Ciudad de México, 21 de mayo (MaremotoM).- Un profundo agradecimiento muy fuerte se acaba de despertar en mi con El Batallón de San Patricio, que combatió junto a fuerzas mexicanas la intervención norteamericana entre 1846 y 1848, esa empresa fincada en el racismo, el expansionismo y la violencia de los anglo sajones justificada ideológicamente por la ética protestante, el espíritu del capitalismo diría el sociólogo Max Weber.
La novela El Batallón de San Patricio. La desgarradora historia de los combatientes irlandeses en México, de Pino Cacucci, recrea los heroicos y a la vez bestiales pasajes de esa guerra que definió las actuales fronteras de México, pues a mediados del siglo XIX perdió poco más de la mitad de su territorio.
Antes de leer a Cacucci “el más mexicano de todos los italianos”, Paco Ignacio Taibo II dixit, Irlanda permanecía en mi imaginario vinculado a The Cranberries, el grito de denuncia contra la violencia política y el terrorismo que hay en Zombie. Por supuesto Irlanda era sinónimo de la inconfundible y seductora voz de Van Morrison y de la más sexy de todas las calvas en mujer: la de Sinead O’Connor. U2, aunque es originaria de Dublin, es otro caso.
Si la globalidad de la década de 1990 nos permitió conocer a estas bandas musicales y otras tantas, un ejemplo primigenio de frente de lucha global lo encontramos en El Batallón de San Patricio, que estaba formado principalmente por irlandeses, pero en su seno había alemanes, polacos, italianos, quienes a punta de vejaciones y discriminación se desengañaron del sueño americano, fundado en la violencia y exterminio contra los pueblos originarios.
Los San Patricio nunca se compraron la quimera protestante del self made man, lo escupieron, desertaron y combatieron a lado de los de abajo, abrazaron su propia situación y pobreza con la del pueblo mexicano que padeció la guerra de intervención norteamericana. A veces se nos olvida que este país se ha fincado en la brutalidad de la guerra, tal como dice su himno nacional: “¡Guerra, guerra! / los patrios pendones / en las olas de sangre empapad”.
Esta cruenta guerra de intervención, que los anales estadounidenses llamaron Mexican War, se trató en realidad de una guerra de exterminio y de una amplia perdida del territorio mexicano, como ya se dijo. En protesta contra esta guerra Henry David Thoreu se negó a pagar el impuesto destinada para financiarla, pues la consideró “moralmente injusta y contraria a los principios de libertad, dignidad e igualdad de los Estados Unidos”. Este gesto de desobediencia civil le provocó ser arrestado y encerrado por un corto tiempo. Cuando la guerra acabó, escribió su célebre ensayo Desobediencia civil, diatriba contra la esclavitud y desde luego contra la guerra de intervención en México. Se sabe que Abraham Lincoln también se opuso a ella en el Congreso, pero su protesta fue callada por el ya para entonces acendrado racismo contra los mexicanos.
En “El Batallón de San Patricio” Cacucci teje, de manera sútil, paralelismos de la pobreza de los mexicanos con la de los irlandeses, así como el mal trato y humillaciones que vivieron como migrantes en la Tierra Prometida estadounidense. México vivía a mitad del siglo XUX uno de los periodos más trágicos de su historia, el de Santa Ana, ese general que se perpetuó en el poder y que se hacia llamar al borde de su delirio como Su Alteza Serenísima.
En “El Batallon de San Patricio” Cacucci deja ver su conocido y profundo amor a México, misma que le llevó poco más de 10 años en investigar, documentar y escribirla. No es la primera vez que Cacucci escribe sobre este recortado país, pues es autor de Puerto Escondido, una de sus novelas más conocidas a causa de haber dado lugar a la película italiana del mismo título y de la cual es guionista. En Oaxaca se dice esa película detonó una oleada migratoria de italianos a sus paradisiacas costas de oleajes salvajes y arenas variopintas. “Quien haya respirado el polvo de los caminos de México ya no encontrará la paz en ningún otro pueblo” escribió Cacucci en su libro El polvo de México, en el que cuenta sus andanzas “en estas tierras de miserias y supermercados” señala, a su vez, Guillermo Fadanelli en sus Meditaciones desde el subsuelo.
En los polvorientos caminos del pueblo de México, los del Batallón de San Patricio acabaron sus vidas combatiendo al ejercito norteamericano. San Patricio, como se sabe, fue el misionero cristiano que sometió a la fe católica a toda una isla celta en el siglo V. Y claramente fue el estandarte cultural en México del Batallón, los DSan Patricio usaban una bandera verde en la que se reconoce el trébol y el arpa celta, así como una frase escrita en gaélico Erin Go Bragh (Irlanda por siempre).
En Irlanda, el Día de San Patricio alcanza connotaciones de paroxismo nacional, es La Fiesta por excelencia que se celebra el 17 de marzo, y la isla se tiñe completa de verde. En el Ex Convento de Churubusco de la Ciudad de México (actual Museo de la Intervenciones) ese día se le rinde homenaje al Batallón de San Patricio.

El santo patrono irlandés viste de verde y en una de sus manos detenta un báculo o bastón, mismo que Lóegaire mac Néill, el último de los Grandes Reyes de Irlanda, habría cedido como símbolo de poder a Patricio, de acuerdo con el escritor mexicano Jordi Soler en su novela Diles que son cadáveres. En esta novela, Soler recrea el delirante periplo que el poeta francés Antonin Artaud emprende de su país a México, particularmente a la sierra tarahumara, y de éste a Irlanda en 1937.
Cuando Artaud regresa de México a París se le revela el obstinado propósito de devolver lo que Artaud consideraba como el auténtico bastón de San Patricio. A Artaud se le podía ver caminando en las calles parisina con prominente excentricidad acompañdo del “baston” de San Patricio y del cual no se separaba ni para dormir. Con esa fama de regresar a los pobladores irlandeses el bastón, el poeta fue deportado de Irlanda en ese mismo año, y a su regreso a Francia fue encerrado en distintos manicomios, para finalmente ser liberado en 1946 dejando para nuestra fortuna libros como Viaje al país de los Tarahumaras, y que la UNAM publicó únicamente con el título breve de México. Sigue en la más variada hermenéutica la razón por la qué Artaud vino a México. En Diles que son cadáveres, el viaje del poeta a Irlanda está conectado irremediablemente son su experiencia en la sierra tarahumara.
A veces me han dado ganas de preguntarle a Jordi Soler el por qué de su manifiesto y estrecho vínculo con Irlanda, de dónde él fue agregado cultural y en donde se le condecoró como caballero de la Orden del Finnegans, creada ex profeso para homenajear la novela Ulises de James Joyce. Los caballeros se comprometen a asistir cada 16 de junio, Bloomsday, a leer de forma colectiva y en voz alta un capítulo del libro. Una rito literario, para un mexicano-catalán que algo habrá visto de los tributos de fe guadalupana, como quizá la vieron los del Batallón de San Patricio, aquellos hombres llegados de las regiones más pobres de Europa, mimetizados ahora en el polvo del suelo mexicano, pues se sabe fueron sepultados en fosas comunes y algunos otros fueron enterrados sin tumbas ni inscripciones en la plaza San Jacinto de San Ángel, ahí se colocó una placa con sus nombres sobre una gran cruz celta de piedra. Conmueve hasta la entraña este ejemplo de resistencia. Que se sepa y no se olvide, al lado de los mexicanos estuvieron los de San Patricio, en su mayoría irlandeses.