: “…algunas cosas a penas se explican se pierden, vuelan como pájaros y se pierden. Y eso muchas veces en algunas cosas bonitas uno las tiene que aceptar en silencio”.
Afuera de La Tallera, frente a los murales de Siqueiros hay tres pedestales tallados en roca de cantera, Cynthia los define como “Rumores de piedra”, es como si de pronto a ese Museo se le hubiera salido algunos huesos o el inicio de una historia para los que miran desde lejos la entrada del museo. Me hace sentido todo cuando la artista de cuarenta años explica que su padre es escultor, de ahí tal vez su inquietud por los antimonumentos como el de Maximiliano cagado por las palomas o la del águila caída, es decir, da la sensación de ser una crítica a lo inamovible, la patria, los padres y las instituciones.
Pregunto a curadores y a la artista qué pasará con aquel cerro de fragmentos de barro, de figuras humanas rotas, rostros absortos, serios o como ausentes, y no me saben responder bien a bien qué sucederá con todas eso, concluyo que tal vez se vayan al basurero de la historia. Retomo de nuevo las palabras de ese pequeño cuadro del cantero: “Quizá debería indagar más. A veces es mejor no hacerlo”. Aunque pienso que mientras estemos vivos podemos/debemos provocar.
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